En un tiempo en el que «todo tiende al reduccionismo», es para el escritor Ignacio Borgoñós algo paradójico que «el cuento se haya quedado atrás en el mundo de la literatura, a pesar de su gran tradición». Está convencido de que «es un género que no debe morir nunca, entre otras cosas porque es un buen laboratorio»,y agradece el trabajo que editoriales como Alfaqueque están realizando al apostar por los relatos, «historias cortas en las que cuentas con menos recursos, que tienen que sorprender y atrapar al lector desde el principio».

Precisamente la editorial ciezana acaba de editar una recopilación de sus cuentos –La enfermedad de las niñas rubias–, textos premiados en

varios certámenes y escritos en los últimos 13 años. Un tiempo en el que el autor ve «una evolución importante»: «Al principio los temas sentimentales fluían y los últimos son textos más trabajados, más conseguidos; algunos, por ejemplo, carecen de puntos y aparte, mantienen el pulso preciso de la narración, hay también briznas de fantasía...», expone.

Eso sí, a medida que ha ganado «madurez y técnica» es consciente de que ha perdido «frescura y valentía». Como escritor, igual que como persona, ya no va tanto por la vida «a pecho descubierto»; ha dejado de centrarse solo en manifestar sus sentimientos para entresacar moralejas, contar fantasías, decir cómo le gustaría que fuera el mundo... Y cuenta que sueña con una realidad en la que «no todo sean hipotecas, déficit y economía; con un mundo que ahonde en el ser humano y donde predominen los sentimientos que tenemos olvidados».

«Hay mucha gente que tiene éxito pero que también tiene grandes taras sentimentales, y eso pasa factura», añade el autor de La enfermedad

de las niñas rubias; consciente de que la enfermedad de la sociedad actual es esa: «olvidar lo básico en nuestro viaje».

A pesar de todo, encuentra esperanza en movimientos como los que se viven en el norte de África. «Todo se puede cambiar, no podemos olvidar eso; lo que debemos hacer es pararnos de vez en cuando, mirar a nuestro alrededor y decidir si queremos continuar por ese camino o cambiar», explica este autor que tiene claro que «merece la pena luchar y cambiar lo que no te gusta, porque si no, llegas al final preguntándote qué podría haber sido».

Borgoñós no entiende la literatura sino «como un reflejo de la vida» y por ello no huye del dolor. «Mis personajes son como la vida, y su tristeza o los momentos difíciles son parte de la felicidad que tuvieron antes». «Unas veces triunfamos y otras fracasamos; hay momentos en los que gozamos y otros en los que el dolor parece que no te va a dejar respirar y mis cuentos, aunque haya en ellos fantasía o un punto histórico, son historias cotidianas, porque hay más héroes en el día a día de los que imaginamos», declara este autor que no duda en reconocer que los premios le han ayudado.

«Sin los premios no habría existido como escritor», asegura Borgoñós, y dice no conocer «ningún otro método» para llegar a hacerse un hueco en el mundo de la literatura que no sea ir paso a paso: «El fenómeno de un escritor al que le publican su primera novela y se convierte en un éxito es algo más de ficción, propio de H.G. Wells... Yo vengo del submundo de la literatura y me he ido labrando mi carrera hasta llegar a Alfaqueque. Y ahí sigo...».

No cree demasiado en la suerte y lamenta que se mezcle literatura y mercado. «En los best-sellers y en los autores que de pronto se hacen famosos con un solo libro hay mucho de mercado, y nada tiene eso que ver con la literatura de la que hablo. Lo ideal es que ambas cosas vayan de la mano, pero rara vez ocurre». «Hay que cuidarse de los fenómenos literarios», advierte, y anima a los lectores a «no quedarse en la mesa de novedades y buscar en las estanterías del fondo».

«La literatura hay que respetarla mucho y yo lo hago; esa fidelidad es la que me impide querer ser solo un fenómeno literario», añade este autor cartagenero que escribe «a diario» y cuya mente apenas descansa. «Por la noche, en vez de contar ovejas, invento historias», relata, y dice que, cuando una buena idea aparece, no hace falta levantarse corriendo a escribirla: «Si de verdad es buena se queda grabada, ¡claro que te acuerdas a la mañana siguiente! Una buena idea siempre deja un buen poso».