Dos caras de una misma moneda: el dolor incurable de una madre que ve marchar a su hijo y la alegría en la boda de un ´sin papeles´ que, en su viaje, conoció el amor. La dualidad de la inmigración, su lado más cruel y el más positivo, la tragedia de las pateras y la riqueza y la mezcla cultural, es sobre lo que trabaja la artista y teórica holandesa Mieke Bal, quien expone La última frontera en la Fundación José García Jiménez.

La muestra, cuyo comisario es el murciano Miguel Ángel Hernández, reúne ocho vídeos –siete documentales y «una ficción teórica»– realizados en diferentes ciudades del mundo, Murcia entre ellas, durante los últimos seis años; un trabajo con el que Bal ofrece, según Hernández, «una imagen mucho más compleja» de la que estamos acostumbrados a ver de la inmigración, ya que «lo canaliza desde la problemática tradicional pero también muestra los aspectos positivos».

Para la creadora holandesa, que expone por primera vez en España, es importante no olvidar que «los inmigrantes son como nosotros; son personas con unas vidas interesantes y ricas que pueden contribuir en muchos aspectos a la cultura occidental si se les acoge con amistad». En este sentido, Bal apunta que las sociedades han sufrido «muchísimas transformaciones» por la inmigración, «un fenómeno que no hay que olvidar que no es reciente, que ha existido siempre»; pero insiste y advierte que los inmigrantes «sólo pueden contribuir con su riqueza si se sienten aceptados».

Reconoce la artista que «es muy difícil salir de la actitud defensiva» que muchas veces mostramos ante los inmigrantes, pero apuesta por centrarnos en «la atracción hacia lo diferente que también nos generan para vencer el miedo». Por ello, y a pesar de que en muchos países «la situación está muy mal», entre otras cosas por la proliferación de partidos xenófobos, prefiere ser «optimista» y confiar en un cambio al que ella misma misma contribuye con esta exposición. Una muestra con la que pretendía «que la gente viera algo que no está en los libros, porque en

ninguna biblioteca hay información sobre las madres o la vida cotidiana de los inmigrantes».

Además de los vídeos documentales sobre las fronteras físicas, entre países, Bal también quiere demostrar con su trabajo que hay otras

fronteras que tampoco están tan claras, como la que separa cordura y locura. Para ello, la creadora rodó «una ficción documentada», ya que no le parecía ético «tomar imágenes de una persona que está en situación de fragilidad», sobre una sesión de psicoanálisis real. Una pieza que se muestra en la sala y que forma parte de la película que recientemente fue presentada en Bullas, donde se rodó una parte, por la artista holandesa –confiesa con una sonrisa que sin mucho éxito porque la gente se fue yendo tras verse hasta quedar la sala casi vacía–. Convencida de que «los locos pueden aportar mucho a la cultura», Mieke Bal sostiene que «muchos, al ver la locura en la grabación, se verán reconocidos». Algo que –apunta–?«no quiere decir que todos estemos locos, sino que esa ´última frontera´ no es tan radical».