Francia es uno de los países en los que nacieron algunas de las ideas que movieron el mundo del pensamiento durante el siglo XX. El papel de los intelectuales franceses y su influencia en los movimientos políticos de ese periodo es objeto de un amplio estudio de Michel Winock, profesor de Historia Contemporánea del Instituto de Estudios Políticos de París. En El siglo de los intelectuales, un ensayo de más de mil páginas, hace un recorrido por los acontecimientos que marcaron el siglo XX y obligaron a los intelectuales a movilizarse.

Aunque el concepto de intelectual estaba presente en Francia desde el siglo XVIII aplicado a los filósofos de La Enciclopedia, el primero en utilizar el término fue el escritor Emile Zola en su artículo Yo acuso, publicado en L´Aurore en enero de 1898. En él defendía al capitán del ejército Alfred Dreyfus, condenado injustamente por espionaje y alta traición. Demostrada su inocencia, aún así una parte de la sociedad pensó que había que preservar el honor del ejército frente al de un caso particular. Junto a Zola (que atrajo sobre su persona las iras de la prensa clerical, nacionalista y antisemita) se alinearon Mallarmée, Verlaine, Gidé, Durkheim o Marcel Proust. Maurice Barrés y Charles Maurras aglutinaron a la derecha ilustrada, que utilizaba el término intelectual con un significado peyorativo, identificándolo con dreyfusiano. Sobre esta base, Maurrás, xenófobo, centralista, reaccionario y antisemita, fundó el partido Acción Francesa (AF), desde cuyo órgano de expresión, la revista L´Action Française, alimentaba la cultura del guerracivilismo.

Las revistas fueron los portavoces de las diferentes posiciones ideológicas de los intelectuales franceses. Cubrían todo el espectro, desde la extrema izquierda de L´Independence de Georges Sorel, hasta el fascismo de Esprit y Ordre Nouveau. La izquierda socialista tenía su órgano en Cahiers, fundada por Charles Péguy, un librero socialista cuyo establecimiento se convirtió en cuartel general de los dreyfusistas. La Nouvelle Revue Française (NRF), la revista literaria más célebre de Francia, reivindicaba la autonomía de la literatura por encima de consideraciones políticas, morales y religiosas. El caso Dreyfus puso de manifiesto un debate que estaba latente desde la Revolución Francesa y que iba a ser un precedente de los enfrentamientos sangrientos del siglo XX, el primero de los cuales, la Primera Guerra Mundial, fue aprovechado por Maurras para reforzar y radicalizar a la derecha francesa. Como reacción, la izquierda vio la salvación en la revolución bolchevique.

Segunda gran guerra

En 1927 Julien Benda había publicado La traición de los intelectuales, un libro que iba a hacer temblar las estructuras del pensamiento francés y en el que advertía de unas matanzas tales que la historia jamás habrá visto nada semejante. Culpaba de ello a los intelectuales «de salón», que se ponían al servicio de las pasiones de la raza, las clases sociales, el nacionalismo y el militarismo, y anunciaba la llegada de regímenes totalitarios.

La Guerra Civil acusó una nueva escisión entre quienes apoyaban la intervención y los no intervencionistas. André Malraux, que organizó una escuadrilla para defender a la República española, se convirtió en la encarnación del intelectual comprometido al servicio del antifascismo. En el otro bando, Maurras, antiintervencionista, llegó a visitar a Franco en su cuartel general de Burgos para darle su apoyo.

A la muerte de Barrès, que se había convertido en la figura más destacada de la intelectualidad francesa, el protagonismo pasó a André Gidé, encargado de la dirección de la Nouvelle Revue Française (NRF), a cuyas páginas atrajo a Proust, Jules Romains, Valéry, Cocteau, Breton… y a la que hizo conocer sus mayores horas de gloria. Según escribió en su Diario, llegó al bolchevismo a través de su fe católica: «Lo que me lleva al comunismo no es Marx, sino el Evangelio». Su declarada homosexualidad le valió ser denostado por unos y elogiado por quienes valoraban su osadía. El papa Pío XI no tardó en incluir la NRF en el índice de obras prohibidas, para aflicción de sus lectores católicos, prohibición que no se iba a levantar hasta 1939, en vísperas de una nueva guerra. En 1936, después de un viaje a la Unión Soviética, André Gidé inició definitivamente su desmarque del comunismo al comprobar in situ las miserias del régimen: en el fondo, el comunismo no existe allí; sólo existe Stalin. En su libro Regreso de la URSS elogiaba muchos logros del régimen, pero tomaba conciencia de que allí se había establecido una sociedad totalitaria. Para unos, Gidé se convirtió desde entonces en un traidor y un enemigo de clase. Para otros, encarnaba el coraje del intelectual que se niega a someter el imperativo de la verdad a los intereses del partido.

La guerra

Como reacción a la revolución bolchevique, habían comenzado a surgir regímenes claramente alineados con ideologías totalitarias: Mussolini en Italia, Pilsudski en Polonia, Primo de Rivera en España, Hitler en Alemania… todos ellos acogidos con simpatía por Acción Francesa. En los años anteriores a la guerra, los intelectuales estaban más divididos que nunca entre pacifistas y antipacifistas. En Francia habían proliferado las revistas de ideología ultra, la más destacada de las cuales era Je Suis Partout, donde publicaban Celine, Robert Brasillach y Drieu La Rochelle. Este sustrato ideológico, reforzado por publicaciones como AF, su pilar en el mundo mediático, fue muy útil al mariscal Pétain cuando tomó el poder para colaborar con Hitler. Maurras se identificó muy pronto con Pétain y contra De Gaulle, los comunistas, los judíos y los católicos liberales. El régimen de Vichy nombró al intelectual fascista Drieu La Rochelle director de la NRF en sustitución de Jean Paulhan, encarcelado por colaborar con la Resistencia. La oposición a Vichy editó Lettres Françaises y publicó clandestinamente libros de intelectuales que firmaban con seudónimo.

El siglo de Sartre

Uno de los pocos intelectuales que defendieron las decisiones de Gidé fue Jean-Paul Sartre: tuvo el valor de alinearse al lado de la Unión Soviética cuando era peligroso hacerlo y el valor, mayor aún, de cambiar de opinión en público cuando estimó, con razón o sin ella, que se había equivocado, llegó a decir de él. Lo que Gidé había significado en Francia como intelectual pasó a Sartre, fundador del movimiento Socialismo y Libertad durante la Resistencia. Los comunistas siempre sospecharon de su pureza ideológica, por haber defendido a Gidé y ser amigo de otro traidor, Paul Nizan. Mantuvo una sólida amistad con Camus, de quien le separaron diferencias ideológicas (mientras Sartre se acercaba al comunismo, Camus era partidario de una socialdemocracia a la sueca o de un laborismo adaptado a Francia). Su primera revista de impacto fue Temps Modernes. Junto a su pareja Simone de Beauvoir (que puso los cimientos del feminismo militante) fascinó durante mucho tiempo a sus contemporáneos.

El Partido Comunista francés intentó neutralizar a Sartre, el filósofo más influyente del momento, a quien calificaba de «hiena mecanógrafa» y «chacal con estilográfica». En Lettres Françaises el escritor comunista Roger Garaudy criticaba el existencialismo sartreano como una filosofía desconectada de la realidad, y en la misma revista se decía que El segundo sexo, la obra de Beauvoir, haría reír mucho a las obreras de Billancourt. Lo que criticaban en Sartre era la búsqueda de una tercera vía, una Europa socialista que había que construir; una vía que era también la de Mounier y su revista Esprit.

El gran cisma

El comunismo fascinó a una parte de la intelectualidad durante más de sesenta años, mientras otros comenzaron a alejarse de su influencia al conocerse los crímenes del estalinismo. Algunos de los que se quedaron en el partido se consolaban pensando que al menos estaban del lado de la clase obrera, un principio que fue denunciado por Raymond Aron en El opio de los intelectuales. El gran cisma (la separación de los intelectuales de las líneas y la ortodoxia comunista) se había iniciado en 1947 durante el comienzo de la Guerra Fría. El proceso al disidente soviético Kravchenko y los testimonios de El Campesino y Margaret Buber-Neumann sobre los campos de concentración rusos crearon un estado social que terminó en conmoción con la publicación de la obra de Alexander Solzenytsin Archipiélago Gulag.

Los nuevos conflictos

La guerra de Corea creó un nuevo escenario para la división ideológica de los intelectuales. Mientras los comunistas condenaban la intervención norteamericana, los neutralistas y un tercer grupo formado por liberales, demócratas y socialistas antiestalinistas exponían sus presupuestos desde L´Observateur, órgano de un socialismo intelectual y marxistizante, y Le Figaro, con Raymond Aron a la cabeza. La guerra de Corea fue también la oportunidad de Sartre de unirse a la causa del partido comunista, en un momento en el que iba perdiendo su carga de fascinación. Fue cuando el filósofo escribió su famosa frase «un anticomunista es un perro, no salgo de ahí y no saldré jamás». Pero poco iba a durar la boda de miel.

El aplastamiento de la insurrección húngara de 1956 por los tanques soviéticos abrió de nuevo los ojos al que la derecha calificaba como aplicado compañero de viaje. Fue el mismo año en el que Jruschev denunció en el XX Congreso del partido comunista los crímenes del estalinismo. Pero en Francia fue la guerra de Argelia por su independencia lo que resucitó antiguas vocaciones dreyfusistas. La opinión pública asumió las tesis del general De Gaulle por la independencia de Argelia, que terminó incluso apoyando la izquierda. Después de la guerra, un nuevo semanario, L´Express, de Jean Jacques Servan-Schreiber, situado en la izquierda del espectro ideológico, va a aglutinar a una gran parte de la opinión intelectual francesa. Su articulista estrella era el ganador del Premio Nobel François Mauriac.

Los años sesenta, el mayo francés

El final de la guerra de Argelia coincide con el nacimiento de una nueva sociedad caracterizada por el consumo (cuya teoría Baudrillard se encargó de elaborar) y la expansión de la televisión como fenómeno mediático, mientras en el mundo cultural, fenómenos emergentes como el estructuralismo y el nouveau roman dejaban obsoleta la literatura comprometida. La celebración del Concilio Vaticano II abría nuevas expectativas para el catolicismo progresista. Le Nouvel Observateur sustituyó a L´Express como referente de la intelectualidad de izquierdas.

El tercermundismo, centrado en los casos de Cuba, América latina y sobre todo Vietnam, preside las preocupaciones intelectuales del momento, mientras la URSS va a ser sustituida por la China de Mao como objeto de fascinación. Su plataforma mediática era la revista Tel Quel. En esto estalla el Mayo del 68. Sartre se apunta al movimiento estudiantil mientras el Partido Comunista se alejaba un poco más de los jóvenes y los intelectuales. Ese mismo año, el aplastamiento de la Primavera de Praga, de nuevo por los tanques rusos, asestó un nuevo golpe a la militancia comunista. Sartre toma la dirección de la revista La Cause du People, el periódico de la maoísta Izquierda Proletaria, cuyos directores habían sido detenidos, y vocea por las calles de París, junto a Simone de Beauvoir, la venta (ilegal) de ejemplares. Marcuse con El hombre unidimensional y Michel Foucault con Vigilar y castigar, van a ser los nuevos conductores de la filosofía nacida del 68 y los sustitutos de un Sartre muy debilitado como intelectual de referencia.

Los nuevos filósofos

En 1975 André Glucksman publica La cocinera y el devorador de hombres, que ilustró la ruptura de una parte de la izquierda intelectual con el marxismo-leninismo. Glucksman asestaba un nuevo golpe al estalinismo contribuyendo a la formación del antitotalitarismo de izquierdas. Algunos acontecimientos vinieron a darle la razón: la toma de Saigón por los comunistas y la huida de los vietnamitas (los boat people), el genocidio ordenado por Pol Pot en Camboya, las revelaciones sobre la Revolución cultural china, los acontecimientos de Polonia en los años 80… fueron separando cada vez más a la izquierda política de la izquierda intelectual.

Con Glucksman nacía el movimiento de los Nuevos Filósofos, una mezcla de izquierdistas y de alineados con el pensamiento de la derecha francesa, entre quienes estaban Bernard-Henry Lévy, Alain Finkielkraut, Jacques Julliard, Daniel Mothé…, todos ellos asiduos clientes de los medios de comunicación, especialmente de la televisión. La victoria de la izquierda en 1981, con François Mitterrand al frente de un renovado partido socialista, vendría a reconciliar al socialismo con parte de la izquierda intelectual. A lo mejor es que para entonces, como sugiere Michel Winock, la figura del intelectual se había extinguido.