Haciendo bandera de lo acústico (new acoustic movement), Erlend Oye y Eirik Glambek Boe nos convencieron a comienzos de esta década de que lo tranquilo era el último grito (Quiet Is the New Loud, 2001). No contentos con ello, volvieron para predicar las ventajas de promover algaradas en calles desiertas (Riot on an Empty Street, 2004). Y tras pasar cinco años de su despedida, volvieron con un Declaration of Dependence, que pone color y armonía a la cotidianidad. Es tan emotivo y desarmante que te transporta sin cambiar ni una coma de su discurso. No importa. Como ocurre con The Blue Nile o Prefab Sprout, su reino no es de este mundo. Ellos están igual que siempre: flequillo y pinta de niño bueno (Eirik) y gafotas pelirrojo desgarbado (Erlend).

Los álbumes de Kings of Convenience nunca obtuvieron un éxito masivo, pero han causado un impacto duradero en quienes conocen su agradable música acústica y susurrante, Simon-y-Garfunkel-oide. El devoto público se sabía las canciones, incluso bailaba, quizás lo último que se espera ver en un concierto de KOC.

Al principio salieron Erlend y Eirik con sus guitarras acústicas. Arrancaron ultralentos: My Ship Isn´t Pretty. El dúo hizo después un set delicioso que incluyó Love Is no Big Truth, Mrs. Cold y Boat Behind, interrumpido sólo por las bromas entre Erlend, Eirik y el público. Son bastante payasos, pero sus melódicas canciones resultan balsámicas, con un trabajo de guitarras preciso y coordinado.

La química amistosa de este dúo de serenas voces se refleja en el escenario. Ofrecieron un repertorio de melodías bien construidas, dulces y relajadas, pero no ligeras, con una aproximación a la bossa, a ese espíritu del tropicalismo de Caetano Veloso y Gilberto Gil.

Ocasionalmente Erlend se sentaba al piano y alternaba temas de Declaration of Dependance con alguno de los temas más conocidos de los dos primeros discos, cuyas agudas letras describen meticulosamente sentimientos y situaciones, mientras las voces permanecen serenas y concentradas. Además de producir armonías sorprendentes con sus acústicas, estos tipos, encantadores, poéticos y sensibles, conversan con el público entre canciones cuya susurrante intensidad se desliza tóxica (como su ´chica tóxica´) en las almas de los espectadores. Tenues canciones basadas en guitarras acústicas y dobles armonías, que requieren silencio. Por eso les piden a las salas que el bar cierre durante sus conciertos, y al público que no haga fotos. Para conferir levedad al asunto, abundaban las bromas entre tanta melancolía, logrando un momento de comunión que se da pocas veces.

Hacia el ecuador del show, Erlend y Eirik recibieron el apoyo de un contrabajo y una viola para afrontan temas más animados (Boat Behind, Misread...), Erlend erigiéndose en protagonista sobre el escenario gracias a su faceta de entertainer, invitando al público a participar, animando las pausas con sus comentarios jocosos o solicitando palmas, chasquidos, imitando el sonido de la trompeta con su voz... Entre risas, piden que se apaguen las luces del escenario y cantan a dúo Homesick. Invitan al público a acercarse y una chica cruza el escenario bailando.

El epílogo llega con I'd Rather Dance With You: Erlend baila, se baja del escenario y se sube por las sillas, mientras Eirik y el contrabajista entonan unas notas del Get Up Stand Up de Marley. En definitiva, un concierto entrañable y divertido. La Mar de indie.