San Javier no es el Bayou, pero en la asfixiante noche del miércoles no debió resultarle difícil al Dr. John (que, para más inri, actuó tras el ‘calor enlatado’), evocar la húmeda torridez musical de aquella zona. Apodado The Night Tripper (el viajero nocturno) en los psicodélicos 60, Dr. John, una leyenda de Louisiana, lleva fabricando su mejunje de funk, blues, rock and roll y folk zydeco desde los 50.

La otra noche, además del calor, había un inconveniente: los asientos. La música de New Orleans es para divertirse y mover el culo, pero los asientos del auditorio más parecían destinados para un recital de piano. Y no es que las teclas se le den mal al tipo, pero su virtuosismo está en el boogie-woogie, no en el tintineo sobre marfil. Y también tiene una voz fantástica: Mac Rebennack (nombre real de este músico) es un famoso desconocido que ha gozado del fervor de gente como Mick Jagger o el sobrevalorado Eric Clapton. Ya alcanza los 70, y su voz, en vez de quebrarse o flaquear, el tiempo la ha hecho más rica e instintivamente melódica. Cuando apareció cadenciosamente, todo cambió. En las distancias cortas gana. Vestido con traje azul, sombrero con pluma, gafas de sol, y colmado de amuletos, se plantó en el centro del escenario entre un hammond y un piano decorado de calaveras. Acompañado por la eficiente banda The Lower 911, nos sumergió en un ritmo penetrante, que puso al público a bailar embrujado.

Gumbo y vudú

El repertorio se dividió entre los clásicos (Mama Roux, Such a Night, o Iko, Iko, que hizo al final) y temas de su disco Tribal, todavía caliente, como Only in America. Pero fue otro de sus clásicos, todo un hit funky como Right Place, Wrong Time, lo que señaló la cota de máxima intensidad del recital. El veterano músico de Nueva Orleans se levantó del asiento para aferrarse a la guitarra en temas como Let the Good Times Roll.

De todas formas, el ambiente que dominó en la velada fue más de jazz/blues relajado que del funk acérrimo o la psicodelia que hizo famoso a Rebennack a finales de los 60. Dr. John despliega la música de New Orleans en toda su variedad, siempre excavando una de las vetas más profundas de la tradición musical americana. Se salió.

Calor enlatado

A mediados de los 60, en la costa oeste norteamericana surgió una oleada de grupos que en pocos años se convertirían en parte de la historia del rock. Esa escena musical la compartían bandas como Grateful Dead, Jefferson Airplane o Canned Heat. Fueron éstos los que crearon un estilo totalmente nuevo y, de paso, hicieron una aportación esencial a la evolución de estilos como el rock y el blues.

Fundamentales en la contracultura hippie, Canned Heat han seguido hasta la actualidad con giras regulares y publicando álbumes con nuevo material, siendo Fito de la Parra el único superviviente de la formación original. Su historia habla de drogas, muerte y supervivencia.

Han sido recordados por clásicos como On The Road Again o Going Up the Country, dos canciones sencillas y pegadizas que se mantenían fieles al espíritu del blues rural a la vez que ofrecían un ritmo bailable con la batería y el bajo eléctrico. Y eso fue lo que ofrecieron, con algunos momentos memorables como Let’s Work Together, otro de los himnos que les hicieron famosos en los 70, y que centró el foco sobre Taylor, que alternaba el bajo con Kage, pero esta vez dominaba en el slide guitar.

Mandel también tuvo su momento haciendo algo de gospel psicodélico (Cristo Redentor), y Fito recordó el por qué de ese boogie titulado Amphetamine Annie. Cuando llegó el final se fueron con un largo e improvisado en su mayor parte Woodstock Boogie. «Boogie all night long!», cantaban . El boogie es la fiesta, el reventón. Significa fornicar en el slang de los negros. Después de 45 años la cosa ha perdido algo

de fuelle, y sea como fuere, lo cierto es que apenas quedan unos retazos de los originales Canned Heat.