La 'Ella Fitzgerald de los tiempos modernos' (si eso suena a exageración, le queda bien lo de la 'flor negra del jazz') Cassandra Wilson formó parte en los setenta de la alegre cofradía de los vanguardistas, pero lleva un tiempo buscándose a sí misma por entre las tierras pantanosas que bordean su Mississipí natal; de ahí su gusto por el blues, una presencia constante en ella; y en lugar de cantar estándares al uso, que también los canta, Cassandra se los fabrica a medida.

En esta nueva visita, la Wilson recorrió nueve piezas, entre ellas clásicos como 'Caravan' de Duke Ellington (con el guitarrista tocando un slide de blues sureño, al que se suman el batería y el percusionista para llevar la caravana al desierto africano), 'Lover Come Back To Me' de Hammerstein, o antiguos monumentos del blues ('St. James Infirmary'), la deliciosa 'Manha de carnaval' -tema central de Orfeo Negro, interpretada lenta y sensualmente-, o 'Harvest Moon' de Neil Young.

Después de casi hora y media se despidió con una extensa versión de 'Til There Was You', que cantaran desde Peggy Lee a The Beatles. Cassandra abandonó el escenario, pero el grupo siguió tocando retirándose uno a uno. A pesar de los reiterados aplausos por parte del público, Wilson no ofreció un bis ni salió a saludar a sus incondicionales.

El recital estuvo dedicado casi en su totalidad a 'Loverly', con el que ha obtenido su segundo Grammy. En realidad, fue como música en tránsito, que se descubre cada vez que se interpreta. Sin embargo -y mucho debe esto a la guitarra de Marvin Sewell-, el tratamiento recuerda mucho al blues de Chicago, aunque algunos arreglos suenan convencionales, entre otras cosas debido al excesivo protagonismo del guitarrista y director musical.

Esta deriva por los géneros es lo que enloquece a su discográfica, que trata de venderla por momentos como una cantante de jazz y acaba de sacar una compilación para instalarla como diva pop. A ella, mientras baila en el escenario, no parece importarle demasiado.

John Scofield es asiduo de nuestros festivales de jazz, uno de esos músicos que siempre tiene algo distinto que contar y siempre lo cuenta con elegancia. Aparcando su faceta más jazz, el guitarrista norteamericano se transformó en un fino guitarrista de blues. Arrancó sentidísimas ovaciones gracias a su desparpajo, a su lenguaje personal, a esa actitud sobre el escenario propia de los grandes, sin afectaciones ni pirotecnia gratuita, siempre buscando la nota adecuada con la paciencia de un buen artesano.

A lo largo de sus casi sesenta años ha tocado todos los palos, pero se inició en el blues como casi todos los guitarristas americanos. Dicen que Scofield fue a Nueva Orleans a grabar un disco de blues y se trajo un álbum entero de gumbo, 'Piety Street' (tomado de una calle bohemia de Nueva Orleans, reflejada para siempre en la ruta de aquel Tranvía llamado deseo).

Viendo su traslación al directo, cabe añadir que se lo pasó en grande. John Scofield y su Piety Street Band (el teclista y cantante Jon Cleary, Ricky Fataar a la batería -ambos de la banda de la gran Bonnie Raitt- y el legendario George Porter Jr. al bajo) mantuvieron el tono con un repertorio extraído de la selección de antiguos gospels del nuevo disco.

Un gran momento fue el clásico de Dorothy Love Coates '99 1/2', donde Cleary tuvo la oportunidad de demostrar por qué se ha convertido en una leyenda comparable con el Professor Longhair. También sonó 'Something's Got A Hold On Me' (gospel tradicional del Reverendo James Cleveland, con Scofield extrayendo wah-wahs que asumen la cualidad de gran slide), una extensa jam de reggae que exhibe un solo de guitarra con loop hacia atrás, y otros números que demuestran el profundo anhelo melódico del guitarrista, como 'Angel of Death' de Hank Williams, que comenzó solo y misterioso, doblándose y triplicándose a sí mismo, para terminar desatado en plan Hendrix, una de las cumbres de esta nueva master class.

Y luego está Jon Cleary. No sé qué llama más la atención, si su voz con ese bonito timbre que llena la sala, o su toque de piano, que refuerza la tesis de que los británicos tienen una rara aptitud para la música de raíces americana.

Puede que el último disco de Scofield no resulte tan atractivo como su directo o como obras precedentes, pero es recomendable, tanto para sus seguidores como para los que quieran escuchar una acertada revisión del gospel. Sorprendente, osado, cerebral, genuino y puro, cualquier calificativo se queda pequeño ante la deslumbrante capacidad de Scofield, para quien los estilos no son más que palabras apretadas en un diccionario.