Han sido tantas las facetas de la vida de Antonio Rivero García que contarlas todas sería imposible porque algunas se quedarían en el tintero. Este profesor mercantil, nacido el 20 de marzo de 1944 en Cartagena, entró en la antigua Empresa Nacional Bazán en 1964 y allí pasó casi treinta años hasta su prejubilación, en concreto en las oficinas de Compras. También trabajó en la constructora Sacop de los primeros años con José Luís Belda, fue administrador de fincas, deportista ejemplar -el tenis era su pasión-, californio del San Juan donde salió muchos años como penitente. Pero Antonio, sobre todo, era solidario y servicial como nadie.

La simpatía fue una de sus grandes virtudes. Sonreía a todo y a todos incluso en los peores momentos de su enfermedad, un cáncer de pulmón que llevó con absoluta resignación cristiana. Derrochaba cordialidad y supo canalizarla y emplearla en la asociación de emigrantes SENA (Solidaridad en Acción). No había nada en el mundo que le gustase más que hacer favores. Miembro supernumerario del Opus Dei, coordinaba la escuela de fútbol del Club Estay. También era de los que se colgaba la guitarra al hombro para rodearse de gente joven (él siempre decía que era un chiquillo) e ir de coro en coro cantando por las iglesias de Cartagena. Amante de los villancicos colaboraba en el Concurso de Navidad que cada año organiza el Club Salabre donde se llevó más de un premio.

Antonio fue muchas cosas en vida, pero a lo que nadie le ganaba era a ser amigo de sus amigos. A ser, por encima de todas las cosas, un hombre bueno. Su mujer, Mari Carmen Chazarra y sus hijos, Nelia y Darío, pueden sentirse muy orgullosos de él.