Tras la derrota del domingo en Cádiz el Real Murcia es la viva imagen de la derrota. Los jugadores tirados sobre el césped del Carranza al encajar el enésimo gol en el tiempo de descuento son la demostración empírica de que lo peor no es perder sino la cara de tonto que se te que se te queda.

Ni Cádiz ni Murcia merecieron ganar un partido malo de solemnidad que solo tuvo emoción por la importancia de los puntos en juego, pero el gol de Fleurquín en el minuto 92 se encargó de hundir un poco más en la tabla a los diez pupilos de González que aún resistían sobre el verde. No hay excusas que valgan. Tanta fatalidad y tan repetida no es cuestión de mala suerte ni de malos arbitrajes sino la consecuencia lógica de acabar los partidos pidiendo la hora colgados del larguero. Nada es casualidad. El Murcia se monta en el autobús bastante antes de que acabe el partido y lo aparca en su portería esperando que los balonazos rivales se estrellen contra él y el martirio acabe cuanto antes. Nadie disfruta con el juego. Ni los jugadores que lo practican ni los aficionados que lo padecen. Aquí huele a muerto.

Al término del encuentro José González afirmó que su equipo ganaría tres de los cuatro partidos que les quedan y que mantendría la categoría pero yo no termino de creérmelo. Las palabras del técnico parecen más una declaración de intenciones que una premonición mientras los paupérrimos números de su equipo se empeñan en llevarle la contraria. La realidad es tozuda y los famélicos tres puntos conquistados en los últimos ocho partidos no invitan precisamente al optimismo. Ojala me equivoque.