El Real Murcia se dejó otros dos puntos en su camino hacia la permanencia ante ocho mil almas en pena que contemplaron entre impotentes y resignadas cómo un equipo con pocas ideas y menos juego peleaba de tú a tú con el colista de la categoría. Un Castellón que ni siquiera con un hombre más quiso ganar el partido y sólo reaccionó cuando encajó el gol de Mejía para buscar el empate como si la igualada le sirviera de algo.

Cuando en la grada se hacían las cuentas de la lechera, el cántaro se rompió en el último suspiro con un certero cabezazo de Ulloa en el corazón del área recibido como un mazazo en el graderío. Nadie estorbó al pasador, nadie molestó al rematador, el balón acabó en el fondo de las mallas y el Murcia sumó otro partido más sin ganar en la Nueva Condomina.

Caprichosamente, gracias a la diferencia de goles y a los aplaudidos tantos del Recreativo en Salamanca, los locales durmieron el domingo fuera de los puestos de descenso. Un punto de quince posibles ha bastado para obrar un espejismo matemático incapaz de engañar a nadie en su sano juicio. Un punto que no convenció a los cabizbajos seguidores pimentoneros que abandonaron el estadio para perderse en el atasco de todos los domingos después de ver fútbol con cuentagotas y empatar con el colista con la certeza de que, de aquí al final, toca seguir caminando en la tormenta con la duda más que razonable de que el sol vuelva a salir.

Lo único positivo es que, pese a su desastrosa temporada, el equipo todavía depende de sí mismo para escapar del pelotón de los torpes. Algo que, lejos de tranquilizarme, me tiene bastante preocupado.