Al principio el equipo no ganaba ni en casa ni fuera por lo que se prescindió del entrenador. Con la llegada de González al banquillo sumó algún triunfo en la Nueva Condomina pero seguía sin vencer a domicilio. Más tarde se invirtieron las tornas y ganaba fuera pero perdía en casa. Ahora estamos como al principio de esta nefasta campaña. El Real Murcia no es capaz de ganarle a nadie, ni dentro ni fuera, ni en casa ni lejos, ni a buenos ni a malos. La reiteración en la derrota le ha devuelto a la cruda realidad de la zona roja de la tabla, a la pesadilla de los puestos que condenan al descenso.

Como los naúfragos del desierto, los pupilos de González han estado caminando en círculo durante jornadas para regresar desorientados a la casilla de salida cada vez con menos agua en la cantimplora y menos esperanzas en los corazones. Cada vez más hundidos en arenas movedizas, en un barro en el que Natalio aseguró que sabían luchar.

Con todo, lo más grave no son las cuatro derrotas consecutivas, tres de ellas contra rivales directos a los que no ha conseguido marcar un solo gol, sino la escasez de juego y de ideas de un grupo que se hunde sin que nadie parezca capaz de solucionarlo. Cualquier equipo mediocre es un obstáculo insalvable en el camino y un conjunto desahuciado por muchos como el Real Unión fue capaz de pintarle la cara y derrotarle por dos a cero: pifia de Elía y descabello de Britt en el tiempo de descuento incluidos.

De nada vale recordar que Descarga debió ser expulsado un par de veces en la primera mitad antes de que su entrenador, con buen criterio, lo mandara a la ducha antes de que lo hiciera el colegiado. El Murcia está donde está por deméritos propios.

Lo peor es que, como dijo Groucho Marx: "Estábamos al borde del abismo, pero dimos un paso adelante".