No todo es muerte en torno a uno de los ecosistemas más vulnerables del fondo del Mar Mediterráneo: las praderas de Posidonia Oceánica. Un reciente estudio ha constatado que el aumento de la temperatura del agua, provocada por el cambio climático, induce la floración de estas plantas y, por lo tanto, su reproducción.

«Este hecho nos permite ser optimistas, aunque no excesivamente, ante la situación de declive de esta especie», explica Juan Manuel Ruiz, investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO) de San Pedro del Pinatar, y primer autor del trabajo.

En el estudio han colaborado, además del IEO, la Stazione Zoologica de Nápoles, la Universidad de Barcelona y el Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC), y se ha prolongado durante los últimos tres años.

La Posidonia es un hábitat milenario que representa la base del funcionamiento del ecosistema marino costero del Mediterráneo.

El optimismo relativo se basa en que lo visto en el laboratorio hace pensar que estas plantas marinas podrían tener una mayor capacidad de respuesta ante el calentamiento global de lo que se había pensado hasta la fecha.

Sin embargo, «sigue habiendo incógnitas, como ver la viabilidad de las semillas y su resistencia al calor a más largo plazo», apunta Ruiz, quien comenta que en 2015 comenzaron los primeros experimentos en el laboratorio y «éste es uno de los resultados más llamativos».

Para la investigación, que se desarrolló en el IEO de San Pedro del Pinatar, utilizaron plantas de la costa de Cataluña recolectadas a seis metros de profundidad, acostumbradas a aguas más frías que las de la costa murciana, por ejemplo. De hecho, en los últimos 20 años apenas se ha visto a la pradera 'catalana' florecer, mientras que en la murciana es más habitual.

El contexto natural en el que se basa esta hipótesis es que las olas de calor son cada vez más frecuentes, con un nivel de temperaturas absolutas máximas de 2-3ºC por encima de la media. Y el tiempo durante el que estas olas se mantienen se prolonga cada vez más.

2015 fue un año muy cálido y aparecieron flores tanto en las plantas del laboratorio (que fueron expuestas durante seis semanas a un estrés térmico similar al que experimentan en el mar durante las olas de calor), como en el fondo marino de Cataluña.

«Una considerable proporción de las plantas expuestas al calentamiento experimental en el laboratorio habían florecido, al contrario que las plantas mantenidas a una temperatura normal, en las que no se desarrolló inflorescencia alguna», subraya el biólogo.

La conclusión, por tanto, es que la Posidonia es capaz de resistir variaciones de temperatura bastante altas más de un mes. Y, en este comportamiento, nada ha tenido que ver la componente genética, puesto que en ambos casos las plantas compartían las mismas características.

Ruiz manifiesta que en estos momentos no importa tanto la cantidad de semillas que se pueden producir en estas floraciones como si en las mismas ya se está produciendo una reconversión genética, porque «esa es la condición básica para que cualquier especie pueda sobrevivir, adaptándose a las nuevas condiciones del medio ambiente».

Los que sobrevivan serán individuos con nuevos genes más resistentes a las altas temperaturas.

Diez grados de diferencia

Diez grados de diferenciaPero no todo es homogéneo en las praderas de Posidonia oceánica del litoral mediterráneo español, que ocupan algo más de 1.000 kilómetros cuadrados (cien de los cuales están en la costa murciana). En Baleares, por ejemplo, se ha constatado que a más temperatura hay más mortandad de las plantas, y entre las causas que se barajan figura la profundidad en la que viven. Las especies que viven a menos profundidad están más acostumbradas al calor.

Además, entre una punta y otra del Mediterráneo hay temperaturas con 10 grados de diferencia «y eso fuerza el comportamiento de adaptación local» al cambio climático.

En cualquier caso, este estudio pone algo de luz sobre el negro futuro que en anteriores investigaciones se había cernido sobre este ecosistema. Trabajos que demuestran que el incremento de las temperaturas está implicado en una mayor mortalidad de la pradera, hasta el punto de que algunos autores han predicho el declive de sus poblaciones en las próximas décadas.