Es prácticamente imposible borrarle la sonrisa. Quizá después de más de veinte años haciendo reír a los demás los músculos de su cara no le dejan cambiar el gesto. Solo cuando se le pregunta por la delicada situación que atraviesa alguno de ‘sus’ niños, a Pepa Astillero le cambia el rostro. Y es que, aunque asegure que una vez que sale del hospital es «necesario» dejar de ser payaso y que no puede llevarse los problemas de los demás a casa, cuando habla se le nota que vive para lo que hace; que siente de verdad esa sonrisa que siempre lleva puesta y que su pasión, su objetivo en esta vida, es ayudar a esos pequeños en situación vulnerable.

Natural de Badajoz (1965) y cuarta de los siete hermanos de una «familia nómada», llegó a Murcia con cuatro años arrastrada por el trabajo de su padre, director de Galerías Preciados. Y aunque las mudanzas no se detuvieron a orillas del Segura -se trasladaron posteriormente a Alicante, Valencia y Madrid-, cuando tuvieron la oportunidad de elegir un lugar en el que echar raíces ninguno dudó demasiado: «Cuando mi padre llegó al final de su vida laboral tuvo la oportunidad de elegir el sitio en el que quería jubilarse, y todos queríamos Murcia. Teníamos una vinculación muy estrecha con esta tierra y esta zona porque durante toda la vida hemos veraneado en la Torre de la Horadada, y es aquí donde más tiempo habíamos vivido, donde teníamos a nuestros amigos y donde realmente estaban nuestros vínculos».

Pero, para entonces, para cuando Pepa regresó a la Región, un poder «mágico» se había apoderado de ella. «Tendría once o doce años y fui con mis padres a ver un espectáculo infantil a Valencia. Recuerdo que ese fue el momento en el que me di cuenta de que quería ser artista y dedicarme al mundo de los niños», explica. Sin embargo, como ella bien dice, la vocación es algo con lo que se nace, «que está en tu sangre, en tu energía»; y si algo tenía la pequeña Pepa era energía. «Mi madre decía que cuando Pepa estaba quieta es que algo pasaba. Yo siempre he sido muy inquieta, de mucho fantasear, de creer en las hadas, en todo ese mundo onírico infantil».

Pero tuvo que regresar a Murcia para potenciar esas cualidades innatas con las que la vida la había dotado y que en el seno de una familia tradicional, en aquellos años, suscitaba ciertas dudas. «Mi padre era amigo de Juan Ignacio de Ibarra, entonces director de la ESAD. Yo hacía COU por las mañanas, y finalmente me dejaron estudiar Arte Dramático por las tardes. Aunque al poco de empezar me dejé COU y me lo dejé todo por esto...», recuerda con sorna. Y es que, «cuando uno abraza y encuentra su potencia es como que de pronto todo va en equilibrio, como que todo fluye».

Sus primeros pasos en el mundo de la interpretación los dio con Fábula, Teatro Infantil, con Juan Pedro Romera, pero no fue hasta un viaje a la Expo de Sevilla del 92’ cuando, por fin, encontró su camino -y a su maestro-. «Nos hablaron de un director holandés de clown; y a mí los payasos no me gustaban -al menos no el que conocía entonces-. Pero en ese momento yo buscaba algo que no sabía qué era, así que nos fuimos [Aten Soria, Marta Carbayo y ella misma]a Barcelona a hacer un curso, y allí conocí a Eric De Bont. Fue un choque total, de estos de decir: ‘Ésto. Ésto es lo que yo quiero hacer’.

Ese payaso inocente, naíf; un payaso que no juzga, que parte casi de las potencias de uno mismo; que vive la alegría, la ingenuidad». Y es que esa es la magia del clown, un personaje que ve la vida con la mirada de un niño, como si viviera en una constante primera vez. «Como decía Eric, al clown le llega un impulso y... -pausa, pausa, pausa-..., y lo devuelve; y eso es lo que hacemos en el hospital, trabajar sin la cuarta pared. Por eso en esas habitaciones creamos lo que nosotros llamamos ‘microespectáculos a la carta’: el payaso entra, propone con su pareja, pero es el niño el que da el siguiente impulso, y van creando juntos. Por eso podemos llegar al alma de los niños y nos podemos adaptar a su estado», explica.

Por supuesto, Pepa se refiere a los payasos de hospital, a Pupaclown, y a esa labor tremenda que la asociación lleva realizando durante casi veinte años en el Hospital Universitario Virgen de la Arrixaca de Murcia; labor que el pasado 6 de octubre les valió para alzarse con el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud y que tuvo su germen en un congreso médico en el Hospital Son Dureta de Mallorca. Allí acudió Miguel Ángel Gutiérrez Cantó, en aquel momento jefe de Cirugía Pediátrica de la Arrixaca.

«Él fue un gran profesional -falleció el año pasado- muy preocupado en humanizar la salud y mejorar la calidad asistencial de los niños ingresados, y en estas jornadas conoció el trabajo de La Sonrisa Médica, una entidad de payasos de hospital de Palma. Entonces, cuando se enteró de todos los beneficios que tenían, de que la gente se quejaba menos, que los niños entraban con menos ansiedad y estrés a los quirófanos, volvió a Murcia y dijo: ‘Ésto hay que hacerlo aquí’». Casualidades de la vida, Gutiérrez Cantó le comentó la experiencia a Pepe Ruiz Jiménez, que había sido director del hospital infantil y vecino en la Torre de la Horadada de Pepa, quien no dudó en lanzarse a los pasillos de la Arrixaca con su amplia sonrisa y su nariz de payaso; «pero pronto nos dimos cuenta de que no estábamos preparados para realizar esta labor», reconoce Astillero.

En un hospital tan grande como la Arrixaca, buena parte de los niños ingresados sufrían problemas mucho más graves que simples fracturas, así que decidieron alejarse; pero solo para tomar carrerilla, para prepararse en otras disciplinas necesarias para el trabajo en el hospital como son la psicología, la antropología de la enfermedad, el acompañamiento a terminales, duelo... Y hoy, los Pupaclown son parte del equipo médico. «Desde la dirección del centro, supervisores, enfermeros, médicos, cirujanos..., han tenido la generosidad de respetarnos y de admitir que ésto es una profesión, hasta el punto de que el payaso tiene los expedientes de todos los niños, y eso es importantísimo para poder trabajar con ellos y con la familia. Cuando tu sabes cómo ha pasado el niño la noche, en qué fase de la enfermedad está, qué tratamientos le van a dar, puedes actuar en consecuencia, y es un trabajo conjunto precioso. Llegó un momento en que decíamos que ellos curaban lo físico y nosotros curábamos el alma; porque la persona no solo es un cuerpo físico, dentro hay un alma y hay una energía, y nuestra misión es crear esperanza».