¿Cuándo empieza en España a tomarse conciencia sobre esta disfunción cognitiva desde el punto de vista de la investigación?

En nuestro país se empezó a investigar sobre el aprendizaje de la lectura entre las décadas de los 80 y de los 90, unas décadas después que a nivel internacional. Y la clave era establecer una relación causa-efecto entre el desarrollo de la conciencia fonológica y la lectura. Y de esa investigación se deriva cómo enseñar a leer, cuál es la forma más adecuada. Y las teorías más importantes sobre las causas de la dislexia.

¿Se han llegado a aplicar los resultados en la educación?

Sí, alrededor de las investigaciones se ha ido cambiando la educación, pero como siempre, en España, tarde; y no llega a extenderse a toda la población aunque tenemos una ley que lo ampara. Es un tema complejo, porque si fuera sencillo los maestros lo tendría muy asumido

¿Dónde radica esa dificultad?

Sobre todo es difícil distinguir si el problema de lectura del niño es a causa de una dificultad neurológica o se debe a un retraso madurativo o a una falta de interés del menor por aprender o de medios. Y falta el impulso de la Administración pública de extender la formación de calidad. Hay ya muchas investigaciones, como el proyecto 'Leeduca', del que formo parte, con avances importantes y con suficiente material, que se pueden transmitir fácilmente a los maestros para que lo apliquen en el aula, con ejercicios según la dificultad, para que no se den palos de ciego en el tratamiento.

¿Sufren mucho familias y niños hasta que se detecta el problema?

Sí, porque conlleva una fuerte carga emocional, tanto en los niños como en las familias. Los menores se sienten como unos perdedores, como unos retrasados, no entienden cómo no avanzan en la lectura como el resto de sus compañeros, porque además, en otras asignaturas no tienen problemas. Y muchas veces los padres hasta se conforman con que se entienda que sus hijos tienen esa dificultad. Hay niños que con suficiente apoyo emocional son capaces de salir adelante y otros que, sin él, sencillamente tiran la toalla, se esconden y lo pasan muy mal.

¿En qué sentido tiran la toalla?

Si sólo les llegan mensajes de que no se está esforzando lo suficiente tienden a aislarse; empiezan a leer menos, lo mínimo, y eso es echarse más piedras en la mochila. Porque cuanto menos se lee menos se mejora en la lectura. El que tiene dificultad desde el principio con la lectura está en una desventaja que si no se ataja a tiempo va a ir creciendo y le aleja más de su compañero.

¿Hay grados en la dislexia?

Sí, no siempre es igual de grave, hay una graduación. Los que llevan dos años de retraso en la lectura suele afectar al diez por ciento de la población escolar, según un estudio que hicimos nosotros en Molina de Segura en 2011, y curiosamente ha dado los mismos resultados en uno que hicieron entre la misma población escolar, de 2º, 4º y 6º de Primaria, en Málaga. A partir de ahí fue cuando empezamos a trabajar en este proyecto 'Leeduca' en el que colaboran maestros, logopedas, investigadores de la universidad, etc.

Hay muchos casos de menores con dislexia que han logrado terminar una carrera universitaria. ¿Qué papel juega la detección precoz?

El más importante y marca una diferencia total, ya que, por ejemplo, en el plano emocional eliminamos el problema, pues el niño no sufre y no se da cuenta de que tiene esa dificultad. Y si es consciente, va a ser comprendido desde el primer momento. Y el resto de los problemas se suavizan, pues si es una alteración neuronal no se le puede curar, pero hará que aprenda a leer con cierta seguridad, llegará más lejos por la parte cognitiva. El tratamiento precoz conlleva un éxito mucho mayor y está más que demostrado científicamente. Y tanto a los padres como a los niños les quitamos un gran sentimiento de culpa.