«Es impresionante la reacción de la gente. El mexicano tiene un corazón inmenso y lo está demostrando», sentencia Óscar Piñero, actor natural de Beniaján que lleva un lustro viviendo en Ciudad de México. Es uno de los 197 murcianos que hay censados en el país golpeado por el seísmo.

«Estuvo muy fuerte la cosa, no terminamos de recuperarnos del susto», señala el intérprete, que apunta que «sonó la alarma sísmica a la vez que comenzó a temblar». «A la gente le pilló dentro de sus casas, de las oficinas y las escuelas», manifiesta.

Piñero, que trabaja actualmente en las funciones Billy Elliot y La verdad de los domingos, tranquilizó a sus amigos murcianos vía redes sociales al poco de producirse el terremoto. «En Ciudad de México hacía casi dos años que no temblaba... ahora llegó con todo», escribía el joven en su Twitter.

El actor recuerda que, al principio, «no había manera de comunicarnos». «Ni las televisiones ni los equipos de rescate y ambulancias podían llegar a cubrir todas las zonas afectadas».

Por otro lado, el escritor ciezano Pascual Salmerón Lucas, afincado en el estado mexicano de Jalisco desde principios del año 2003, se libró por los pelos del terremoto que aconteció en el país azteca. Unas horas antes llegaba a Cieza, donde va a pasar sus vacaciones y ya por la noche, mientras tomaba un café con unos amigos, su móvil se llenó de mensajes que le informaban del seísmo. Le dijeron que, aunque se había notado con intensidad, su casa permanecía intacta.

Otro murciano que vivió allí el seísmo fue Amalio Fernandez-Delgado Reverte. «Nosotros vivimos en el barrio de Polanco y en una casa nueva y baja, por lo que aquí el terremoto se notó muy fuerte, como una sacudida. Fue una sensación que empieza como un mareo (dicen que las ondas sísmicas producen esa sensación) y continua con un sonido grave que va creciendo como un rugido y el suelo, y las paredes comienzan a moverse», relata.

Agrega que «nuestro perro llevaba un rato muy nervioso, ladrando como un loco», así como que «a lo lejos escuchas las sirenas de la alarma antisísmica de la ciudad, y te da tiempo solo a coger las llaves y bajar las escaleras hasta la calle».

«A partir de ese momento, viene el silencio. No es real, porque sigue habiendo ruidos, pero nada comparable al rugido que acabas de vivir, y empiezas a pensar en las personas que te rodean», explica el hombre.

Asegura que «los mexicanos sonríen y se animan unos a otros». «Dentro de unos días, para ellos solo será un mal recuerdo, y mucho dolor para los que han perdido a alguien», puntualiza.

Se da la circunstancia de que una de sus hijas, también murciana, acaba de vivir el paso del huracán Irma, en República Dominicana, y ayer estaba a la espera del María. «A ver si ya nos vamos normalizando», pide su padre.

También está en México Álvaro Ballester, un joven de 27 años de Algezares que está haciendo prácticas en la Consejeria de Educación de la Embajada de España en México y reside en Ciudad de México. «El terremoto me pilló trabajando, no pudimos escuchar la alerta sísmica, notamos el terremoto y empezamos a salir de la Consejería», narra.

«El temblor era tan fuerte que, al intentar salir, casi nos tiraba al suelo. Cuando salimos al patio vimos el edificio de enfrente moviéndose una barbaridad y la fachada de cristales que tiene empezó a desprenderse y caían los cristales al suelo», asevera.

Así, «la calle entera empezó a oler a gas muchísimo por algún escape. Después salimos a una zona más abierta, a la avenida insurgentes, y todo era un caos: la gente intentaba llamar a sus familiares... pero no había señal».

«Esa noche la pasé en casa de unos amigos porque la mía ha sufrido daños y no era seguro estar ahí. Esta mañana (por ayer) hemos ido a comprar medicamentos para llevarlos a la gente afectada. Ha sido terrible», cuenta.