«Cuando fui al Colegio de Odontólogos a reclamar por lo que me habían hecho en la clínica, había cola. Y había un señor que decía que, si no le solucionaban el problema a su mujer, iba a coger una lata de gasolina y le iba a pegar fuego a todo». Es lo que recuerda Mª Carmen que ocurrió cuando se personó en el Colegio a contar lo que le había pasado. Y lo que le pasó es que ella (como tanta gente «mileurista», comenta) acudió a arreglarse la boca a una franquicia. «Fui por tres empastes y una muela que tenía», relata esta murciana, «y, si sigo yendo, me dejan sin dientes».

Le colocaron, rememora la murciana, «unos empastes malísimos, de un material que raspaba. Yo creo que salían a la carretera y hacían allí la masilla», manifiesta. Como veía que algo no funcionaba, después de la primera vez que se los pusieron, «volví. Y quisieron arreglármelo. Según ellos, el mejor dentista. Me decían ‘Mª Carmen, te lo va a hacer el mejor’. Y, a los dos días, tenía los empastes en la boca otra vez».

La mujer reclamó y está en plena batalla. «Me tuve que ir a otro dentista y me tuve que volver a gastar el dinero», apunta. A su juicio, en estas clínicas en teoría baratas «están aprovechándose de la gente». «De los que tenemos una paguica de mil euros», dice.

Esta murciana no ha tirado los empastes todavía. «Los llevo en el bolso, liados con papel Albal, por si sirven de algo».

«Estaban comiendo chicle»

Otra mujer que sabe lo que es pasarlo mal después de sufrir un estropicio en la boca es Raquel. Ella también ha puesto su caso en manos de un abogado. «No puedo comer bien», explica. Rememora que en la clínica la tuvieron «sin prótesis, con los implantes al aire por casa, porque tenían que arreglarlos y tardarían seis horas. Y, cuando fui a por ellos, las personas que me los pusieron iban sin guantes ni mascarilla, comiendo chicle encima de mi boca».

«Luego me metieron las manos dentro. Me quejé a una empleada de allí y me dijo que eran nuevos, que les faltaba práctica. Me quedé sin palabras. Las personas que trabajan allí yo no sé si tienen titulación o no, discutían entre ellos», apunta la mujer, residente en Elche (Alicante).

«Después de diez meses, me pusieron los implantes definitivos. Todo esto, llamando todos los meses, porque no podía comer casi y tuve una anemia importante. Cuando vi lo que me pusieron... era lo mismo, una prótesis de resina, pero con alguna pieza más, en la cual se mete comida cada vez que como. Es muy incómodo y nada higiénico», cuenta.

Raquel lleva tres años luchando. Admite que sigue «un tratamiento por ansiedad, porque la vida te cambia, y mucho». «Esto nadie lo sabe hasta que lo pasa», lamenta la mujer, que organiza, para el mes que viene, una manifestación de protesta.