Las nacras han desaparecido de las aguas de la Región. Este molusco, bajo el nombre científico de Pinna nobilis y considerado como el más grande del Mediterráneo, se ha dado por extinguido no solo en el ecosistema submarino murciano, también en Andalucía, Comunidad Valenciana o Baleares.

La causa de su desaparición no es la pesca de arrastre, el anclaje de embarcaciones, la contaminación o la extracción ilegal con fines decorativos, sino un protozoo parásito que destruye la glándula digestiva de los individuos, muriendo al poco de ser infectados. Se sabe que pertenece al género Haplosporidium, pero se desconoce la especie en concreto.

Tradicionalmente, las conchas de esta especie eran cogidas por las personas como mero trofeo para decorar las paredes o utilizarlas como cenicero.

Aunque se barajan hipótesis, también se ignora cómo llegó este parásito: «Quizás lo hizo como otros animales invasores, traídos por barcos, en aguas de lastre, por acuicultura. Hace un par de décadas se produjo un episodio de mortalidad masiva de ostras producido por un parásito de este mismo género. En ese caso llegó por acuicultura y aún no se ha recuperado totalmente, pero no se puede afirmar que en el caso de las nacras sea por esa razón», afirma la oceanógrafa Laura Royo.

En la zona de Isla Grosa, donde habitaban gran parte de estas especies de la Región ni siquiera quedan. Desde Ecologistas en Acción, Rubén Vives indica que la situación «no pinta bien», ya que no es un problema que se pueda controlar tan bien como las especies que habitan en tierra: «Al tratarse de un ecosistema marino en el que las aguas están conectadas, todas las especies pueden resultar infectadas». Vives afirma que «aunque actualmente en la Región no hay especies de nacra», sí que se pudieron identificar «varias especies en aguas someras del Mar Menor».

Especialistas en este molusco de todo el país se reunieron el pasado marzo en el Instituto Español de Oceanografía (IEO), cuya sede se encuentra en Palma de Mallorca, para compartir datos de las preocupantes cifras. En dicho encuentro se dio por hecho que la mortandad de la nacra se ha ido extendiendo desde el sur al norte del Mediterráneo. La barrera del parásito fulminante, hasta el momento, se ha situado en el Delta del Ebro, donde parece ser que tofavía hay un número suficiente de especies.

Para combatir contra el protozoo y dar con la solución, la oceanógrafa Royo asegura que este parásito «se mueve a través de las corrientes marinas» pero las corrientes no se pueden parar de ninguna manera: «No hay forma de pararlo ni se pueden aplicar medicinas porque no puedes ir nacra por nacra. Nuestra esperanza es que viva alguna nacra. Eso significaría que su sistema inmunológico es resistente a la infección. Si hubiera unas cuantas resistentes en una población, una vez soltaran sus gametos podría haber larvas que se asentaran. Pero eso no lo veremos hasta dentro de unos dos años, pues las larvas, durante el primer año, se quedan suspendidas en la columna de agua durante unas tres semanas para luego asentarse sobre una pradera de posidonia o una zona arenosa». Su tamaño durante el primer año de vida es tan pequeño que no se pueden ver, por lo que, como afirma Royo, hay que esperar al segundo. Es por eso que «transcurrirá mucho tiempo hasta que sepamos qué ocurre realmente con la población de Pinna nobilis, si se recupera o no».

«Nunca nos hubiéramos imaginado que algo así podría pasar, que un bicho microscópico podría afectarlas de esta manera y creara una mortalidad masiva, tan bestial», lamenta. «Cuando bajas a bucear te encuentras con un cementerio de nacras. Las ves tumbadas; algunas siguen de pie, pero están vacías. Es muy impactante verlo. Parecen lápidas en el fondo del mar», confirma la oceanógrafa.

Como consecuencia final, una desaparición o extinción total en todo el Mediterráneo supondría «el fin de las nacras, pues las que hay en estas costas son endémicas. No las hay en ninguna otra parte. Hay otra especie, la nacra de roca ( Pinna rudis), más pequeñita, que aun siendo del mismo género no está sufriendo la infección. Todas estas nacras de roca del Mediterráneo están sanas y no corren ningún peligro. Es muy curioso», concluye Laura Royo.