Nervioso, desorientado, alicaído: ese es el nuevo Constantin Stan. Constantin fue detenido, junto a su compatriota rumano Valentin Ion y el valenciano Juan Cuenca, por su implicación en la muerte de Ingrid Visser y su pareja Severein Lodewijk. Finalmente, Constantin fue condenado a seis meses de prisión por encubrimiento, pero el tribunal popular no halló argumentos para condenarlo por asesinato.

Ciertamente, sus compañeros en la Casa Colorá aquella infausta tarde de mayo de 2013, Valentin Ion y Juan Cuenca, avalaron siempre la ´coartada´ de Constantin: él andaba bebiendo y fumando en la planta de arriba mientras ellos perpetraban el crimen en la planta de abajo.

Constantin niega que, como afirma la sentencia, participara en el desmembramiento de los cuerpos. Solo se considera culpable de haber limpiado la casa, ayudado a sepultar las bolsas con los pedazos en el huerto de Serafín de Alba y no haber acudido a las autoridades. Es un encubridor confeso y arrepentido, pero no un asesino.

Esta semana se ha paseado ante las cámaras de la televisión pública murciana. Tras cinco meses desde que se leyera el veredicto, Constantin ha roto a hablar. Se muestra circunspecto; muy lejano de aquella imagen en la que, a la salida de los juzgados de Molina de Segura, se permitiera sacarle la lengua al fotógrafo desde el vehículo policial. Muy lejano de esas maneras hoscas que desplegó en el juicio. Ahora afirma, con aire bonachón, que él no es un monstruo. Afirma, en su torpe castellano, que fue engañado por Juan Cuenca y, sobre todo, por su compatriota Valentin. Le dijeron que marchaban a Madrid a hacer unos trabajos. Y aparecieron en Molina de Segura. Eso sí, andaba bien pertrechado de whisky, la bebida que dice haber consumido en la casa maldita de El Fenazar.

Le falta una pizca de arrojo para manifestarse una víctima de la justicia española. Y tal y como se produjo el desenlace, no podría uno escandalizarse: fue condenado a seis meses de prisión y había pasado ya más de tres años entre rejas. Sin embargo, mantiene la templanza suficiente para no decirlo. Con esa apariencia apacible que concede la combinación de papada y alopecia, y una perilla rubia bien perfilada, proclama que Juan Cuenca y, sobre todo, Valentin Ion le han arruinado la vida.

Queda en la retina de quienes siguieron el caso aquella imagen, cuando se leyó el veredicto, de Constantin llevándose las manos a la cabeza, de pura sorpresa, los ojos inyectados en lágrimas de inopinada alegría. Sin embargo, se pregunta uno, si tan difícil veía salir limpio de los asesinatos, ¿por qué no se avino a una confesión pactada, como se le ofreció antes de comenzar el juicio? Tanto Juan Cuenca como Valentin Ion dieron el beneplácito al acuerdo - de hecho, acabarían confesando en la Sala - , fue por culpa de Constantin y Serafín que el acuerdo no se consumara.

Desde aquel veredicto, Constantin es, oficialmente, el hombre que no mató a los holandeses. La calle, claro, hace sus juicios paralelos a los de la oficialidad. En todo caso, sus compañeros de andazas desfilaron tras aquel veredicto hacia la celda que los acogerá durante los siguientes lustros, mientras que a él procedieron, en aquel mismo instante, a liberarlo de los grilletes que aherrojaban sus muñecas.

Muestra, y no es de extrañar, un gran agradecimiento por su abogado, Melecio Castaño. El letrado murciano se sabía frente a un caso más que dificultoso, pero no se arredró y según se sucedían las jornadas del juicio, confiesa, iba ganando confianza en que no se había probado la implicación de su defendido.

Constantin dice de Juan Cuenca que es un monstruo hiperbólico: «un supermonstruo». Relata que cuando bajó de la planta de arriba, donde el alcohol lo mantenía sumido en el sopor, se encontró con los cadáveres de Ingrid y Severein; se hizo entonces un silencio denso.

Allí andaban los tres inquilinos de la Casa Colorá con los dos cuerpos inertes ante ellos, sin que nadie dijera esta boca es mía. Entonces, según Constantin, su compatriota procedió al desmembramiento. Cuando, poco después, regresaban a Valencia, cuenta que Juan Cuenca colapsó emocionalmente y rompió a llorar. Incluso los supermonstruos, parece, se conmueven.

Disculpas a la familia

Juan Cuenca ha comparecido recientemente, por videoconferencia desde la prisión de Villena, en relación con el recurso que ha presentado el Ministerio Público. El supermonstruo reiteró su arrepentimiento. Tampoco Constantin tiene empacho en declarar su arrepentimiento por su participación en los hechos; afirma haberse disculpado ante la familia durante el juicio. «Sorry», tuvo opción de decirles.

El recurso considera que el tribunal popular no tomó en consideración indicios claros de la participación de Constantin en el doble crimen.

Durante su alegato final, la fiscal ya se encargó de recordar que Constantin había contactado con Cuenca los días posteriores a los hechos para exigir el dinero que le debía. ¿Cuáles eran los servicios que habían motivado tal deuda?, preguntó la fiscal, Verónica Celdrán. Tampoco el reloj hablaba a favor de Constantin, subrayó el Ministerio Público: los posicionamientos de los móviles revelaron que Stan mintió, pues el trío no salió de Valencia por la mañana, sino al mediodía; así pues, Stan tuvo poco más de una hora para beber antes de que la pareja holandesa apareciera por la casa.

A Constantin, sin embargo, no parece preocuparle el recurso; solo quiere dinero para regresar a su país o a Francia, al que ahora considera su país de adopción por ser donde ha fallecido su esposa. Se muestra agradecido con Jesús Abandonado, que le brinda cada día la posibilidad de comer, de asearse, de dormir bajo techo. De hecho, Constantin había pedido dinero a los medios a cambio de sus declaraciones, pero nadie entró en su juego. Ahora declara gratis et amore. ¿Por qué?, le pregunta el periodista, ¿por qué hablar ahora, tras cinco meses de finalización del célebre juicio? Porque quiere limpiar su imagen, reparar su honor. Se percibe señalado, la gente dice cosas de él. Constantin limpió la casa donde dos personas habían sido asesinadas a golpes y descuartizadas y marchó a sepultar las bolsas con los pedazos dentro. Después marchó a Valencia y siguió con su vida.