¿De dónde surge su vínculo con Beteseb?

La asociación Beteseb solicitó colaborar en la misión en la que estaba destinado tras conocer mis publicaciones sobre Etiopía en la revista Mundo Negro. En seguida vimos lo comprometidos que estaban con la realidad del país, seguramente debido a que sus integrantes han estado en él y han conocido su situación de primera mano. Gracias a las actividades que organizan a lo largo del año, como conciertos, mercadillos y otras acciones solidarias, consiguen recaudar fondos para colaborar con las ONG y trabajadores sobre el terreno. Con estos fondos se ha financiado el desayuno de los niños de la escuela, se ha mejorado la biblioteca, se ha financiado el transporte de enfermos y se ha colaborado en la construcción de un tanque de agua. Nosotros, como contraprestación, plantamos árboles cada año para contribuir a mejorar los recursos naturales de la zona.

¿Cuál es el la situación actual de Etiopía?

Etiopía está cambiando. Aunque ha sido considerada históricamente como uno de los países más pobres del mundo, en los últimos años está viviendo una transformación exponencial gracias a las grandes inversiones en infraestructuras promovidas por China, Japón e India, las cuales suponen más del 40% de su PIB. Nuevas carreteras, puentes y líneas de ferrocarril dibujan un mapa hasta ahora desconocido. La antigua Addis Abeba de chabolas de barro y láminas de madera y zinc será pronto un recuerdo. En estos momentos, todo el centro de la ciudad se encuentra flanqueado por altos edificios y nuevas construcciones impulsadas por el plan de reurbanización de la capital.

¿Entonces ¿es un buen momento para visitar el país?

En realidad se trata de un cascarón brillante que podría estallar en cualquier momento. Esta Etiopía se ha convertido en uno de los países emergentes de África en términos macroeconómicos pero su progreso ha ido acompañado de la desaparición de las libertades políticas y de un mayor debilitamiento de las capas bajas de la sociedad. Los tigrinos, una de las 80 etnias que conviven en Etiopía, domina en la actualidad la escena política en una dictadura apoyada por Estados Unidos que declaró el pasado octubre el estado de emergencia y que ejerce el poder con mano de hierro. En la otra punta del espectro, en el vagón de cola de la sociedad etíope, se encuentran los gumuz, una minoría casi desconocida cuya cultura se halla al filo de la extinción.

¿Quiénes son exactamente los gumuz?

Es el pueblo con el que he convivido la última década de mi vida. Cantera de esclavos para el resto de etnias vecinas hasta bien entrado el siglo XX, se les reconoce fácilmente porque son los más negros de todos. Una minoría despreciada y oprimida históricamente por el resto de sus compatriotas de piel más clara a los que ellos denominan ‘los shua’ (los rojos-pálidos).

¿Los despreciados de los despreciados?

Exacto, los más pobres de la Tierra. Aunque es el desprecio al que se han visto sometidos el factor que les ha permitido mantenerse aislados de influencias externas como la amarización, el Islam proveniente de Sudán o la evangelización ortodoxa, y lo que ha permitido conservar hasta ahora su peculiar y ancestral modo de vida.

Un modo de vida que según relata se encuentra a punto de desaparecer…

La amenaza inminente a la que se enfrenta esta comunidad no es la corrupción o la inflación, cuestiones de actualidad para otras etnias como la oromo o la amara que han visto morir a casi 1.000 miembros durante las protestas antigubernamentales del último año, pero que resultan ajenas a la mentalidad gumuz debido a que ellos nunca se han sometido a trabajos asalariados, ni han comprado en tiendas ni han usado el transporte público. El auténtico riesgo para ellos es la pérdida de sus tierras y por lo tanto la desaparición de un modo de vida basado en la agricultura de roza y quema. El Gobierno justifica esta situación dada la desesperada necesidad que tiene de alimentar a una población de cerca de cien millones de habitantes y por lo tanto de distribuir la tierra entre quienes le garanticen un uso más eficaz. Un pueblo que cultiva sus tierras con una pequeña azada manejada con una sola mano, que nunca ha usado maquinaria y cuya rutina depende en buena parte de los ritmos de la naturaleza, no ofrece precisamente el perfil más adecuado como candidato a gran productor de alimentos.

¿Qué es lo que hace tan especial a este pueblo?

La vida de los gumuz es rápida. Se casan jóvenes y mueren pronto. Pasados los 40 años ya son ancianos. Casi nunca visitan al médico y se dice que no enferman debido a su rica y variada dieta basada en sorgo, mijo y algunas verduras recogidas en el bosque. En verdad, su aspecto es rollizo y aparentan ser más saludables que sus huesudos vecinos del altiplano, aunque cuando les llega la enfermedad suele ser definitivo, puesto que normalmente no disponen de medios para costearse el hospital. La gente mayor no tiene una forma común y clara de referirse a los días de la semana o a los meses, lo que hace realmente difícil concertar una cita con ellos, ya que sólo pueden situarse con cierta precisión los días previos o posteriores al mercado. Otro aspecto muy especial de su sociedad es que no existen estratos sociales reconocibles ni diferenciaciones basadas en el rango, la ocupación o la procedencia. Tienen una lengua propia en la que no se contemplan palabras como ‘usted’ o ‘gracias’. Su religión está muy vinculada con la tierra y al hábitat que les rodea. Sus creencias y rituales garantizan la sabia conservación del medioambiente. Hombres y mujeres realizan la mayor parte de tareas agrícolas en común y la mayoría de instrumentos que utilizan en su vida diaria son de fabricación casera, siendo todos los miembros capaces de producirlos.

¿Nos encontramos ante la irremediable desaparición de un modo de vida?

Así es. Los cambios que no se han producido en 2.000 años se suceden ahora vertiginosamente. Sustituyen sus andrajos por camisetas de Beckham o Cristiano Ronaldo, made in China; algunos se desplazan en bicicleta y se pasean por las calles con radios y móviles en la mano. Empiezan a introducir cultivos nuevos, como el sésamo o los cacahuetes y a recurrir al dinero. La cultura gumuz se diluye a marchas forzadas en otra más amplia: la etíope, que a su vez forma parte de otra más global y que es la misma en Madrid, en Honk Kong y en Nueva York. Nuestro trabajo como misioneros consiste por lo tanto en acompañar durante el proceso e intentar conservar los valores más loables de este pueblo, como el sentido de unión a la naturaleza, la no discriminación social y la ecuanimidad en la distribución de tareas domésticas, y ayudar asimismo a abandonar otros rasgos más sombríos de su cultura, como la violencia en la resolución de sus conflictos o el matrimonio por intercambio de hermanas. Respecto a los antivalores que trae consigo una globalización supeditada a las leyes del mercado: consumismo, pérdida de identidad o la institucionalización del crimen, las cartas están echadas. La conexión con el resto del mundo ya se ha producido. Sólo el tiempo dirá si los gumuz lograrán salvaguardar los valores profundos de su cultura en este nuevo mundo al que se han visto obligados a incorporarse para sobrevivir.