Es jueves por la tarde. Mari Paz coge el teléfono y contesta; su voz suena apagada, muy alejada de la firmeza y la claridad con la que habla habitualmente. Está cansada, esa misma mañana había gestionado una agresión a una enfermera que la amenazaron de muerte. «Ver el dolor ajeno y el miedo cuando relatan la violencia que han sufrido es horrible», dice. Mari Paz Rodríguez es la coordinadora del Plan de Prevención de las Agresiones a los Profesionales de la Sanidad de la Región de Murcia. El año pasado atendió 221 agresiones a 279 sanitarios, un 19 por ciento más que en 2015. De estos profesionales 79 eran varones y 200 eran mujeres. Sólo se denunciaron 44 agresiones. «En 2016 ha habido un repunte de violencia en los centros sanitarios. Somos unos de los servicios de salud con más delitos de atentado de toda España», afirma Mari Paz.

El SMS achaca este repunte a que los usuarios no tienen conciencia de que están ante una autoridad pública, pero sí conocen que la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal ha despenalizado los gritos e insultos a las autoridades, a no ser que alteren el orden y el funcionamiento del centro sanitario. «La gente sabe que tiene más terreno para insultar y denigrar», comenta la coordinadora. «Cuando no hay denuncias por parte de los profesionales, no se ponen límites y aumentan las agresiones». El año pasado hubo 18 sentencias judiciales contra agresores del personal sanitario, con nueve condenas por delitos de atentado, cinco por delito leve de lesiones, otros cinco por delito de amenazas y ocho órdenes de alejamiento. El Sindicato Profesional de Médicos de la Región de Murcia (Cesm) pide que las condenas sean ejemplarizantes, además de algunas medidas para atajar esta lacra, como por ejemplo campañas de concienciación o aumentar los vigilantes de seguridad.

Mari Paz comenta que el perfil del agresor cambia cada año, pero que el de 2016 se concretó en un hombre mayor de 60 años y que no acepta las normas del centro. «Ocurre sobre todo en centros de salud y consultorios, y a profesionales de sexo femenino con gritos, insultos y amenazas verbales».

O denunciamos o la gente pensará que puede venir a insultarnos

María, enfermera

María es quien abre esta serie de testimonios de profesionales sanitarios agredidos durante su servicio y que tuvieron sentencias judiciales a su favor el año pasado. El alto coste psicológico que le supuso la violencia que sufrió cuando era enfermera en la Unidad de Medicina Interna del Morales Meseguer en 2012 le convierte en un caso especial. «Eres un profesional que cuida del paciente y nunca puedes llegar a entender por qué te agreden, qué lleva a una persona a lanzarse sobre ti, empujarte contra la pared y arañarte la cara», explica la enfermera. Esto ocurrió en una guardia nocturna en febrero de hace cinco años, cuando se dirigió a la habitación de un paciente con una compañera que le pidió ayuda. En el momento de entrar, la hija del paciente se encaró con ambas enfermeras argumentando que estaban tardando mucho en atender a su padre. Dos meses de baja y un mes y medio de asistencia psicológica fueron necesarios para recuperarse de las heridas y, en parte, del miedo de volver a trabajar de cara al público. «Al día siguiente del altercado, no se dictó una orden de alejamiento para la agresora y ésta podía volver al hospital a visitar a su padre. Aquello no podía entenderlo». María insiste en que los sanitarios deben denunciar para visibilizar esta lacra que les acompaña. «Se acaban preguntando que para qué van a denunciar si luego no pasa nada. Este inmovilismo tiene como consecuencia que la sociedad entiende que hay impunidad en estos casos y puede ir al médico a insultar si no están de acuerdo». La agresora, en el momento del juicio, alegó sufrir anomalía psíquica, lo que le valió para librarse de una falta de lesiones, pero no de ser condenada a una pena de prisión de seis meses por un delito de atentado

Denuncié a mi agresora para que la ayudaran internándola

Irene, celadora

En el Servicio de Urgencias del Hospital Reina Sofía, Irene trabajaba como celadora cuando le golpearon en la cabeza con una muleta. «Una paciente politoxicómana solía venir bastante a menudo a urgencias exigiendo ser ingresada y tratada. En una ocasión, acompañada por una unidad del Servicio de Urgencias de Atención Primaria (SUAP), empezó a insultar a los médicos. Me pidieron que la sacara a la calle para que se tranquilizara y, en ese momento, cuando ella estaba en una silla de ruedas, lanzó la muleta para atrás y me golpeó la cabeza». Irene la denunció convencida de que así ayudaría a la mujer, le daría un apoyo, obligándola a estar ingresada en un centro psiquiátrico. El juez la condenó a un año de tratamiento médico, tras considerarla autora de un delito de atentado. «Los celadores somos un colectivo muy vulnerable dentro de los profesionales sanitarios. Nos exponemos a pacientes que esperan entre 4 y 6 horas a ser atendidos y se enervan, sobre todo los familiares se vuelven más violentos». El año pasado, un total de 13 celadores fueron agredidos, 100 desde el 2009.

Te entra pánico, no puedes afrontar el trabajo de la misma manera

Margarita, pediatra

La pediatra del quinto testimonio habla para concienciar de la violencia que se vive dentro de esta profesión. No le gusta recordar su agresión, es desagradable y quiere olvidarla. Trabajaba en un centro de salud cuando la madre de un niño, descontenta con el tratamiento médico que había recibido éste por parte de otra pediatra, entró en su consulta y, sin conocerla de nada y sin mediar palabra, comenzó a golpearla, a darle puñetazos, hasta que cayó al suelo. El testimonio de Margarita refleja una vez más el daño psicológico que provoca recibir una agresión física. En ese momento pudo darle al botón antipánico que su vigilante de seguridad le enseñó unos días atrás. «Entró el guardia, la apartó de mi y llamamos a la Policía», cuenta la pediatra. En este caso vuelve a no haber una razón lógica de agresión. «Te entra pánico y no puedes afrontar el trabajo después de algo así, estuve un mes y medio de tratamiento psicológico y, sin embargo, no fui capaz de volver a ese centro, al mes me fui de allí por miedo». Pese a que la agresora tenía orden de alejamiento y fue condenada a 15 meses de prisión, la médico no podía evitar tener una mala sensación trabajando en el mismo lugar.

«Hay mucha más sensibilidad con las agresiones que antes»

Joaquín, médico

«Cuando cobre la siguiente nómina, compraré una pistola y me voy a cargar a tu jefe». Esta amenaza es la que le profirió el agresor de Joaquín en medio de la sala de espera de un centro de salud de la Región. «Este hombre llegaba a deshoras, sin volante, pidiendo medicación. Llevaba años amenazándome de muerte». El agresor, en una ocasión, empezó a golpear una de las puertas del centro; en ese momento recibió una denuncia, lo que le provocó aún más enfado y le llevó, en su siguiente visita, a lanzarse sobre Joaquín para pegarle, sin éxito. Llegó un punto en el que cada vez que venía, el vigilante de seguridad se colocaba a su lado para que no hubiera altercados», comenta el facultativo. Joaquín alerta de la falta de educación sanitaria de la sociedad. «No todas las dolencias se tienen que resolver medicándose continuamente». Recuerda con especial cariño a la doctora María Eugenia Moreno, médico del Centro de Salud de Moratalla asesinada en 2009. «Desde entonces se han cambiado muchas cosas a mejor y tanto la gente como el personal sanitario se han sensibilizado más».

Hay gente conflictiva que no acepta el consejo del médico

Federico, odontólogo

Federico es odontólogo en los centros de salud de Cieza y se define como una persona muy tranquila, casi inalterable. Ni siquiera le entró temor cuando sufrió amenazas de muerte por parte de un paciente mayor del centro que llevaba insultándole dos años. «Ciertas personas cogen fijación contigo por causas ilógicas. Este señor no es paciente mío, pero me amenazaba cada semana; en la última ocasión, me dijo que me pegaría 17 tiros», comenta Federico. El odontólogo explica que cada semana ocurre algún tipo de agresión verbal. El año pasado, más de la mitad de los profesionales agredidos trabajaban en un centro de salud; la cifra ha aumentado un 30 por ciento en comparación con las agresiones de 2015 en este tipo de instalaciones. Recuerda también cómo una señora con problemas sociales y familiares destrozó parte de una consulta. «Hay gente que no acepta lo que el médico le aconseja, y suelen ser pacientes conflictivos que hasta el guardia de seguridad los tiene fichados». Su agresor fue condenado como autor de un delito leve de amenazas y se le impuso una orden de alejamiento de 300 metros.