El GPS no localiza la casa, no tiene dirección registrada ni código postal, como si no existiera a ojos del mundo. El lugar está rodeado de diferentes instituciones penitenciarias, llenas de reclusos que no querrían estar encerrados sino escapar de esa vida de presidio y, sin embargo, en la Comunidad Terapéutica de Proyecto Hombre hay internos que están encerrados por su propia voluntad para escapar de sus adicciones.

La pizarra de la sala de terapia en grupo tiene varios nombres escritos de pacientes. Ninguno de ellos es el de Erika, pero en algún momento tuvo que estar apuntado, junto a su adicción, el tiempo que lleva alejada de ella y las herramientas emocionales que debe utilizar para que no vuelva a consumirla. Su discurso está plagado de referencias a la inteligencia emocional, la cual ha adquirido durante meses de terapia internada en el programa de reinserción de mujeres de la ONG Proyecto Hombre, organización que en dos años ha visto duplicada la asistencia femenina a su Comunidad Terapéutica. Está nerviosa, sus dedos se entrelazan formando un pequeño escudo que le da seguridad. Quiere decir algo, y quizás lleva demasiado tiempo esperando.

Fue banquera y alcohólica, habla y se expresa con la huella de la vulnerabilidad todavía presente, pero sus palabras empiezan a decir otra cosa, adoptan otro tono. «He aprendido a decir lo que siento, a pedir lo que necesito, a ser la mujer que quiero ser», dice Erika. Su realidad se sustentaba en la cerveza, tercios, litros o cañas, y antes de desintoxicarse, en alcohol algo más duro. También era adicta al móvil y a las compras compulsivas.

Empezó siendo bebedora social a los 14 años y se agravó con el nacimiento de sus hijos, cuando la responsabilidad de cuidarlos le pudo. Ella muestra primero su adicción, pero la base del problema es otro. «Llevaba 20 años siendo víctima de malos tratos por parte de mi pareja, el padre de mis hijos, y cuando llevas escuchando tanto tiempo que no vales para nada, al final, te lo acabas creyendo», explica Erika. Bebía para evadirse de la realidad.

«A veces, el alcohol o las drogas es el menor de los problemas. Llegan al centro casos de mujeres que sufrieron abusos en la infancia o fueron abandonadas, que sufrieron violencia de género o que tienen problemas mentales. Vienen con un daño emocional intenso agravado por las adicciones», dice Reyes Heras, directora de la Comunidad Terapéutica y psicóloga. Ante la indiferencia que sufrió Erika durante 20 años, buscó la carencia negativa, la culpa. «El maltrato me llegó a parecer moral, me sentía culpable de la situación y me refugié en el alcohol», reconoce Erika.

Dice que cuando bebía sentía dolor, un castigo autoinflingido, pero le desinhibía y no existían los límites. «El momento en el que tocas fondo es en el que la adicción controla tu vida», explica la interna. Asunción Santos, directora de Proyecto Hombre, define el perfil de la mujer que entra en el programa como el de una persona que llega destrozada, en el límite, sin reconocer que necesita ayuda, y que acaba internándose por exigencia de su entorno. Achaca este deterioro con el que llegan a un estigma que la sociedad coloca sobre la mujer adicta. «Si estuviéramos más abiertos a este tipo de problemáticas, conseguiríamos romper el tabú de las adicciones y que ellas llegaran antes a tratarse», dice Santos.

Erika es madre de dos hijos, y hablar de ellos le supone unas cuantas lágrimas en los ojos. «Ellos han visto cosas de mí que no deberían haber presenciado, ellos saben que estoy en este programa y ahora pueden ver por fin que su mamá ya no grita, ya no dice palabrotas, ya no está tanto tiempo con el móvil, es más cariñosa...», explica, despacio, Erika.

Trabajar el pasado o el presente

Sus deseos pasaban por estudiar Bellas Artes, aprovechar su creatividad y escribir, pero acabó dedicándose a la banca. La psicóloga Heras explica que la droga y el alcohol están en todos los estratos sociales por su fácil adquisición hoy en día, pero al programa acaban llegando mujeres de clase media y alta, sobre todo.

Con todas ellas llevan una terapia biopsicosocial: abarcar todos los niveles de la persona (social, psicológico, emocional o laboral). Una línea de trabajo humanista. «Tenemos dos formas de tratarlas. Una es dibujando un recorrido histórico por su biografía, entender qué función ha tenido el alcohol o las drogas en su vida, pero en otras personas esto no lo tocamos por el daño que les produce a su estructura personal, con ellas estudiamos el presente y cómo afrontar el futuro sin que la base que les sostiene a la realidad sea la adicción a algo», detalla Heras.

Esta explicación se hace patente a la hora de preguntar a Erika por su pasado. Mira nerviosa a la psicóloga, que le acompaña, como si no supiera si tiene que revelar otra parte de sí misma. «A mi familia les dije: quiero ser libre. Pero no podía serlo por el alcohol. He tenido muchos miedos, miedos que te expropian, no te dejan ser persona», explica Erika. «El alcohol no puede ser una opción en mi vida. Cuando finalice la terapia me veo siendo una persona que se va a respetar».

Las mujeres adictas al alcohol consumen más en el ámbito privado que en público

En 2016 la fundación Proyecto Hombre atendió a 50 mujeres, de las cuales 9 han recibido el alta. En la Comunidad Terapéutica reciben apoyo a través de tres programas diferentes: el de reinserción, el Nocturno y el de Jóvenes. El año pasado este centro tuvo un 20 por ciento de ocupación femenina, cuando en 2015 fue del 10 por ciento. Llegan mujeres politoxicómanas que han consumido cocaína o alcohol sobre todo, pero también benzodiazepinas o chicas ludópatas o adictas al móvil o las compras compulsivas, como Erika. El consumo, avisan desde el centro, se da en el hogar, en el ámbito privado, por eso es más difícil detectarlo. Erika explica que a la mujer alcohólica se le ve más vulnerable. «Si un hombre bebe se tolera más su adicción, pero está socialmente mal visto que lo haga una mujer». Las psicólogas del programa revelan otra diferencia entre hombres y mujeres. «Cuando el hombre adicto viene con apoyo, suele ser por ayuda de su pareja, pero la mujer siempre viene sola porque la pareja le ha enganchado».


Nueva vida, nueva gente

La psicóloga Reyes añade que la última etapa del internamiento va asociada a la reeducación social. «Se tienen que adaptar a una nueva realidad, con otro carácter y otra personalidad diferente, con otra forma de afrontar la vida, y esto a veces resulta difícil. Hay personas que necesitan hacer amigos nuevos porque los de antes eran también toxicómanos». La terapia completa tiene una duración media de 18 meses y en su comienzo, lo más esencial, es calmar al paciente, procurar que su acogida en el centro sea tranquila y empiece una fase de detallar los problemas que cree que tiene.

A Erika esta etapa le costó. Tuvo varias recaídas, varios consumos, y desde la Comunidad le amenazaron: o se lo tomaba en serio o se marchaba.

Y se acabará marchando, pero ya recuperada. Dicen de ella que avanza mucho más rápido que la mayoría de personas que están internadas. Tiene la baja laboral, pero quiere volver a retomar su trabajo y, además, ser profesora de yoga. Cuanto más habla de sí misma, más repite una frase concreta. «Ahora valoro lo que tengo porque no tengo prácticamente nada».

Cuando termina la entrevista, Erika se abraza a Reyes. Sigue temblando pero le dicen que ha estado muy bien, que puede relajarse y salir fuera a fumarse un cigarro. Ha dicho lo que llevaba guardando dentro durante 20 años.