Como un erial. Así luce el 85 por ciento de los fondos del Mar Menor, que en el año 2014 tenía una superficie de 13.780 hectáreas de praderas marinas, y que, dos años después, sólo se mantiene viva el 15 por ciento, en las zonas más someras e iluminadas y a profundidades superiores a los dos o tres metros.

Esta es la principal conclusión del estudio sobre la conservación de la vegetación de la laguna, realizado por el Instituto Español de Oceanografía (IEO) y la organización ecologista Anse y que presentaron ayer, el portavoz de Anse, Pedro García, y el investigador del IEO, Juan Manuel Ruiz. Los trabajos se han realizado en dos etapas. La primera se desarrolló a lo largo de 2014, antes del episodio de la 'sopa verde' de este verano.

Dentro de un proyecto científico de la Fundación Biodiversidad y del ministerio de Agricultura, para determinar la cartografía, estado de salud y evolución de las praderas marinas de la laguna, los investigadores 'peinaron' el Mar Menor hace dos años, comprobando que existían un total de 13.780 hectáreas de praderas marinas de Cymodocea nodosa, Ruppia cirrhosa y Caulerpa prolifera.

De esta superficie, aproximadamente el 60% correspondía a praderas de la angiosperma marina Cymodocea nodosa con desarrollos muy elevados, tanto en las zonas someras como en las más profundas de la laguna.

Más tarde, se analizaron aspectos más específicos para determinar su estado de salud y la relación con las presiones de la actividad humana que actúan a lo largo de la ribera: contenido en metales pesados, relacionado con el impacto histórico que la actividad minera; actividad portuaria y náutica; playas artificiales; y el contenido en nitrógeno y fósforo de los tejidos de la vegetación submarina, relacionados con los vertidos de la agricultura y de las aguas residuales urbanas que drenan hacia el Mar Menor a través de ramblas y núcleos urbanos.

«A partir de la segunda mitad de 2015, las aguas del Mar Menor experimentaron un drástico cambio en su calidad por la proliferación masiva de fitoplancton, que hizo que sus aguas se tornaran verdes y extremadamente turbias», explican.

La reducción de la luz en el fondo marino ha impedido la fotosíntesis de las praderas, y, por lo tanto su desarrollo y crecimiento. Un hecho que los científicos comprobaron durante septiembre y octubre de este año, cuando se sumergieron en la laguna en los mismos lugares en los que, durante 2014, habían realizado sus estudios, es decir en 57 puntos de muestreo y con 190 inmersiones. El resultado: un 85% menos de pradera.

De las 880 hectáreas de Cymodocea docea ha desaparecido el 59,71 por ciento; de las 6.277 hectáreas de Cymodocea nodosa mixta lo han hecho el 94,93 por ciento; de las 0,58 hectáreas de Ryppia Cirrhosa se ha extinguido el 0,40 por ciento, y de las 3.686 hectáreas de Caulerpa prolifera ha desaparecido el 71,55 por ciento.

Imagen del fondo de la laguna tomada recientemente por ecologistas e investigadores del Oceanográfico donde se ve la ausencia de vegetación. FOTO: Pedro García/ANSE

Turbidez extrema a solo 5 metros

«En estas últimas inmersiones, tuvimos que utilizar linternas led de gran potencia a tan sólo 5 metros de profundidad debido a que sólo un 1 por ciento de la luz llegaba por la superficie, lo que en el Mediterráneo ocurre a cien metros de profundidad», explicó García, «añadiendo que no nos podíamos soltar de la mano del compañero porque nos perdíamos».

Juan Manuel Ruiz explicó, mientras mostraba imágenes del vídeo grabado, la falta de fauna y de praderas y la existencia de manchas blancas que son producto de bacterias que crecen por la anoxia o falta de oxígeno.

En definitiva, que la mala calidad del agua ha provocado la desaparición de la cubierta vegetal de la laguna. Ni Ruiz ni García fueron capaces de determinar cuánto tiempo se necesitará para la recuperación de «esta foto fija, que es extremadamente grave y que refleja muy bien la situación de los fondos marinos»; ni siquiera qué tipo de comunidad submarina sería.

Pedro García, de Anse, y Juan Manuel Ruiz, del IEO (d). FOTO: Eduardo Pérez

«No mejora»

Ambos sí coincidieron en que la calidad del agua no mejora, ni hay signos que hacen predecirla, y que se desconoce si estamos o cuándo podemos estar en el punto del no retorno.

«Y con evitar unos cuantos vertidos no se soluciona el problema», apuntó Pedro García, destacando la necesidad de que se trabaje en varias direcciones.

«Hemos comprobado la existencia la existencia de altos índices de cobre por la pintura de los barcos y los herbicidas de la agricultura, así como alguna presencia de arsénico, cadmio y plomo, por los vertidos históricos mineros, así como el impacto de puertos, dragados y vertidos de depuradoras», dijo Juan Manuel Ruiz.

Por eso, apostaron por reestructurar la agricultura intensiva del Campo de Cartagena, «que no puede seguir tal y como la conocemos»; eliminar puertos para permitir la dinámica del agua de la laguna; regular el tráfico de las embarcaciones y evitar los vertidos de aguas sin tratar de las depuradoras. «Y paralizar los proyectos urbanísticos en la zona».

«Basta de triunfalismos»

Por su parte, el diputado de Podemos Andrés Pedreño, a partir de estos resultados, exigió el fin del «continuo triunfalismo en los mensajes del ejecutivo de Pedro Antonio Sánchez, que lo único que transmiten son falsedades» en torno al Mar Menor y confunden a la ciudadanía.