A primeros de los 90, una enorme valla que describía la excelencia de los apartamentos de una gran urbanización en la vecina localidad de Vera, llamaba la atención al paso de los conductores que circulaban por la carretera de la playa con un titular grandioso: «Apártese del vulgo indocto». Se reclamaba así la atención a los potenciales compradores de aquellas pequeñas parcelas del paraíso, que al satisfacer el capricho de apropiárselas habrían quedado distinguidos de la chusma.

Hoy, la chusma está de moda. El Brexit y las elecciones en EE UU la han puesto en boca de los más exquisitos analistas, convirtiéndola en protagonista del futuro inmediato. Alguien ha caído en la cuenta de que la democracia es ´una persona, un voto´, y da igual la preparación, la información o la cantidad de intoxicación de quien deposita la papeleta. Nos hemos puesto estupendos, y resolvemos que quienes no votan de acuerdo a la lógica que nos asiste forman parte de la chusma. Este acceso colectivo de superioridad intelectual me traslada a los tiempos del Bachillerato cuando interpelaba a mi profesor de Formación del Espíritu Nacional acerca de las razones por las que el régimen sobre el que nos adoctrinaba fuera un artefacto autoritario, y su respuesta era: «España no está preparada para la democracia». Si se le insistía, acababa razonando que no era posible dar el mismo valor al voto de un albañil que al de un catedrático (eran los oficios que citaba). Al salir de clase nos reíamos mucho de aquella formulación tan rancia, pero unas cuantas décadas después vuelvo a escucharla, más o menos literalmente, esta vez de bocas mucho más ilustradas que las de un funcionario de lo que quedaba de la Falange. La chusma ha tomado el poder, hemos de concluir, y con este criterio empiezan a pronunciarse peligrosos análisis sobre la necesidad de ´corregir´ la democracia.

Parece que frente al embaucamiento de la gran masa por la derecha o la extrema derecha se echara de menos una fórmula equivalente para que la instrumentación perteneciera a la izquierda, y de este modo, ya estaríamos todos contentos. En realidad, no se percibe el lamento por el supuesto hecho de que la frustración de grandes colectivos al margen del influjo de los mensajes mediáticos se adhiera a una ´nueva derecha´ casquivana respecto a las normas del sistema, sino la impotencia por no conseguir conducir esos impulsos hacia la izquierda. El remedio, por tanto, no sería reducir la indocumentación, sino seducirla.

Y esto, que apenas se disimula en algunas reformulaciones de los mensajes políticos electoralmente fracasados, es lo verdaderamente escandaloso. De hecho, la fascinación de la izquierda por los populismos autoritarios no hay quien la entienda si no es en ese contexto, es decir, en el deseo de entronizarse sobre la indigencia política antes de que lo hagan los adversarios. Pero si son éstos los que consiguen captar al ´vulgo indocto´, entonces es que algo falla y se hace necesario cambiar las propias reglas de la democracia, pues como decía mi profesor de FEM, no hay que exponerse al voto de todos, sino al de ´calidad´, al de los que saben, comprenden e interpretan, siempre al propio gusto.

La adhesión del ´vulgo indocto´ es un manto agradable porque permite todo tipo de fintas y escaqueos proclamados en su nombre hasta que el colectivo cambia de plano, y entonces es denunciado cuando antes se le reclamaba. El error es, está dicho, la exhibición de superioridad intelectual, que añade otro agravio a las frustraciones que provoca no querer ni pretender escuchar. Y encima es posible que hasta quienes residan en esos apartamentos de Vera o equivalentes voten con la chusma, de la que aspiraban a distinguirse.