El relente de noviembre helaba los huesos. Resonaban en el páramo gélido los bramidos de los becerros y las vacas. La luna llena bañaba la tierra de una luz azulada y algodonosa. Una noche idónea para hacerse una luna; para dar unos capotazos ante la bestia negra en alguna finca. Era 30 de noviembre. Era 1990. Era Cieza. Eran los sueños de tres chavales por alcanzar la fama en las plazas. Acudir a Charco Lentisco fue idea de Juan Lorenzo, alias ´el Loren´. El Loren conocía la finca, pues el dueño había sido su apoderado durante un tiempo. Habían acabado mal, no se sabe muy bien por qué. Así pues, los tres amigos partieron desde su Albacete natal rumbo a la finca ciezana; apenas una hora en coche.

El dueño era un molinense llamado Manuel Costa, que, con cuarenta años, había hecho fortuna con el negocio del papel. Charco Lentisco y las cuarenta reses que albergaba suponían para Manuel el cumplimiento de un sueño. Había metido a trabajar en la finca una familia ciezana con fama de malas pulgas: los Yepes. El padre, José, se enorgullecía de que sus hijos sirvieran a Manuel. Los hijos, José Manuel Yepes Palazón, de 19 años, y Pedro Antonio, de 15, llamaban ´amo´ a su patrón. Aquella noche daban cuenta en el hogar de los Yepes de un cordero que Manuel había hecho matar. La cena se alargó hasta la madrugada. Diciembre se estrenaba con luna llena. Manuel andaba disgustado por las incursiones nocturnas de desconocidos novilleros, que ya le habían revuelto el ganado en más de una ocasión. El romanticismo agreste de hacerse una luna no es tal para el empresario ganadero: el toro aprende a identificar la figura humana y ya no atiende a la llamada del capote, con lo que queda incapacitado para la lidia. Se montaron en el vehículo de Manuel y acudieron a la finca en busca de intrusos con ínfulas de toreros.

Recortadas a la luz etérea de aquella luna de invierno aparecieron diáfanas las figuras de tres personas. Emprendieron la persecución. Lo lógico en estos casos es dar un escarmiento a los toreros furtivos. Lo lógico es que les caiga encima una lluvia de garrotazos. Pero a ellos les vino encima una lluvia de balas. Catorce en total. Habían sido acorralados en un cruce de caminos, era ese el momento de echarse encima y correrlos a estacazos. Pero esta vez fue diferente. Esta vez no hubo proporción ni piedad. Les dispararon a matar cuando ya ni tan siquiera corrían. Juan Lorenzo Franco Collado, Andrés Panduro Jiménez y Juan Carlos Rumbo Fernández habían sido acribillados a la luz de la luna ciezana.

¿Quién había disparado? Poco esfuerzo exigió por parte de los forenses observar dos tipos de munición y dos trayectorias en los disparos. Por un lado, la Franchi-Llama 500, calibre 12, una escopeta repetidora de dos bocas, había sido disparada por José Manuel Yepes desde una loma. ¿Pero y las postas que, según la autopsia, habían sido disparadas en horizontal? Esta parece ser la historia de la trágica madrugada ciezana: los albaceteños, al verse descubiertos, huyeron en dirección a su vehículo, que habían aparcado en el cercano paraje de Las Lomas; en su frenética carrera llegaron a un cruce de caminos, donde José Manuel, encaramado en un pequeño cerro, apretó el gatillo de la Franchi. Otra persona, a pie del camino, descargó sobre ellos dos disparos de mortíferas postas (munición prohibida para la caza mayor). ¿Quién era esta persona?

La jueza que instruyó el caso, Pilar Rubio, no supo ver la relevancia del dato de las dos trayectorias y municiones, por lo que nada se hizo para dilucidar la identidad del segundo pistolero. Cuando la Audiencia Provincial de Murcia ordenó que se iniciara la investigación acerca del segundo autor material del crimen, habían pasado ya cuatro años y el nuevo juez de Cieza, Antonio Videras, se topó de bruces contra un muro de testimonios contradictorios y retractaciones. Nada pudo hacer. Las sospechas han recaído siempre sobre el padre, José Yepes.

¿Por qué semejante saña? Puede que la respuesta la diera José Manuel en lo que, tal vez, fue una de sus pocas declaraciones sinceras: «Allí todo eran gritos: ¡mátalos! ¡no los mates! ¡dispara!... Se volvieron todos locos y a mí se me fueron los nervios», le dijo a la jueza. La desproporción de la respuesta se explicaría, pues, por el calentón del momento: nervios y arrebato y una Franchi en manos de un adolescente.

¿Cuál fue la participación de Manuel Costa en los hechos? Costa nunca desveló la identidad del segundo tirador. Hasta tal punto temía al homicida anónimo que prefirió pasar años en la cárcel antes que arriesgarse a una represalia. Lo tentaron con beneficios penitenciarios, pero el miedo fue más fuerte y le selló los labios. Finalmente, José Manuel fue condenado a ochenta y un años por los tres asesinatos. Manuel Costa sería condenado como cooperador necesario, pues se consideró probado que siguió a las víctimas en su vehículo con las luces apagadas y de portar en él la escopeta con la que finalmente dispararía José Manuel; en total, otros ochenta y un años.

Charco Lentisco se reconvirtió posteriormente en una especie de casa rural para celebrar despedidas de soltero. El nuevo dueño pintó el caserío de amarillo y retiró unas alambradas: «Queríamos quitarle el olor a muerte al paraje», explicaba.