1. SAN JAVIER 1962

Una inesperada y potente luz interrumpió los planes del oficial de vuelos de la base aérea de San Javier. Caminaba de regreso al pabellón para cenar cuando percibió el fogonazo, como si se tratara del faro de aterrizaje de un avión. Procedía del Monte del Cabezo y se elevaba sobre unos 500 metros de altura. Rápidamente, el oficial avisó por interfono al controlador para que enchufara las luces de la pista y preguntara por radio si se acercaba un reactor. Negativo. Ningún avión se aproximaba y la luz que había avistado parecía un lucero, le contestó el controlador.

Inquieto, el oficial volvió a observar la luz, que más bien parecía un extraño objeto. No producía haz y continuaba inmóvil, situado en la misma posición que antes. De repente, la luz comenzó a moverse con bastante rapidez. Lo hacía de derecha a izquierda, e incluso de arriba a abajo, para desconcierto del oficial. Ningún tipo de avión convencional podía ejecutar ese tipo de movimientos. ¿Podría ser un helicóptero de la Marina?, pensó el oficial. La intensidad de la luz y los movimientos bruscos descartaban la idea. Y los tres helicópteros no se habían desplazado del helipuerto, le ratificaron por radio.

El controlador también contemplaba la escena desde su puesto. Aun con los prismáticos, ni él ni el cabo de la torre de control acertaban a apreciar la luz con nitidez. El informador de Meteorología tampoco distinguía las formas con un teodolito. Nadie en la base militar era capaz de aclarar qué era aquel fenómeno luminoso. Ni siquiera dos soldados que estaban de servicio en el aparcamiento y que también observaban agachados la sorprendente luz. Uno de ellos, al incorporarse para ver mejor, se enganchó con el disparador de la pistola y se disparó en un pie.

Las luces se alejaban lentamente hacia el Valle de Lorca y a los pocos minutos se perdieron por el horizonte. «El extraño aparato había desaparecido», escribiría después el oficial en un informe remitido al ministerio de Defensa. Él no lo sabía, pero aquella noche del 6 de agosto de 1962, en San Javier, se había convertido en el primer hombre que avistaba un ovni -objeto volador no identificado- en España. O al menos, en el primero reconocido por el Gobierno.

Un día después del avistamiento, el oficial se preparó para detectar de nuevo al extraño fenómeno. Consiguió interceptar un foco luminoso, que emprendió un movimiento vertical brusco antes de esconderse entre las nubes. Una hora después, el objeto volador emergía durante 15 minutos hasta que desapareció. Sólo lo volvieron a ver fugazmente el 13 de agosto. Nunca más apareció el extraño objeto volador, la potente luz sin haz que dejó a todos desconcertados, incapaces de discernir qué tipo de fenómeno tenían delante.

El ministerio de Defensa abrió una investigación para esclarecer los hechos. Los testigos fueron catalogados de máxima credibilidad con el grado A, por su condición de militares con formación para distinguir fenómenos meteorológicos y convencionales. Finalmente, la investigación concluyó que se trataba de un fenómeno no explicable hasta el momento.

2. SAN JAVIER 1965

Listo para incorporarse a su puesto de trabajo y todavía de madrugada, el brigada de mantenimiento de aviones se dirigía a la base aérea de San Javier en su bicicleta cuando un chispazo de luz le sobrepasó. Parecía la luz de un coche, pidiéndole paso, pero cuando el brigada echó la vista atrás no había ningún vehículo. En cambio, sí alcanzó a ver una de las paredes del pabellón deportivo Fernández Tudela completamente iluminada. La luz había sido instantánea, como un relámpago de color violeta muy claro, y procedía del cielo.

En ese mismo instante, el brigada mecánico aguardaba dentro de un coche oficial en la Ciudad del Aire de San Javier, esperando la salida de un compañero. De pronto, el relámpago lo sacó del vehículo. Miró al cielo y arriba había una nebulosa. Una especie de luna llena sobrevolaba el cielo, observaba el primer brigada desde su bicicleta. Situado a una altura de 500 metros, el disco central del objeto volador presentaba un color gris plomizo y el halo parecía color humo claro.

El fenómeno luminoso aumentó de tamaño y puso rumbo hacia la base aérea. El brigada de mantenimiento, asustado, se bajó de la bici y se refugió bajo una palmera. El diámetro del ovni había crecido unos dos metros y el halo era de un metro. Mientras, los otros dos brigadas aceleraban hacia la casa del teniente coronel para avisarle del avistamiento, pero no llegaron a tiempo. Sin hacer ruido y sin volver a emitir un destello luminoso, el extraño fenómeno se había disipado en dirección hacia Alicante y finalmente desapareció.

Los tres brigadas, testigos del avistamiento de un ovni, transcribieron su testimonio en el segundo expediente remitido desde San Javier. Era el 16 de noviembre de 1965, tres años después del primero.

3 MAZARRÓN 1978

Se les apareció a las cuatro de la madrugada. Una unidad del Ejército de Tierra ejecutaba una incursión nocturna en el campo de El Garrobillo cuando un objeto no identificado irrumpió en sus maniobras. Era un conjunto compuesto por una luz roja y dos luces blancas que volaba sin formación concreta y que se movía de derecha a izquierda. Se mantuvo durante quince minutos en el aire, frente a los soldados, hasta que se desvaneció. La unidad emprendió el camino de vuelta al campamento. Sin embargo, poco después se volvieron a tropezar con él: estaba quieto sobre la carretera, a una altura de unos diez metros. La unidad decidió acercarse, pero el conjunto de luces reaccionó y avanzó. Sin hacer ruido, aquel conjunto de luces rojas y blancas marchó junto a ellos, precediéndolos, y los acompañó hasta las seis de la mañana.

El objeto inidentificable los había perseguido durante dos horas. Era un ovni. Así lo reflejó en un informe el capitán de la unidad, quien lo envió al Servicio de Información del Ejército de Tierra. Su equipo había sido seguido el 14 de julio de 1978 por un objeto volador en la zona de El Garrobillo, en el término municipal de Mazarrón. El expediente detalla incluso que el ovni sorteaba los obstáculos hallados a su camino, mientras acompañaba a la unidad: «Cuando había casas o lomas, dejaba la carretera y bordeaba el obstáculo para precederlos de nuevo». Lo hacía además de un modo completamente silencioso y la mayor parte del tiempo sólo llevaba encendida la luz roja.

A la noche siguiente, el capitán ordenó un reconocimiento de la zona, pero allí no se encontró nada fuera de lo normal. La investigación estudió la hipótesis de que la antena de la estación meteorológica confundiera a los soldados, pero ellos negaron siempre esta posibilidad. Así, el informe se envió al Ejército del Aire y el asunto quedó en manos del ministerio de Defensa. Nunca se supo nada más.