Siempre estuvo claro que el caso Visser constituía un ejemplo de asesinato por deudas. Un caso, más específicamente, de deudor mata a acreedor. La idea era que Juan Cuenca había distraído el dinero que Lodewijk Severein le había hecho llegar para la constitución de una sociedad en Gibraltar. Una de las sorpresas que nos deparó la confesión de Juan Cuenca este lunes fue la de negar que le debiera dinero alguno al holandés. Según el relato del ya confeso autor intelectual del doble asesinato, Lodewijk le pedía dinero para solventar la deuda que había adquirido con gentes peligrosas. Pero deberle, lo que es deberle, manifestó Juan Cuenca, él no le debía nada al holandés.

Estado económico de Cuenca

Lo primero que se le viene a uno a la cabeza ante tal declaración es si el holandés no disponía de mejor candidato a quien pedir dinero que Juan Cuenca. El valenciano, precisamente, era experto en pedir dinero e intentar convertir a todo el que se le cruzaba en inversionista de algún negocio que pudiera gestionar él. Llegó a pasar varios meses alojado en el Churra y dejó sin pagar una factura de tres mil euros. Cuando Evedasto Lifante lo contrata como comercial de su club de voleibol, se supone que Cuenca tenía una empresa de organización de eventos, pero realmente se encontraba desempleado. En Valencia se aloja con sus padres y utiliza el vehículo de su padre. No parece, desde luego, el perfil de alguien apto para andar prestando dinero. Bien es cierto, eso sí, que también a él le debía dinero el club de voleibol. Cuando el club se disuelve en 2001, deja un rastro de nóminas impagadas, y varias corresponden a Cuenca. Este llegó a utilizar ese argumento (la deuda del club con él) para autoproclamarse propietario de la cantera del propietario del club, Evedasto Lifante.

Cuenca, curiosamente, era dado a cargar sobre sus espaldas deudas que no le correspondían. Había asumido el compromiso de saldar la deuda que el club había contraído con Ingrid Visser; la jugadora se conformaba con cobrar sesenta mil euros, aunque la deuda era mayor. Había hecho lo propio con los once mil euros que el club le adeudaba a Rosa María Vázquez en concepto de alquiler de su piso en El Ranero. ¿Por qué se comprometía Juan Cuenca a hacerse cargo de deudas ajenas? Nadie hay más pronto a prometer, dijo un sabio, que quien no alberga intención alguna de cumplir.

Juan Cuenca manifestó este lunes que Lodewijk le demandaba dinero de forma tan apremiante que llegó un momento en que «era su vida o la mía». ¿Tan hostiles eran las formas del holandés? Lodewijk había enviado en febrero de 2013 (los crímenes se producen en mayo) un ya célebre correo electrónico a Cuenca con la fotografía de un revólver bajo la frase: «Bonita, Walther P5». El mensaje, en su enigmática concisión, resulta ambiguo. ¿Estaba el holandés pidiéndole a Cuenca que le consiguiera un arma de esas características o lo amenazaba mostrándole el arma que ya obraba en su posesión? El mensaje del holandés se cierra con una carita sonriente, de esas que se construyen en el teclado con dos puntos, un guión y un paréntesis. El lenguaje escrito, en su triste inexpresividad, no nos permite dilucidar qué clase de sonrisa le dedica Lodewijk a su amigo. No obstante, cuesta ver una de esas caras de dos puntos y paréntesis, con guión en medio haciendo las veces de naricilla, una risa de hostil intimidación.

Correos reveladores

Por otro lado, existen dos correos reveladores de Lodewijk a Cuenca. El 6 de abril, el holandés escribe un correo ciertamente elaborado que estructura en nueve puntos. Se trata de las nueve conclusiones, dice, a las que ha llegado tras su última visita a Valencia. El holandés, que escribe en un perfecto inglés y firma como 'Louis', se queja de no recibir información diaria «sobre la situación del dinero». El segundo punto del correo reza así: «Me estás diciendo lo que quiero oír, porque te estoy presionando mucho». En el tercer punto le suelta a Cuenca a bocajarro que su historia del dinero no es trasparente. El quinto punto muestra a un Lodewijk afligido: «Tenemos que trabajar duro en nuestra relación, que alcanzó ayer su punto más bajo». No suena precisamente amenazante. Y tampoco el siguiente: «Lo mejor ahora es no vernos hasta que hayas enviado el dinero». ¿Es costumbre en el país de los tulipanes amenazar sugiriendo trabajar en mejorar la relación y sugiriendo no volver a verse en un tiempo? Melifluas maneras, entonces, las de estos neerlandeses.

Unos días después, el holandés vuelve a la carga y le afea a Cuenca que no le haya contestado el anterior correo. El tono ahora está inyectado en desesperación. Uno de sus inversores, relata Lodewijk, le ha dejado claro que ya no cree en sus promesas, así que ha abandonado «el proyecto» y lo ha denunciado. El inversor ha conseguido que el juzgado embargue las propiedades de su empresa. Además, continúa el mensaje, Lodewijk dice haber tenido que poner todo su dinero en el proyecto para salvar las inversiones. «Puedes imaginar», escribe el holandés entre la pesadumbre y el enojo, «que he perdido una importante cantidad de dinero esperando que cumplieras tus promesas». Lodewijk confiesa que su situación es desastrosa y que ya no quiere más promesas, sino dinero contante y sonante.

Los socios de Severein

Este último correo es del 15 de abril. Menos de un mes después, Juan Cuenca ya había contactado con dos rumanos a los que, según su relato, pagó para que lo acompañaran a Molina de Segura a acabar con la vida de Louis. No obstante, el tono de los correos, incluido el del arma, no parece justificar semejante reacción. Lodewijk Severein mostró no ser precisamente un crack escogiendo socios. Ni inversiones. Y como intimidador, por lo que sabemos, flojito también.