Una muerte «horrorosa y dolorosa». Es lo que sufrieron Lodewijk Severein e Ingrid Visser en mayo de 2013 en la Casa Colorá, donde se habían citado con el exgerente del club de voley de la holandesa, Juan Cuenca. Así lo detallaba ayer la fiscal del caso, Verónica Celdrán, cuando intervino en el tribunal que desde el miércoles juzga el asunto.

La fiscal fue quien tomó primero la palabra, y lo hizo para prometer a los miembros del jurado que no les haría perder el tiempo. La selección de estas personas -once en total, dos de ellas suplentes- se dilató durante cinco horas el miércoles, y han de asistir a partir de ahora a todas las sesiones para ser quienes, finalmente, emitan el veredicto y decidan la suerte de Juan Cuenca y los rumanos Ion y Stan.

Celdrán habló de los vínculos de los holandeses con Murcia -que comenzaron siendo laborales, dado el fichaje de ella en el club-, así como de su deseo de ser padres, por lo que Ingrid Visser estaba siguiendo un tratamiento de fertilidad en esta Región. Era la razón primera de su viaje a Murcia en mayo de 2013. Su vuelo aterrizó en el aeródromo de Alicante, desde donde se desplazaron en coche a la capital de la Región y se hospedaron en el hotel Churra.

Asimismo, destacó que los holandeses formaban una pareja normal, «como cualquier otra». Rememoró que Visser era jugadora profesional de voley, y que, pese a su deseo de ser madre, quería estirar un poco más su carrera profesional; pero ya en 2013, año en el que murió, le había sido implantado un embrión fecundado. En el momento del crimen, no obstante, Ingrid no estaba embarazada.

La representante del Ministerio Público también aseveró que el dinero fue el único móvil del crimen. Recordó que a Severein le rompieron en vida todos los huesos del cuerpo. Habló del papel de la testigo principal, María Rosa Vázquez, con la que se iba comunicando el presunto cerebro, Juan Cuenca -y una mujer que en los próximo días también intervendrá en el proceso-. Apostilló que a los holandeses los desmembraron con una sierra.

«La cita fue una trampa»

La fiscal también explicó al jurado que los acusados tienen derecho a no declarar y, en el caso de que sí decidan hacerlo, tienen derecho a mentir, algo que no pueden hacer los testigos.

Verónica Celdrán recalcó que los holandeses tuvieron una muerte «horrorosa» y detalló qué lesiones sufrieron antes de perder la vida y ser desmembrados, introducidos en bolsas de basura y enterrados en la fosa del huerto de Serafín del Alba.

«Los mataron a golpes, les rompieron todos los huesos de la cara y el cráneo». Fue una muerte «planeada y ejecutada», considera la fiscal del caso.

Celdrán insistió en la tesis de que Juan Cuenca es la mente pensante del caso. «Mantenía negocios con la pareja, a quien adeudaba importantes cantidades de dinero, y fue quien concertó una cita con ellos», señaló. Cuenca, a su juicio, encargó a María Rosa Vázquez que alquilase una vivienda «apartada» para asegurarse que durante los crímenes no se oirían los gritos de la pareja. La vivienda fue la Casa Colorá, en Molina de Segura.

La fiscal subrayó que esa cita, en principio de negocios, fue «una trampa», puesto que la única finalidad de llevarlos hasta allí era darles muerte. Que el objetivo era Severein. Cuando Cuenca se enteró de que Ingrid Visser acompañaría a su novio, decidieron matarla también. Con tan siniestro propósito, apuntó la fiscal, Cuenca contactó con los rumanos, que no conocían a los holandeses, y que aceptaron acabar con ellos a cambio de dinero.

Por este motivo, «corresponde hacer justicia», tiene claro Celdrán, que solicita 25 años de cárcel por cada asesinato.