Ingrid Visser transitaba, con 31 años, la recta final de su carrera deportiva. Había formado parte de la élite del voleibol femenino, cosechando éxitos con equipos de su Holanda natal, Italia, Azerbaiyán, Rusia y de nuestro país. La selección nacional holandesa la había convocado en decenas de ocasiones. Recaló en el Club Atlético Voleibol Murcia 2005, el equipo de fastuoso presupuesto que había erigido Evedasto Lifante, un empresario que había hecho fortuna con una cantera de mármol en Abanilla y un club, el Pétalos. Ingrid era el perfil de jugadora que interesaba al gerente del club, Juan Cuenca: capaz aún de rendir a un alto nivel y de caché más accesible en los últimos compases de su carrera. Aun así, Ingrid costaba 90 mil euros por temporada.

Juan Cuenca, un valenciano con alguna experiencia en el mundo del voleibol y pocos recursos económicos, supo hacerse con la confianza de Evedasto y acabó siendo el amo y señor del club. Pero,en 2011, en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria, se seca abruptamente el chorro de las subvenciones públicas y el club se viene abajo. Ingrid se queda sin cobrar una de las dos temporadas que había disputado con la camiseta del equipo murciano. Comienza a gestarse la tragedia.

La pareja de la jugadora holandesa, Lodewijk Severein, veinte años mayor que ella, es un personaje peculiar. Había estudiado Historia, pero mientras sus compañeros se integraban en la carrera docente, él se aplicó a los negocios. Y no le fue mal. Montó una empresa proveedora de servicios de Internet que le hizo rico. Con todo, la naturaleza exacta de sus negocios constituye aún una cuestión por esclarecer. Lodewijk y Cuenca estrecharon lazos. En parte porque Cuenca gestionaba la deuda que el club tenía con Ingrid y, en parte, porque el holandés le encargó la creación de una sociedad en Gibraltar. Lodewijk deseaba transferir a esa sociedad ciertos fondos, parece que en torno al millón de euros, que se hallaban entonces bloqueados en Venezuela y Brasil por razones desconocidas. Lodewijk había operado a través de bancos suizos y se le había recomendado no realizar esas inversiones en Sudamérica. Todo indica que había sido estafado.

Ingrid había comenzado un tratamiento de fertilidad en Murcia; Lodewijk tenía dos hijas de un matrimonio anterior y ahora deseaban engendrar una nueva vida en común. La clínica escogida fue Tahe Fertilidad, en la capital murciana, y había habido suerte: Ingrid estaba embarazada de seis semanas. Se trataba de un viaje relámpago; cita de control en la clínica y cita con Cuenca para tratar la espinosa cuestión de la deuda -y, seguramente, otros negocios - . Volaron desde Holanda hasta El Altet un 13 de mayo de 2013, alquilaron un coche, se registraron en el hotel Churra Vistalegre y acudieron a una cita. Al día siguiente acudirían a la clínica y, la víspera de su regreso, pernoctarían en un hotel de Santa Pola para hallarse más cerca del aeropuerto, pues el vuelo salía a primera hora de la mañana. Pero nunca acudieron a la cita de la clínica ni a Santa Pola. Murcia sería su último y trágico destino.

Cuenca se había desplazado desde Valencia junto con dos ciudadanos rumanos. Con anterioridad, había encargado a una amiga, Rosa María Vázquez, que alquilara una casa rural en La Hurona, un apartado paraje de Molina de Segura. Encomendó también a Rosa que recogiera a la pareja de guiris en Murcia y los condujera a la casa. Durante el trayecto, Ingrid jugaba en el móvil al Angry Birds con la hija de Rosa. La mujer ignoraba que los conducía al matadero.

¿Qué sucedió en aquella casa, la Casa Colorá? Ingrid y Lodewijk murieron a golpes. Sin arma de fuego, sin arma blanca; a golpes. Posteriormente fueron descuartizados y los pedazos introducidos en bolsas de basura. La casa se limpió a conciencia. De hecho, cuando la propietaria acudió a limpiarla para los nuevos inquilinos, quedó sorprendida de que estaba aún más limpia que cuando la entregó. Le llamó la atención que la ropa de las camas estuviera tal cual ella la había dejado: ¿por qué alquilar una casa varios días y no hacer ni una noche allí?

El siguiente movimiento de Juan Cuenca y sus dos acompañantes rumanos consiste en acudir a la finca de un amigo de Cuenca y Evedasto, Serafín de Alba, y proceder al enterramiento de las bolsas. Serafín arguye que comenzaron a cavar porque le había comentado alguna vez a su amigo Cuenca que había un tocón en el huerto que molestaba. Comenzó a llover, que ya es casualidad tratándose de Murcia, y los tres braceros abandonaron el lugar.

Sería la responsable de la clínica de fertilidad quien dio la primera voz de alarma ante las autoridades. La pareja había desaparecido. Se halló el vehículo que habían alquilado en el aeropuerto ilicitano en Juan Carlos I, frente al Pabellón de Deportes, pero ni rastro del matrimonio. En la habitación del Churra habían quedado sus enseres, incluida la cara medicación que Ingrid debía tomar para que su embarazo llegara a buen puerto y la de Lodewijk, aquejado de hipotiroidismo. Dado que la familia, desde Holanda, afirmaba que el viaje tenía también por objeto reunirse con Juan Cuenca, el foco policial lo apuntó desde el primer momento. Pero la investigación se hallaba un tanto estancada hasta que Rosa María Vázquez se dejó caer por una comisaría y relató el traslado de la pareja holandesa a la Casa Colorá. Relató también que aquel infausto 13 de mayo, cuando Cuenca se trasladaba desde Valencia a Murcia junto con los dos hombres rumanos, le pidió que comprara sosa cáustica, bolsas de basura e incluso una sierra radial. Rosa se libró de hacer aquella macabra compra porque, dijo, no sabía ni qué era la sosa cáustica ni una radial.

Tras varios meses en prisión y diversas declaraciones, Cuenca y sus colegas rumanos se dejaron caer con una exclusiva: en la casa había una cuarta persona que fue la ejecutora de los crímenes, un ruso al que llamaban 'Danko' o 'Dankovich'. Y eso es todo lo que sabemos de él: que figura en el relato de quienes ahora se sientan en un banquillo del salón de actos de la Ciudad de la Justicia de Murcia, acusados por el asesinato de la pareja holandesa. Serafín los acompaña en calidad de encubridor. ¿Existe Danko? ¿Hubo alguien más en la Casa Colorá? ¿Por qué se avino Serafín a que enterraran los cuerpos en su huerto? ¿Cuánto dinero debía Cuenca a Lodewijk? ¿O hay algo más que dinero en la historia? Y sobre todo: ¿hallarán respuesta estas preguntas en el juicio que ha comenzado esta semana?