Olga García Saz (Pamplona, 1972), la nueva directora territorial de Levante de BMN-Cajamurcia, se declara una «apasionada» de la banca.

Se incorporó a la entidad el 1 de junio del año 2000 por motivos sentimentales; hasta entonces, su marido y ella trabajaban en Banesto, pero en ciudades alejadas. Ella estaba en Tudela, y él, en Elche. Cuando decidió dejar su trabajo en Navarra para trasladarse a la Región solo conocía de Murcia «el número de oficina de la caja a la que me venía». Por eso recuerda muy bien la fecha. Cajamurcia les dio la oportunidad a los dos de trabajar en el mismo sitio, por lo que pudieron trasladarse a la Región y hacer planes de matrimonio, aunque la boda se celebró en Pamplona, «en la capilla de San Fermín de la iglesia de San Lorenzo». Al acontecimiento asistió el entonces director de Inversiones de Cajamurcia, Joaquín Navarro Valls, jubilado desde hace años. «Agradecimos que se nos diera una estabilidad que no teníamos en Banesto», explicaba.

Olga García sustituye en la dirección territorial de Levante de BMN-Cajamurcia a Juan Antonio Campillo, que se ha jubilado a finales de septiembre, después de haber trabajado 41 años en la entidad. Su dirección territorial abarca la Región y las provincias de Alicante y Valencia.

Entre 2011 y 2015 fue directora de zona de BMN en Madrid y desde enero de este año dirigía la red de oficinas de la dirección territorial de Levante.

Ella es la primera directora territorial de BMN y hace diez años fue la primera directora de la oficina principal de Cajamurcia, pero sostiene que contempla su carrera profesional sin tintes feministas. «Creo que las personas son válidas independientemente de su sexo», concluía.

Antes de ocupar puestos de dirección estuvo al frente de la oficina de Cabezo de Torres, donde pudo conocer la cara más personal de la banca. Recuerda que en la sucursal de Cajamurcia de la pedanía murciana tenía clientas que la invitaban a merendar en su casa cuando iba a visitarlas para resolver asuntos de papeleos.

Tuvo claro que quería dedicarse a la banca desde que acabó los estudios de Económicas y Empresariales en la Universidad de Navarra con el premio fin de carrera y se marchó a Gijón para empezar su camino profesional, «a 500 kilómetros de mi familia, cuando en los bancos todavía se trabajaba los sábados por la mañana».

A pesar de la distancia, muchos sábados hacía el trayecto en autobús hasta San Sebastián, donde la recogían en coche para llevarla después a su casa en Pamplona. El viaje de vuelta lo hacía el domingo por la noche. Como tenía que pasar un par de horas en San Sebastián esperando el autobús de Gijón, se iba a un cine con su maleta, «que me guardaban en la taquilla mientras veía la película, aunque a veces no me daba tiempo a terminarla».

Olga García es la tercera de una familia de cuatro hermanas y cuenta su marcha a Gijón con 22 años como una experiencia que la ha marcado para toda su vida en lo personal y en lo profesional.

Asegura que no tiene ninguna afición ni un hobby especial, pero, como mucha gente, considera el ejercicio físico una asignatura pendiente después de haber practicado varios deportes en su etapa de estudiante, aunque reconoce que su agenda no le da para más.

Su tiempo libre lo dedica a a sus amigos y a prepararse para mantener el nivel de formación que le exige su profesión: «cuando llego a mi casa desconecto totalmente» pero se considera adicta al trabajo. Se siente «una apasionada» de su profesión. «Esto no es un trabajo, es una forma de vida», explicaba. Y su profesión le gusta tanto que no se ha planteado tener hijos. Aunque reconoce que le «encantan los niños», prefiere ejercer de tía y hasta tiene un ahijado murciano.

«La vida nos ha exigido ir donde la entidad nos ha necesitado», explicaba. «Siempre hemos creído en el proyecto y hemos estado donde hiciera falta. Puedo decir que nunca he sido ambiciosa, he tenido ilusiones. Siempre que he tomado decisiones y me he echado hacia delante lo he hecho con toda la ilusión».

Admite que es «muy cercana y muy exigente», porque también se exige mucho a sí misma. «Los objetivos siempre los conseguimos en equipo. La banca la hacemos la personas y muchos de nuestros clientes nos valoran por esa cercanía y ese trato humano».

Recuerda que durante la crisis se encontró con «mucha gente que tenía dificultades, a la que le hemos dado la posibilidad de buscar soluciones». A pesar de su trato cordial y afable, se mantiene al margen de las redes sociales porque quiere preservar su intimidad y no exponer su vida privada. «No estoy en Facebook ni Twitter», confiesa.

No renuncia a su origen navarro, pero se siente «totalmente murciana», aunque su trayectoria profesional y la de su marido les han llevado a vivir otra vez en ciudades alejadas en determinados momentos, cuando el trabajo se lo ha exigido. En Murcia ha hecho amistades que considera verdaderos familiares, aunque no sean realmente parientes suyos. También tiene una perra a la que le ha puesto de nombre Nica, «que viene de Murcianica Bonica».

Se declara «comiente» y muestra un aprecio especial por la gastronomía murciana, pero confiesa que nunca ha aprendido a cocinar ni sabe cómo se enciende el extractor de la cocina. «Mis amigas me tienen una envidia sana. Mi marido es más cocinilla», asegura.

Aunque no acostumbre a ponerse el delantal, admite que le gusta comer bien. «En los viajes disfruto mucho de la gastronomía, porque me gusta toda la cocina española». Reconoce que creció acostumbrada a los platos de cuchara del norte y que le gusta la cocina «menos elaborada, pero con materia prima de primera» que ha encontrado en Murcia.

Cuenta que la integración de Cajamurcia en BMN y ahora la posible fusión con Bankia obligan a trabajar «muy sujetos a la supervisión europea. Vivimos en un continuo cambio». También la digitalización está introduciendo grandes tranformaciones en el trato con los clientes y en la forma de trabajar a través de los canales electrónicos. «Tenemos que estar en un proceso constante de adaptación», concluye.