Ocurría allá por octubre de 1999, concretamente el día del Pilar. Un día de fiesta que acabó manchado por el crimen. Una familia de Archena había salido a pasar la jornada, aprovechando que era 12 de octubre, por Ojós, con la intención de buscar caracoles por sus parajes. Lo que encontraron no fue precisamente esperado y sí macabro: Encontraron un cadáver. El cadáver de un chico, del que pronto se sabría que tenía 21 años de edad en el momento de su muerte y que se llamaba Ángel.

Calcinado y con signos evidentes de violencia. Sobre la una de la tarde, en la zona conocida como el huerto del Conde de Gemecos, el padre de la familia archenera vio algo que no tendría que estar allí: Una pierna humana que asomaba por la puerta de una cabaña abandonada del lugar. Lo primero que se pasó por la cabeza del hombre es que sería un maniquí. No obstante, entró en el cobertizo y sus peores temores se confirmaron: Ahí había una persona muerta.

Ante el terrible descubrimiento, el hombre alertó a la Benemérita. Al poco se desplazaron al lugar miembros del equipo de Policía Judicial. Los guardias civiles acordonaban la zona. El entonces alcalde de Ojós, Bartolomé Bermejo, también se movilizaba y pronto decía que la víctima no era de la zona. Tenía razón: Ángel era de Murcia.

Manchas de humo y sangre

El Instituto Armado llevó a cabo una inspección ocular del interior del cobertizo, donde el abandono era latente. Allí se apreciaban manchas de humo en las paredes y algunos restos de sangre.

El suceso impresionaba a la pequeña localidad del Valle de Ricote, y pronto comenzaban las especulaciones. A falta de una investigación en profundidas, alguien llegó a barajar la teoría de que el chico hubiese ido allí por sus propios medios para quitarse la vida quemándose a lo bonzo.

En el cobertizo, junto al cuerpo, los guardias civiles encontraron una botella de plástico de unos diez litros, que fue enviada al laboratorio de la Benemérita para analizar el contenido. Olía a gasolina.

El cadáver de Ángel fue llevado en un furgón hasta el Instituto Anatómico Forense, para practicarle la autopsia y confirmar que se trató de una muerte violenta. La juez de Cieza que se hizo cargo del caso se apresuró a decretar el secreto del sumario.

Mientras, la Guardia Civil tardaba apenas días en arrestar a un joven. El sospechoso se llamaba Pedro A. G. N., y tenía 26 años.

Pedro A. G. N. confesó en la Comandancia que había sido él. Que había matado a Ángel de un tiro en la cabeza, había metido el cadáver en el maletero de su coche y lo había abandonado en aquella casa perdida de Ojós, con la esperanza de que no lo encontrasen. Y prendió fuego al cuerpo con la idea de hacerlo desaparecer. ¿El motivo? Un tema de dinero. Según contó el sospechoso, Ángel llevaba meses acusándolo de haberle robado dos millones de pesetas, y amenazándole con matarle si no se los devolvía. La tarde de los hechos, ambos jóvenes quedaron en un garaje de Murcia para saldar deudas. Allí, siempre según el relato de Pedro, fue Ángel quien sacó una pistola para exigirle que le diese el dinero y comenzó la pelea. En un momento de la riña, Pedro le arrebató la pistola a su rival. Y disparó.

"Lo hizo alguien a quien no puedo identificar"

Confesó ante la Guardia Civil que había matado a Ángel por un asunto de dinero. Pero luego, ante el juez, se desdijo. No solamente declaró que era inocente, sino que relató una película de intrigas y amenazas cruzadas. Pedro A. G. N. contó al juez Jaime Jiménez Llamas que, si en la Comandancia dijo ser él el criminal, fue porque estaba siendo amenazado por amigos de Ángel. Además, dijo que temía por su integridad, y hasta por su vida. El procesado también negó que hubiese mantenido reunión alguna con la víctima en un garaje de Murcia (como indicó a la Benemérita), y añadió que él no debía dinero a Ángel. Acerca de quién disparó al joven Ángel, Pedro (que sufría un trastorno mental y tomaba ansiolíticos) dijo que lo hizo alguien a quien no podía identificar. También aseguró no saber nada sobre el traslado del cuerpo a Ojós.

El juez lo mandó a la cárcel.