Un único disparo de escopeta y Manuel caía muerto. Corría el verano del 91. El escenario, la pedanía murciana de El Palmar. «Lo mataron a traición y sin mediar palabra», diría luego un testigo del crimen. Un crimen que habría tenido su caldo de cultivo en las discrepancias que mantenían, tiempo atrás, dos familias. La del fallecido y la del asesino. ´Los Narizotes´ y ´Los Chaparros´.

Como una de esas riñas ancestrales de películas, como en Los Tarantos. Manuel tenía problemas con la familia de su esposa y precisamente habría ido hasta El Palmar (él residía en Alcantarilla) con la intención de arreglarlos.

Limar asperezas, apostar por el hecho de que, en realidad, las dos familias ya eran una, al unirse en matrimonio dos de sus miembros. Tras el crimen, una hermana de Manuel relataría, amargamente, lo que él soltó antes de viajar a la pedanía murciana. «Le había comentado a nuestro hermano mayor que, si iba a esa casa, le pegarían un tiro». «Pero nadie se esperaba, y mucho menos él, que al llegar, y sin mediar palabra, lo mataran», añadía la mujer.

El presunto asesino no llegó a ser ni presunto para los testigos que vieron el crimen. Se trataba de Antonio M. M., de tan sólo 17 años, y cuñado de Manuel. El joven salió por piernas nada más pegar el tiro al hombre. Sus parientes lo arropaban y las autoridades comenzaron a buscarlo.

«¿Usted cree que hay derecho? Son unos cobardes que mataron a mi padre a traición. Hay que hacer justicia. Que se escondan ´Los Chaparros´, porque vamos a por ellos».

Son las declaraciones de Antonio Fernández Marín, hijo mayor de la víctima de este crimen. No era el único que clamaba venganza. En el velatorio de Manuel -que se abarrotó de parientes y amigos­-, no eran pocos los que apostaban por ir a buscar al asesino y a su familia y tomarse la justicia por su mano. «Hay que darles lo mismo» era una de las sentencias que se podían escuchar.

«Son unos asesinos», subrayaban, llenos de ira. Son, en plural. Antonio M. M. había apretado el gatillo, pero los familiares de la víctima no tenían duda alguna de que todo el clan ´Chaparro´ era responsable del crimen. Lo decía Francisco Fernández, hermano del fallecido. Un hermano que desde entonces tenía que vivir con el dolor de haber visto cómo mataban a Manuel. Nada más llegar a la casa, «le llamaron y, sin mediar palabra, le pegaron un escopetazo y se quedó tirado en el suelo», recordaba.

Fue solamente un disparo, pero mortal. «Lo cogí y me lo llevé al hospital, pero todo fue inútil, ya estaba muerto», indicaba. «Son muy valientes estos, ´Los Chaparros´, que matan por la espalda», agregaba el hombre, lleno de ira.

¿De dónde venían las diferencias entre estas dos familias? Otros vecinos del barrio de Los Rosales (escenario del crimen) tenían, por aquel entonces, una teoría. Que todo venía porque Manuel, siempre según estos vecinos, habría maltratado a su esposa, miembro del clan de ´Los Chaparros´.

De ahí que este hombre no fuera precisamente bien recibido en El Palmar. El presunto asesino alegó lo mismo, tras entregarse: Manuel molía a palos a su mujer (hermana del homicida), y no precisamente sólo una vez.

Antonio prefirió acabar con la vida de ese hombre ante de que él acabase con la de su hermana, o es lo que contó al juez. Estuvo declarando durante dos horas y media, ante el Juzgado de Instrucción Nº 3 de Murcia. En una época en la que la expresión ´violencia machista´ no se oía, la supuesta violencia trajo más violencia. Y muerte.