Licenciado en Biología en la Universidad de Barcelona, este valenciano hizo la tesis doctoral en Bioquímica y realizó dos cursos postdoctorales en Boston, uno de ellos en la Universidad de Harvard. En 1999 regresó a España como investigador del CSIC y en 2009 logró entrar en en el CNIC (Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares). Desde el año pasado dirige el departamento de Investigación Básica en este organismo. Mañana hablará en Molina de Segura sobre los ´Retos de la investigación y medicina cardiovascular´, en una conferencia organizada por la Fundación de Estudios Médicos (FEM).

¿Dónde pondrá el acento en su conferencia de mañana?

Me centraré en los retos que tiene por delante la investigación cardiovascular, teniendo en cuenta la gran incidencia que esta enfermedades tienen en nuestra sociedad. Resulta paradójico que a pesar de los avances que se han dado en controlar los factores de riesgo y en mejorar los tratamientos, sigue siendo la primera causa de muerte y discapacidad.

¿A qué se debe?

Es un tema complejo, pero en gran parte es porque, precisamente, la población cada vez envejece más y la edad es un factor de riesgo fundamental. Donde más fallamos es en la prevención, pues no somos capaces de predecir quién va a desarrollar la enfermedad en los siguientes años y ese es un reto muy importante.

Es ahí, entonces, donde centran la investigación actualmente.

Efectivamente, debemos centrarnos en identificar los factores de riesgo que nos predisponen en esa enfermedad, para rellenar el vacío que existe en este apartado.

Dentro de las enfermedades cardiovasculares, ¿cuáles son las más preocupantes por su incidencia?

Cualquier patología lo es, pero el gran problema está en los accidentes isquémicos y en los infartos de miocardio y cerebrales. Estos son los más habituales.

Pero sí que se habla de factores de riesgo en estos casos...

Efectivamente, por ejemplo, el factor genético es muy importante, como otros que son modificables y sobre los que podemos actuar: la diabetes, la obesidad, el colesterol, el sedentarismo, la presión arterial, el tabaco... Todos ellos nos pueden ayudar a predecir la enfermedad a nivel poblacional. Por ejemplo, si en una región la población tiene altos niveles de colesterol, es más fácil que acertemos si decimos que allí va a haber más enferemedades cardiovasculares que en otra que no tiene esos niveles tan altos. La paradoja es que cuando hablamos de individuos no siempre se cumple la premisa de que por tener el colesterol alto vaya a sufrir una patología de este tipo antes que otra persona que no tiene el colesterol alto. Por tanto, es en la predicción individual donde está el vacío que antes comentaba.

¿Y qué estrategia se impone entonces para rellenarlo?

Lo que hacemos es un seguimiento durante varios años de un grupo de población sana, de entre 40 y 50 años, que no ha desarrollado sintomatología ni tiene antecedentes de enfermedades cardiovasculares. Se les monotoriza el desarrollo de las placas de ateroma (grasa) en diferentes arterias que dan pie a la arteroesclerosis. Y en estas personas luego vamos a hacer pruebas genéticas y moleculares para intentar identificar si en las células de la sangre de quienes desarrollen enfermedades cardiovasculares, aparecen ciertas moléculas que nos puedan anticipar ese riesgo.

Es decir, que avisen.

Sí, pero en gente aún sana, para poder distinguir, cribar, en el individuo concreto quién tiene mayor riesgo de desarrollar una enfermedad de este tipo. Hablamos, pues, de prevención primaria, de evitar que ocurra un primer accidente cardiovascular.

¿Podemos hablar de fechas?

Es todavía una carrera de fondo, de larga distancia. Pues a continuación vendrá otro importante reto, como plasmar los resultados en herramientas preventivas; pero aquí ya entramos en temas de política sanitaria.