«Pilar llegó a Valencia siendo analfabeta y dejando atrás una niñez sin muñecas y una desgraciada infancia en la que acarrear cubos de agua y sacos de estiércol eran sus entretenimientos más habituales. Poco agraciada, introvertida y de gesto adusto, duraba poco en las casas en las que entraba a servir. Su mirada era lo que peor efecto causaba en sus patronos, una mirada seca, dura, que traspasaba. Llegó a cambiar de señora en tres ocasiones el mismo año».

Así se refería en 2009 el periodista Pedro Costa a la que se convertiría en la última mujer ejecutada a garrote vil en España.

La muerte de la dueña de una tocinería, la súbita parálisis parcial de una criada y el extraño mal del que fue presa la esposa de un médico fueron las evidencias que acusaron a esta mujer que, con su presencia en todos estos sucesos, acumuló pruebas en contra suya.

Escribe Víctor Alós, en su blog La crónica negra, que Pilar primero mató a su señora, doña Adela, con el fin de quitársela de en medio y conquistar al señor, pero este, al quedarse viudo, lo que hizo fue largarse de la ciudad, y Pilar se quedó compuesta y sin trabajo.

La ayudó entonces otra muchacha, Aurelia, quien consiguió enchufar a Pilar para que trabajase en la misma casa que ella, la de un médico y esposa. Allí, la criada repitió su método: suministrar veneno, tanto a su señora como a su amiga Aurelia, la que le había echado un cable cuando se vio en la calle.

Pero no las mató. El doctor que trató a ambas mujeres en el hospital se olió algo raro. Y se ve que la cara de Pilar también le dio mala espina, porque se le ocurrió buscar a su primer señor, aquel viudo, a quien solicitó exhumar el cuerpo de la esposa. Y en el cadáver quedaban restos de arsénico, los mismos que salieron en la orina de Aurelia y de la señora del médico. A Pilar la pillaron y garrote vil. Era 1959.