Apenas había comenzado el mes de febrero, tan solo llevaba tres horas y media en el calendario, la voz de Murcia se apagó definitivamente y con ella se cerró un importantísimo capítulo en la historia de la radiodifusión murciana. Elías Ros Garrigós se nos ha ido para siempre. Aprovechó para marcharse la quietud de la madrugada, el silencio, el descanso. Rodeado de hijos, nietos y biznietos, Elías, salió del locutorio de la vida dejando un vacío en las ondas que nada ni nadie podrá llenar jamás. Elías Ros era Murcia. No solo la radio. Era mucho más. El amor a la ciudad y a sus raíces, costumbres, tradiciones, folklore, teatro, arte, religiosidad popular, en definitiva, a toda manifestación que tuviera que ver con su amada Murcia. Fue pionero en las ondas. Aquel mes de agosto de 1933, cuando la EAJ-17 echó a andar en los terrenos del Recreative en Espinardo ya hablaban las crónicas de «un joven rapsoda» que intervino, con apenas 15 años, declamando a Calderón de la Barca. Después y tras la Guerra Civil, Elías, junto a su hermano Juan, serían el binomio perfecto de la radio de la ciudad.

Podríamos enumerar todos y cada uno de los programas que enraizaron en la memoria colectiva. Panorama desde el Puente, inolvidable. O aquellas otras campañas que la emisora ponía en marcha y Elías Ros coordinaba y presentaba como pocos. Al habla Espuña o aquel otro desde el cartagenero sanatorio de Canteras. Las campañas de Navidad, todo el día delante del micrófono recibiendo donativos para los necesitados con la participación de campanas de auroros, corales y grupos de folklore que se acercaban hasta los estudios, cara al oyente, en la plaza de Cetina, que desde primeras horas se encontraban abarrotados de público. Después vendría su aportación a la Semana Santa, inolvidable etapa en la Tribunica de la calle Arquitecto Cerdán, esquina al café Drexco y Trapería. Abría micrófono Sáez, su inseparable técnico en exteriores, y se escuchaba la característica entonación y voz de Elías Ros: «Ya se oyen los tambores, ya se escuchan las trompetas? Señores radioescuchas ya llega la procesión?», y así día tras día. Año tras año. En la memoria colectiva la primera salida de la cofradía de Jesús, nada más acabar la guerra, y la emocionante retransmisión que Elías hizo de la salida de los pasos a la calle después de haberse salvado todos de la barbarie iconoclasta que acabó con el patrimonio religioso de esta ciudad. Y es que mi maestro amaba la Semana Santa y nos transmitió su amor por ella.

Inolvidable su pregón oficial leído en 1990 en la iglesia de San Nicolás, sede la cofradía del Amparo. Y si de programas hablamos no quiero olvidarme de El Mirador, por el cual Elías se asomaba todos los fines de semana a su Murcia del alma. ¿Cómo no hablar de las retransmisiones de la Romería? En la bajada y, sobre todo, en la subida de la patrona. Esto lo ha estado haciendo hasta hace cuatro años. Seguía al pie del cañón. Con María José Alarcón y José María Falgas durante muchos años y después conmigo. Antes de las siete de la mañana estaba en la radio, con sus pantalones de verano, su camisa de manga corta, su gorra para protegerse de los rigores del sol y sus apuntes.

El primero que se subía a la unidad móvil era él. Nunca se le hacía tarde. Y ya desde la llamada 'casa de los canónigos', junto al Santuario, toda la mañana narrando la romería de la Fuensanta. Y siempre, cuando la Morenica iba a entrar en el Santuario, tras hacer el camino, las lágrimas de emoción brotaban solas de sus ojos de murciano enamorado de la Virgen y con ellas miles y miles de oyentes se emocionaban con él. Pero Elías Ros era mucho más que la radio. Muchísimo más. Esposo, padre, abuelo y bisabuelo ejemplar. Hasta el último día lloró la pérdida de su mujer, su gran amor, a la que nunca olvidó y por la que siempre llevaba las dos alianzas, la suya y la de ella, en su dedo anular.

Pertenecía, pocos lo saben, a la Orden Seglar de los Dominicos y estaba profundamente ligado no solo a la orden religiosa, sino también, a la clausura de Santa Ana, cuyas madres, seguro, habrán llorado también la pérdida del amigo y benefactor. Miembro del Ejército del Aire, en la base de Alcantarilla, Elías Ros lucía con orgullo el uniforme azul de los hombres del aire y siempre llevaba, en la solapa de su chaqueta, el escudo del arma de aviación. Yo he sido testigo, no me lo ha contado nadie, de ir con él por la calle y pararnos personas que le recordaban de cuando hicieron la mili en las instalaciones militares. O incluso ayer, nada más conocer su irreparable pérdida, en las redes sociales, varias personas le agradecían el trato que les había dispensado en el Ejército cuando estaban haciendo la mili. Pero todavía había más. Elías era un magnifico dibujante y pintor de acuarelas. Fue alumno de Luis Garay, con el que pasó, en su juventud, muchas horas en su estudio aprendiendo dibujo del genial pintor murciano. Se codeó con todos los miembros de aquella bohemia de la Murcia de los años treinta, y de todos, especialmente del mencionado Luis Garay, aprendió algo.

Alumno de la Escuela de Teatro en el Conservatorio Superior, con esa portentosa voz y dicción que tenía, anduvo por salones, casinos y escenarios recitando a los clásicos. En fin, desconocido lector, necesitaría todas las páginas de este diario para seguir hablando de mi maestro, mi amigo, mi compañero de tantas y tantas horas en la radio y fuera de ella. Era, también, nuestro decano como periodista en la Asociación de la Prensa y en el Colegio Oficial de Periodistas, pues, al crearlo, le dimos el número uno por méritos propios. Colaborador activo también en aquella casa para todo cuanto poníamos en marcha o presentándonos iniciativas con el único fin de engrandecer a Murcia. Su gran amor.

Versos de despedida

Adiós, maestro. Hasta siempre, querido amigo. Déjame, como despedida, que te recuerde unos versos de nuestro archenero universal, Vicente Medina, que tanto te gustaban y cuyas poesías declamaste tantas veces por la radio. Ese Vicente Medina que, cuando la radio cumplió 80 años, recordaste en el escenario del Teatro Circo en aquel magnífico espectáculo homenaje que coordinó y creó nuestro compañero Ismael Galiana.

Te sacó del brazo tu hija Marisol, no quisiste salir a escena en tu silla de ruedas, y entonces se hizo el silencio para que tu voz homenajeara al de Archena. Recitaste Cansera. La última vez que lo hiciste. Yo, en este día triste, cuando hace unos minutos que he vuelto a casa después de estar contigo en el tanatorio, te recuerdo y te rindo homenaje con estos otros versos de Vicente Medina:

«¡Ya escansas!? ¡Ya duermes, pa siempre, tranquilo!? Pa cuando mi cuerpo, pa no levantarse, se caya rendío... pa cuando, en mi horica, me llame la tierra, ¡guárdame un roalico!».