A través de lo que uno ve y oye por ahí -es decir, sin ningún valor estadístico o sociológico-, podríamos decir que, a día de hoy, la sociedad murciana está dividida en los siguientes estratos sociales: los que viven muy bien, los que viven bien, los que viven regular y los que viven de pena, y lo más curioso es que estas circunstancias pueden ser observadas en cualquier plaza de nuestras ciudades y nuestros pueblos. Pongamos un ejemplo: imagínense un enclave céntrico de la ciudad de Murcia, un sábado, a mediodía. En las mesas, grupos, parejas, familias, etc. se toman un aperitivo en el que una ensaladilla y una cerveza puede costar alrededor de cinco euros -no hablemos de unos trozos de pulpo o unos caballitos de gamba-. Esos son los que conforman el grupo de los que viven muy bien, o simplemente, bien a secas. La diferencia entre ambos está en que unos pedirán un segundo plato de pulpo porque está buenísimo y a mí qué más me dan diez o doce euros más, y los que chuparán a fondo el palillo de su primer trozo para extraerle todo el jugo posible a su única tapa.

Sirviendo las mesas están los camareros que podrían pertenecer a la clase de los que viven regular. Algunos de ellos o de ellas tienen el puesto fijo y se sacan al mes una cifra que casi nunca llega a los mil euros, incluso con las propinas, aunque, como su consorte trabaja de suplente de cajera/o en un gran supermercado, los meses que la cosa va bien añaden unos cientos de euros a la economía familiar que les permite llevar una vida sencilla, pero más o menos tranquila. Entre esos camareros, están los que son contratados como refuerzo para días señalados. Echan unas horas hoy y otras mañana, se van a su casa y a volver a esperar a que los llamen. Suelen vivir todavía con sus padres, o en pareja pagando a medias el piso, sin poder plantearse ni de broma tener un hijo o hacer planes para una vida más estable, por más que anden ya alrededor de la treintena.

A este grupo social de jóvenes con trabajos intermitentes, que se sacan unos pocos de cientos de euros mensuales, de los cuales estos camareros podrían ser un ejemplo, pertenecen los jóvenes 'mejor' situados dentro de una parte de la estadística real, que nos dice que el 46% de ellos están en el paro en nuestra Región. Como el total de parados es del 23%, resulta que aquí para romper a trabajar hay que echarle paciencia a la cosa.

Cruzando la plaza lentamente, sin prisas, puede verse a hombres jubilados que van camino de bares situados en sus cercanías donde el aperitivo es más barato. Casi todos tienen una pensión de alrededor de ochocientos euros (es la media regional), y se arreglan con ella y con los pocos ahorros que han conseguido después de toda una vida de trabajo. Algunos llevan bolsas de la compra, o arrastran un carrito. Casi todos esos son los que tienen en su casa a algún hijo que ha vuelto a vivir con ellos, con o sin su familia, porque han perdido el trabajo, incluso porque los han desahuciado de sus hogares y se han ido a vivir con los viejos. Estos andan muy tristes porque, además de los gastos, han de aguantar depresiones de los jóvenes, problemas en su matrimonio y la extrañeza de los nietos al verse allí viviendo con los abuelos.

De los 164.900 parados que hay en nuestra Región, en esta plaza se ven pocos. A veces, uno de ellos que tiene una pensión de esas de 400 euros y que es una persona inteligente, culta y un gran profesional, cruza por allí camino de otro sitio donde ha quedado con sus amigos que le pagarán su aperitivo porque lo quieren mucho y disfrutan de su compañía.

Y ya solo queda citar aquí a los que se acercan a las mesas a pedir algo de limosna. Unos son drogadictos y otros son personas que lo han perdido todo, pero que, quizás, hace diez años eran de los que podían sentarse en esas mesas y tomar, al menos, un trozo de pulpo.