La definición científica del sexo solo conforma y refleja la estructura dualista y discriminatoria del sistema sociopolítico moderno. El sexo biológico ni es una categoría estable ni puede clasificarse en dos únicos sexos (macho/hembra). Esto no significa que el sexo biológico no exista o que es imposible toda clasificación de los sexos, sino que, como sostiene la filósofa feminista Judith Butler, los cuerpos se interpretan desde esquemas de género polarizados: normal/anormal, sano/enfermo, masculino/femenino.

En lugar de reconocer el origen social de las ideas sobre la diferencia sexual, las instituciones políticas continúan adecuando los cuerpos a la dicotomía macho/hembra a través de técnicas médicas, tratamientos hormonales y registros administrativos. Es decir, se obliga a las personas a definirse única y exclusivamente como hombre o mujer, de forma estable y sin variaciones a lo largo de su vida. La adecuación de los cuerpos a la dicotomía macho/hembra se realiza con independencia de las ´anomalías´ que puedan presentar ciertos individuos en sus genitales, como ocurre en los casos de intersexualidad o de la convicción personal que presentan otros individuos para reconocerse y actuar como hombres o mujeres independientemente de su sexo biológico (transgénero).

Pero esto no es todo. Existen otros individuos que no solamente desafían el sexo biológico sino también la propia expresión del género y su interpretación en el lenguaje. No me refiero solo a aquellas personas que construyen su identidad desde la cultura gay y lésbica o a través de prácticas BDSM sino a la multiplicidad de expresiones identitarias que rechazan la estructura binaria de sexo, género, deseo y cuerpo. Las personas bigéneros, pangéneros, agéneros, de género fluido, asexuales o pansexuales no se adaptan a las normas de inteligibilidad cultural. Este aparente cajón desastre de la diversidad sexual nos interpela sobre la representación y los límites del cuerpo en el espacio político. La diversidad sexual no tiene por qué buscar necesariamente la subversión dentro del sistema heterosexista. Sin embargo, cuando hablamos de diversidad sexual no podemos pasar por alto que se trata de una cuestión de supervivencia. La ´normalidad sexual´ presupone una jerarquía y detrás de toda jerarquía existe una relación de dominación y poder.

Mientras algunos investigan sobre si existe un sexo cerebral y otros se esfuerzan por justificar que el sexo no es más que una interpretación social, se olvida que detrás de tal debate existe una cuestión ética y política ineludible: la igualdad y el reconocimiento político y social de las minorías diversidades sexuales. Es difícil plantear una apertura total de las posibilidades del género y la sexualidad cuando en Occidente la organización del espacio social se realiza desde la vigilancia, el control y la violencia normativa. La perversidad no está en la diversidad sexual sino en una sociedad que continúa enfatizando los tradicionales dualismos del sistema sexos/géneros (macho/hembra, masculino/femenino, heterosexual/homosexual, cisgénero/transgénero) mientras se escandaliza o conmueve ante el suicidio de Alan, un chico transexual que no pudo vencer al acoso escolar. La historia de Alan es la historia de muchos menores transexuales, pero también de otras personas que continúan haciendo de la diversidad sexual una resistencia ante lo que podríamos llamar una mecánica de género criminal.