Era el viaje perfecto de Gloria y de José Luis: no existía mejor pretexto posible para descubrir París que hacer una visita en un fin de semana a su amiga Julia, residente en la capital francesa. Pero todos los planes se truncaron en la misma noche en la que aterrizaron en tierras galas: un agente de policía irrumpía en el restaurante en el que estaban a punto de cenar y una llamada del padre de Gloria avisaban de que algo serio estaba sucediendo. Aquellas sirenas que escucharon en la boca del metro no eran ordinarias. A diez minutos del local, en el mismo barrio en el que se encontraban, tres hombres armados con fusiles kalashnikov habían sembrado la masacre en la sala de conciertos de Bataclan.

«Julia nos dijo que desde los atentados de Charlie Hebdo era normal el trasiego de policías», cuenta Gloria Rosa (El Palmar, 25 años), una maestra de Alhama de Murcia que había reunido a José Luis Ros (Balsicas, 30 años), María Paños (Alicante) y Judith Torres (Callosa de Segura, Alicante) para visitar a su amiga de Calasparra, Julia (23 años), que está de prácticas en un restaurante de París. «Cuando salimos del metro, oímos sirenas y vimos a un agente ponerse un chaleco, pero no le dimos importancia porque es ´lo normal´ tras los ataques de enero».

Pero en el restaurante cambió todo. Su padre le alertó de que había escuchado explosiones en el partido de la selección; otras dos amigas del grupo llamaron para decir que no iban a acudir a la cita y un agente entró en el restaurante y ordenó al encargado el desalojo del local.

París era otra ciudad cuando salieron del restaurante. «Había mucha gente corriendo, el metro no se podía tomar y anduvimos hasta nuestro apartamento», situado en Boulevard du Temple, una diagonal paralela a la Boulevard Voltaire, donde se halla Bataclan. «Estaba cortada por la Policía y no nos dejaron entrar. Lo logramos de potra», espeta José Luis. Ya en casa, con Internet y a salvo, conocieron la dimensión de lo que estaba ocurriendo en París.

Una cadena de atentados había ocasionado 129 muertos en la noche del viernes, según los últimos datos, entre ellos un español. La masacre también dejó tres centenares de heridos, pero, entre residentes de Murcia y turistas de la Región, no hubo murcianos afectados al cierre de esta edición. No obstante, sí fueron varios quienes estuvieron muy cerca de los hechos.

Alejandro García-Córcoles no escuchó las explosiones que sonaron junto al Stade de France, en el transcurso del partido de fútbol entre Francia y Alemania. Este periodista, que reside en los aledaños del estadio desde septiembre de 2014, atendía ayer a todos los medios que le llamaron. «Estoy en casa, con ´mil´ ventanas del ordenador abiertas», describe. «Mi familia está preocupada, como es normal, pero ya les he tranquilizado», asegura antes de comentar que «hay cierta angustia, porque este año está siendo bastante trágico para Francia».

Begoña Alcolea (Murcia, 28 años) trabaja como lectora de español en París desde hace un año y medio, y la noche del viernes tenía planeado tomar unas copas en otra de las zonas atacadas, el distrito 10. «Justo cuando terminábamos de cenar, una amiga nos dijo que cerráramos las cortinas y apagáramos las luces. Nos asustamos mucho y no entendíamos nada hasta que pusimos la televisión. Todo el mundo corría en la calle y se escondía en los portales, en las tiendas... No se sabía qué sitio estaba seguro. Daba mucho miedo», relata Begoña. «Fue horrible ver cómo subía el número de muertos. Y nos pusimos a rezar».

A Claudia (Murcia, 23 años) los atentados le sorprendieron en casa, en la Place de Clichy, señala esta estudiante de Derecho que eligió París para hacer el Erasmus. «Estaba lo suficientemente lejos del peligro, pero también lo suficientemente cerca para oír las ambulancias y los helicópteros».

El murciano José Ramón Albentosa y su esposa Elena Rodríguez Jiménez-Sierra supieron de los ataques terroristas por las ingentes llamadas y WhatsApp de familiares que se interesaron por ellos mientras aguardaban en la cola para entrar al espectáculo del Moulin Rouge. «Vimos más policías y el ambiente era tenso, pero entramos a ver el espectáculo, que no se suspendió, y cuando salimos pudimos sentir una extraña tranquilidad que sólo comprendimos al llegar al hotel».

«Falta de información»

Algunos como Benjamín Ros (Monteagudo, 25 años) se enteraron en Cadet, distrito 9, cuando buscaban un local para pasar la noche. Tuvo que regresar corriendo al hotel, junto con su pareja, Adrián, y una amiga, Eva. «No nos dejaron salir hasta la tarde de ayer, impusieron el toque de queda», comenta Benja. «Lo peor fue la falta de información. Los números de teléfonos no funcionaban y nos tuvimos que enterar a través de los medios españoles».

El mismo ´caos informativo´ lo vivió un matrimonio cartagenero, Raúl y María Ángeles, que celebraba su aniversario de bodas y a quien la tragedia le pilló lejos, «en Notre Dame, donde vimos a tres soldados armados», pero no las consecuencias inmediatas. «Todos los teléfonos estaban saturados, no había manera de conocer qué estaba pasando», revela Raúl Eulogio (Cartagena, 49 años).

El día siguiente

Begoña narra que «en la misma calle transitada de todos los días, hoy (ayer para el lector) no había nadie». «Sólo había caras largas. París es una ciudad fantasma», agrega. «Nos han recomendado que no salgamos de casa», comenta Claudia. Y es que, como explica Alejandro, el ayuntamiento y el Gobierno francés ordenaron a los vecinos no salir de casa durante el día de ayer. En cambio, el grupo de amigos de Gloria y José Luis sí vio «movimiento» en las calles. «Hemos ido a la Plaza de la República; aunque, eso sí, no quieren aglomeraciones».

Quedan sensaciones de «miedo», pero también de «rabia». Como dice Begoña: «¿Por qué tenemos que pagar los inocentes? No han atacado en la París turísta, sino a los parisinos, donde está la gente. Se han cargado la parte mágica de Paris».