El capricho de las agendas políticas hizo coincidir ayer en Murcia al líder del partido emergente, Ciudadanos, con la mujer que para muchos en el PP representa la reserva para sobrevivir al desmayado Rajoy. Dos políticos, cada uno según su circunstancias, con aparentes expectativas de futuro.

La visita de Soraya Sáenz de Santamaría puede calificarse de acto presencial, sin más, pues no hizo exposición alguna de interés más que una vaga referencia a una futura adecuación del precio del agua desalada. Si el ánimo declarativo de los ministros que la van a seguir en la ronda electoral se limita a tan discreta sustancia nos esperan abundantes sesiones de fotos sin nada que escribir al pie. A Sáenz de Santamaría le deben haber dictado que una ´cuestión fuerte´ en Murcia es el agua y que es preceptivo pronunciarse sobre ella, y salió por ahí. No explicó cómo será posible abaratar estructuralmente el precio del agua sin recurrir a subvenciones directas, que están vetadas por la UE, salvo, como en el momento presente, para situaciones excepcionales.

Pero lo que no parecen calcular desde Moncloa es que todas estas referencias abstractas y contradictorias con discursos electorales anteriores, convenientemente incumplidos, producen en Murcia un efecto mareante. Basta dirigir la mirada al pasado para obtener el siguiente historial: hace veinte años, el PP de Valcárcel se estrenó apelando a las desaladoras frente a los trasvases, con gran escándalo del PSOE saliente, que decía apostar por éstos. Después se produjo un cambio de cromos: al PP le entró un gran furor trasvasista, mientras los socialistas descubrían la desalación. Y así llegamos al ´momento Soraya´ en que, de nuevo el PP regresa a las anteriormente denostadas desaladoras, y el PSOE... El PSOE por algún sitio andará.

En cuanto a Albert Rivera, tampoco se descoyuntó al respecto. Prometió la redacción de un Plan Hidrológico Nacional nuevo flamante durante la próxima legislatura, que es exactamente lo que prometen todos en cada víspera electoral, lo cual constituye una manera de salir del paso sin avanzar compromisos, pues no se dan señales acerca de la orientación del diseño.

Ciudadanos es un partido nuevo, todavía en formación, y la gracia del asunto es que en el PP murciano están empeñados en que Rivera aleccione a sus discípulos locales y los lleve por el buen camino, es decir, que les dé unos pescozones y les dicte que aprueben el techo de gasto sin la previa condición de que los populares se deshagan de los políticos imputados, a lo que se comprometieron en el punto primero del pacto de investidura. Digo que tiene gracia porque en el PP parecían estar esperando a que viniera el jefe Rivera para chivarse sobre el comportamiento de los diputados de Ciudadanos, que no hacen las cosas que le convienen al PP. Como era previsible, Rivera ha respondido poniendo en titulares de mayor tamaño lo que los diputados murcianos de su partido vienen exigiendo, y dando a entender que los problemas como organización los tiene el PP con sus imputados.

Con esto, con obviar la necesidad de ofrecer gestos inequívocos de regeneración política, despreciándolos frente a los ´grandes problemas´ que tampoco resuelven ni sobre ellos se pronuncian, la vicepresidenta del Gobierno reacciona contra lo que denomina ´politiquería´, lo que resulta muy explicativo de una persistente y cautiva voluntad.