Rafael Pacheco preside el comité ético asistencial del área sanitaria VII de la Región de Murcia, con el hospital Reina Sofía de referencia. Además, es miembro del comité regional, al que acuden los comités de cada área cuando no hay consenso en la toma de una decisión sobre el futuro de un paciente. «Siempre intentamos unificar criterios, dejando de lado la ética, los valores personales de cada uno», explica.

¿Han intervenido en algún caso parecido al de la niña de Galicia, con menores, en el que los padres reclaman una muerte digna para su hija?

No, pero yo considero que cuando un médico tenga severas dudas sobre el tratamiento a seguir con un menor en una situación irreversible, lo que debe primar siempre es el interés del niño y ante todo evitar el sufrimiento.

¿Y dónde puede surgir la duda?

En lo que cada uno entienda por situación digna y calidad mínima de vida de un ser humano, porque aquí entran los criterios morales o religiosos. En el caso de un menor, por ejemplo, algo que suele atormentar mucho a los padres es si puede estar sufriendo. Si a la luz de la ciencia no hay posibilidad de curación hay que decidir el siguiente paso: si mantenerle con vida artificialmente o dejarle ir. Pero siempre tienen que aplicarse los tratamientos necesarios que sean útiles, no fútiles, para alargar la vida de cualquier paciente ya sea menor o adulto.

¿Cuál sería un tratamiento fútil?

Aquel que genera una falsa esperanza de seguir con vida. En este caso entraría en juego la vanidad del médico, que pueda decir que ‘gracias a mi tratamiento he conseguido que viva unos días más’. Porque el objetivo de un médico no es la inmortalidad, sino que una persona viva y muera bien, es decir, que el paciente tenga una muerte digna.

En el caso de los adultos, muchas dudas se despejan cuando hay un testamento vital.

Yo soy un total defensor de esta última voluntad médica, porque cuando existe un testamento vital tanto la familia como el equipo terapéutico sabe lo que el paciente quiere y lo que no quiere. Pero muy importante también es la figura del ‘albacea’ -que puede ser un familiar o un amigo-; esa persona que ante cualquier duda que surja interprete el deseo del enfermo.

Demos un paso más. La eutanasia. ¿Está la sociedad preparada para dejar a las personas decidir cuándo morir en el caso de una enfermedad irreversible pero que aún no sea terminal?

Este es un debate más sociológico que real, puesto que muy pocos casos llegan actualmente a los juzgados, y en el que entran en juego dos derechos máximos, el derecho a la vida y el derecho a la libertad de cada uno. Pero creo que no tardará en ser necesario encarar este asunto y que el legislador lo acometa; pero con todas las cautelas y desde todos los puntos de vista, tanto jurídicos, como científicos, morales y terapéuticos. Hay que tener una cosa muy clara: una ley de este tipo nunca obliga, sólo despenaliza.

¿Qué puede evitar, desde el punto de vista médico, que una persona quiera morir?

Incentivar y potenciar la medicina paliativa, pues cuanto mejor funcione habrá menos casos de solicitud de morir.