Uno de cada cuatro murcianos sufre dolores crónicos, según las cifras que maneja la Sociedad Murciana del Dolor. Hagan lo que hagan, no dejan de sentir molestias y saben que la intensidad puede variar, pero que no desaparecerá. Para ellos, el dolor no es el síntoma de un problema, sino la enfermedad en sí misma. Las Unidades de Dolor de los hospitales les atienden y contribuyen a mitigar un problema que afecta de manera muy significativa desde el punto de vista emocional. «Un paciente se convierte en crónico cuando el dolor es el centro de su vida», afirma el doctor Juan Miguel Alfaro, médico adjunto de la Unidad del Dolor del Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia y director de Clínica del Dolor Murcia.

El origen de esos dolores comienza siendo un problema de espalda, una lesión de rodilla, una operación de la que no se obtiene el resultado esperado... la lista es larga, aunque la mayor prevalencia suele ser la de pacientes que sufren dolores relacionados con la espalda. Jóvenes sanos y con problemas crónicos por una lesión, pacientes operados sin éxito de una hernia discal con dolor postoperatorio que permanece (algo que ocurre en el 33% de los casos), ancianos en los que no se resuelven sus patologías como desearían, lesiones de artrosis, enfermos reumáticos y personas con dolores neuropáticos conforman el grueso de las personas que sufren dolor crónico agudo.

La punta del iceberg

A las unidades de los hospitales llega «la punta del iceberg» de las personas que sufren dolor agudo, «porque alguien con un dolor muy intenso de juanetes, por ejemplo, puede operarse o tomar otras medidas para afrontar su problema, pero no llegan a nosotros, aunque pasen periodos de mucho dolor», señala Alfaro, que destaca el desgaste emocional que todos estos pacientes tienen. «Es muy duro aceptar que no puedes tener una vida programada como el resto del mundo. Si quedas a cenar, es muy probable que unas horas antes tengas que quedarte en casa porque el dolor se vuelve intenso. Y lo mismo con la vida laboral, uno puede ir a trabajar un día, pero no sabe cómo estará al día siguiente y todas estas cosas influyen en las relaciones personales y desgastan mucho», explica el especialista, que apunta que los niveles de frustración tienen mucho que ver con las expectativas del paciente, al igual que la actitud con la que acepte su enfermedad. «Hay quien es capaz de asumirlo y acepta los momentos de intensidad del dolor, pero el que no tiene esa actitud lo pasa realmente mal», añade Alfaro. La diferencia está en vivir con el dolor o hacer que el dolor marque su vida.

El dolor, y en especial su intensidad, es algo subjetivo y eso complica los tratamientos, ya que los médicos deben interpretar el relato de los pacientes para poder medir las dosis minimizando efectos secundarios. Los tratamientos paliativos varían en función de las necesidades del paciente. Los bloqueos de los nervios mediante la infiltración, el bloqueo epidural, la infiltración de plaquetas, de ácido hilaurónico y colágeno o la radiofrecuencia para estimular el nervio afectado son algunas de las terapias, que se completan con farmacología.

El mayor problema de estos enfermos es que deben asumir que el dolor les acompañará probablemente siempre. Para poder responder mejor a sus necesidades los especialistas, médicos anestesiólogos, piden más personal en las consultas del dolor para atender a los pacientes que llegan buscando una solución y que cada vez son más. «Es cierto que reforzar las unidades del dolor supone un esfuerzo económico, pero por cada 500 euros invertidos en un paciente , se ahorra mil , porque el paciente deja de ir al hospital cada vez que tiene un pico de dolor».