El profesor e investigador de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Murcia (UMU), José Antonio Carranza, ha constatado que todas las personas nacen con un temperamento que se mantiene «con cierta estabilidad» a lo largo de toda la vida. Se trata de conductas que tienen un carácter «biológico», tales como el miedo, la ira, las conductas de aproximación a otros, el nivel de actividad o la atención.

Por tanto, recomienda a los padres o tutores aceptar que existen diferencias «biológicas» en la intensidad de sus expresiones temperamentales y conocer el carácter de sus hijos para tratar de ajustarse a ellos y tener sintonía con sus necesidades. Los progenitores, según Carranza, deben actuar de referente, marcando la pauta de lo adecuado o inadecuado de sus reacciones, pero nunca obligando a sus hijos.

Para llegar a estas conclusiones, Carranza y su grupo de investigación seleccionaron en 1990 a 60 recién nacidos a los que han estudiado de forma continuada hasta los 11 años con el objetivo de seguir su estudio en la actualidad. En concreto, evaluaron el temperamento individual de cada niño a través de cuestionarios rellenados por sus padres y también de tareas de laboratorio.

Cada cuestionario tenía aproximadamente unos 120 ítems y en ellos se abordaban cada una de las dimensiones temperamentales que se pretendían estudiar. En concreto, solicitaban a todos los padres que rellenaran un cuestionario en el que debían valorar en una escala del 1 al 7 la intensidad de las reacciones de temperamento tales como retraimiento ante situaciones nuevas, tolerancia a la frustración, atención, etc.

Los investigadores observaron que, desde muy pequeños, los niños tienen un estilo de conducta particular y «las propias madres lo confirman», destacando que sus hijos, por ejemplo, no eran muy llorones, sonreían mucho o se calmaban con facilidad tras irritarse, según explica Carranza.

El investigador destaca que los niños, durante su primer año de vida, ponen en funcionamiento una serie de emociones básicas para las cuales están preparados biológicamente. Por ejemplo, están preparados para responder ante situaciones nuevas y se dan diferencias individuales en la intensidad con la que reaccionan, haciéndolo, por ejemplo, con un mayor o menor retraimiento, o con un mayor o menor irritabilidad ante situaciones de frustración.