Profesora de Psicopatología Infantil y jefa de la unidad hospitalaria de Psicología Pediátrica de la Arrixaca. Los niños que ven cómo su padre pega a su madre y aquellos que también son víctimas de agresiones tienen un alto grado de posibilidades de tener problemas psicológicos serios. Concepción López Soler explica en esta entrevista cómo puede afectar un entorno violento a los niños que, de adultos, también pueden llegar a ser violentos.

¿Un niño testigo de malos tratos de su padre hacia su madre está marcado para siempre?

Es una experiencia muy dura. Se sorprendería de lo espeluznante de las narraciones de estos niños. El problema es que aunque la pareja se separe, los menores siguen viviendo en un entorno muy complicado, sobre todo si se mantiene el regimen de visitas.

¿Manipulación?

Eso es. Es una presión a veces insostenible. El padre manipula porque en muchos casos no acepta que sea él el culpable del sufrimiento de la familia. Es frecuente el mensaje de «si tu madre quisiera, yo volvería a estar con vosotros».

¿Cómo afecta a los más pequeños el maltrato familiar?

Hasta un 45% de los niños que nosotros tratamos y que han pasado por esas situaciones de violencia de género presenta sintomatología clínicamente significativa.

¿Como por ejemplo?

Ansiedad, casi en un 40%, y tristeza. El estrés postraumático es un trastorno de ansiedad muy frecuente, niños que no pueden quitarse de la cabeza determinadas imágenes, pequeños que viven en permanente estado de alerta.

¿Se puede salir de eso?

Hay patologías que se hacen crónicas y que pueden durar años , con síntomas como sobresalto continuo, pesadillas o insomnio. Niños que empiezan a ver el mundo como una permanente amenaza. La única manera de superar eso es restituirles condiciones de vida estables, cálidas y protectoras, pero no darles todo lo que pidan.

¿A qué edad se puede diagnosticar un trastorno de este tipo?

A una edad muy temprana, a los 3 o 4 años. En esa etapa anterior a la Primaria un educador atento puede detectar anomalías.

¿De qué perfil hablamos?

Pues del niño que está siempre retraído, que se encoge como para defenderse cuando se le acerca un adulto, que no se atreve a pedir las cosas o que llora por cualquier motivo. Son síntomas, lo que no quiere decir que ese niño esté viviendo una situación traumática en casa.

¿Un niño puede llegar a odiar a su padre si maltrata a su madre?

Sólo cuando toman conciencia de lo que realmente está pasando. Y en ese momento muchos optan por no querer ni verlo. Pero el problema de los niños pequeños es terrible porque quieren a su madre y a su padre, y de alguna manera se les obliga a ponerse de parte de alguien. Ahí radica el núcleo de la cuestión. En los niños el miedo puede al odio. Hay que ponerse en su lugar, niños de muy corta edad que se meten debajo de la cama para no ser testigos de la violencia.

Nos referimos a violencia física, ¿no?

Nos referimos a todo tipo de violencia familiar, incluso con ellos como víctimas. Las meras discusiones en una pareja con los hijos como testigos dejan huella. A los dos minutos la pareja puede haber superado esa comunicación hostil y agresiva, que, por cierto, es muy frecuente, pero a los niños entre 5 y 12 años les afecta porque lo viven como un riesgo.

¿Un riesgo a qué?

A la seguridad que todos buscamos y que en el caso de los niños depende de la tranquilidad que emane de su padre y de su madre.

¿Y en la adolescencia?

Es significativo el número de adolescentes que canalizan la agresividad contra su madre maltratada.

Parece un contrasentido.

A ella le tienen menos miedo, es a la que tienen más cerca. Los chicos buscan un ideal de familia unida y lo que encuentran es una madre con miedo y con dificultades para sacar a su familia adelante. Es una situación muy frustrante. En ese contexto, el adolescente varón acepta mal la autoridad de la madre, es como si se identificara con el padre maltratador.

¿Y tiene más posibilidad de ser él maltratador en el futuro?

No necesariamente. Un tercio de los maltratados acaba siendo maltratador. Hay que preguntarse de dónde salen los otros dos tercios.

Y las adolescentes, ¿cómo reaccionan?

Reaccionan con ira, hacia la madre, pero también hacia el padre.

El que bien te quiere te hará llorar, que dice el refrán.

Qué cosa más estúpida. Un cachete para que espabile un poco puede ser algo perfectamente superable, pero el correazo no se olvida. Vemos en nuestras consultas a niños pequeños que han asumido que se merecen que su padre les azote, a veces con una violencia que va unida a un ritual aterrador. Y un niño de 6 años no puede hacer nada tan malo como para que merezca una paliza.

¿La violencia se puede volver algo cotidiano? ¿Se puede llegar a banalizar?

El mayor sufrimiento que puede padecer un niño es que el padre o la madre, las dos personas más importantes de su vida, lo maltrate. Es una violencia que le va a generar un retrato deforme de lo que son la familia, el amor, el respeto. La familia convertida en una celda.

Sorprende en las encuestas la cantidad de adolescentes que aceptan posiciones machistas de sus novios o amigos.

Es verdad, chicas que están orgullosas de que sus parejas tengan celos o que asuman eso de que si no tienes sexo conmigo es que no me quieres. El mundo está lleno de ejemplos de violencia como ésa del marido cuando le dice a la mujer en público cosas como «cállate, tonta, que no sabes lo que dices».

¿Eso es maltrato?

Eso puede ser un indicador.