El naufragio del crucero Concordia frente a la costa de la isla italiana Giglio con más de cuatro mil pasajeros a bordo ha hecho que muchos de los amantes de la historia y, sobre todo, de la historia naval, vuelvan a recordar otro suceso con muchas similitudes que ocurrió frente a Cabo de Palos hace poco más de un siglo: el naufragio del Sirio. Fue el cuatro de agosto de 1906 y fallecieron, según los datos oficiales, 242 de los 822 pasajeros. Pero, con toda seguridad, fueron muchos más, cerca de 400. Entonces, como ahora, la tragedia parece tener un culpable más que claro. Un capitán que se acerca demasiado a la costa por un motivo inapropiado ignorando todos los criterios náuticos y que, cuando todo se desmorona, es el primero en ponerse a salvo dejando a su suerte a los pasajeros. La otra coincidencia evidente con lo ocurrido ahora es que fueron los vecinos del pueblo los que más ayudaron a los náufragos. Los pescadores salieron en sus barcas a rescatar a personas que caían al agua y en Cartagena los supervivientes vivieron durante días hasta que pudieron seguir con sus vidas.

El Sirio, también propiedad de una compañía italiana, La Veloce de Génova, partió de Italia el dos de agosto con destino a Buenos Aires. En su itinerario oficial tan solo tenía dos paradas marcadas, Barcelona y Cabo Verde. Sin embargo, las investigaciones tras el naufragio demostraron que hizo escala en Alcira y que tenía previsto parar en Águilas, Almería y Málaga. ¿Por qué? pues para subir al buque a personas con pocos recursos que pagaban al capitán cien pesetas con la esperanza de que les llevara a América en busca de un futuro mejor. Eran emigrantes de los que no hay registros. Además, a la hora del rancho contaban a cada cuatro niños como un adulto, por lo que se cree que el pasaje real del Sirio podía superar con creces el millar. Estas paradas a lo largo de la costa levantina y la necesidad de acortar tiempo y ahorrar combustible parecen la explicación de que el capitán, Giuseppe Piccone, navegara tan cerca de la costa, a pesar de que las cartas náuticas alertaban claramente de la peligrosidad de los fondos de Islas Hormigas.

A las cuatro de la tarde del 4 de agosto, con el agua totalmente en calma, el Sirio navegaba a toda máquina cuando su casco quedó desgarrado por el Bajo de Fuera, una formación rocosa submarina perteneciente a Islas Hormigas y que se encuentra a tres millas de la costa de Cabo de Palos. Primero un golpe seco y después ruidos que se confundían con los gritos y el desconcierto de los pasajeros. Este desconcierto inicial fue el que, según la crónica de los diarios de la época y los testimonios de los testigos, aprovechó el capitán Piccone para subir a un bote con la mayor parte de su tripulación y abandonar el barco. Una historia no muy diferente a la narrada a lo largo de la última semana sobre el capitán Francesco Schettino, ya célebre por lo ocurrido y por su frase «no abandoné la nave, me caí a la barca». Por supuesto, Piccone también negó que dejara a su suerte a los pasajeros. Él fallecería dos meses después de la tragedia en Génova.

Nadie coordinó la evacuación

Muchos historiadores y aficionados a los naufragios han reconstruido los relatos sobre lo vivido durante las horas que siguieron al accidente. Todos coinciden en que se vivieron escenas de horror, peleas, empujones y puñetazos por intentar conseguir un hueco en las barcas de pescadores que se acercaban a socorrerlos. Todo valía para salvar la vida. Pero entre todas estas historias, también se recuerda el comportamiento noble de otros. Lo que las investigaciones posteriores demostraron es que si alguien hubiera guiado y coordinado la evacuación se hubieran evitado muchas muertes.

El rescate se alargó durante toda la tarde y la noche, a lo largo de la cual los supervivientes recibieron el cuidado de los vecinos y las autoridades de Cartagena, adonde fueron trasladados. Eran más de quinientos y la cuidad entera se volcó para ayudarlos. El Teatro Circo abrió sus puertas para ellos y allí se instalaron durante días, recibiendo ropa, mantas y comida de los cartageneros. Desde la primera noche, el capitán Piccone durmió cómodamente en la pensión La Piña de la calle San Cristóbal.

Detrás del naufragio del Sirio quedan muchas pequeñas historias. Las de héroes como el Vicente Buigués, el capitán del Joven Miguel, el barco que rescató a más pasajeros arriesgando su integridad, o la de villanos como la tripulación buque Maria Luisa, que abandonó la zona para no arriesgarse a encallar cuando pudo haber salvado muchas vidas.

El buque se hundió definitivamente, partido en tres, unos días después. Las pertenencias de los pasajeros fueron saqueadas y los restos del buque siguen en el fondo de Islas Hormigas junto a la de otros barcos naufragados allí. El futuro del Concordia y sus restos todavía no está claro. Los cuerpos de los fallecidos en el Sirio siguieron apareciendo por la costa durante semanas, incluido el de alguna famosa cantante de la época.

Han pasado más de cien años de la tragedia y el hundimiento del Sirio sigue siendo el mayor naufragio de un buque civil ocurrido en aguas españolas. Hoy en día, sus restos, son uno más de los atractivos para los buceadores de la reserva natural de Cabo de Palos.