Un escenario en la puerta de El Corte Inglés. Una cola que abarcaba media avenida de la Libertad murciana. Más de un millar de rostros ansiosos, cámara en una mano, disco en la otra, esperando ver a sus ídolos para que les firmasen un ejemplar de su álbum, 2.0. Y en esto que David y José, dos jóvenes y humildes catalanes aficionados a la rumba canalla, salen por la puerta. Y la multitud se revoluciona, comienza el griterío y los nervios afloran en forma de lágrimas. Es el efecto Estopa.

«Nunca nos esperamos que haya tanta gente», explica David. «Nosotros empezamos desde cero y seguimos siendo unos chavales humildes de barrio. Nunca piensas que la gente se va a seguir acordando de ti. Esto... (señala al público) esto te da los siete mares».

José y David, David y José, saben muy bien que todo lo que son se lo deben a sus seguidores, un público de lo más fiel que les siguen allá a donde van. Y de hecho, conocían a varios de los que acudieron ayer a la firma de discos. El primer afortunado fue Ángel, un muchacho atado a una silla de ruedas por quien los Estopa bajaron del escenario y se entretuvieron hablando un rato. «Ya nos conocemos de antes, soy un seguidor fiel», decía después. «Por mí, que sigan 20 años más».

No es el único que repite, porque el primero que consiguió subir al tablado –que llevaba desde las cinco de la madrugada esperando, más de seis horas– también confesaba que «los conocí en un concierto hace un año, pero ha merecido la pena volver y estar esperando». Una de sus amigas no podía ocultar la emoción del momento que acababa de vivir, con una gran sonrisa: «¡Mira cómo estoy, me tiembla todo!»

Tampoco faltaron los que esperan de alguna forma seguir sus pasos, como un joven que mostraba orgulloso su guitarra y confesaba que «ya es la cuarta que me firman, hasta me han puesto la fecha para distinguirlas».

Se demostró además que Estopa tienen dos tipos de seguidores. Por un lado, los adolescentes que han crecido con su música y los sienten como parte de su vida. Son capaces de madrugar para viajar desde Alhama por una firma. No pueden evitar pegar botes y gritar cuando han logrado que les firmen una camiseta. Incluso en un caso, el de una joven que se ahogaba en un mar de lágrimas de alegría, son capaces de perder la capacidad del habla por efecto de un beso de estos hermanos catalanes.

Y luego están los otros, los que han contribuido a su éxito durante los últimos 12 años y han madurado con ellos desde la primera vez que los oyeron en un bar. Son los que ahora les introducen a una nueva generación de ´estoperos´, niños recién llegados de padres jóvenes que hacían cola con ellos para obtener una firma o una foto, bien en brazos, bien en su carricoche. «Ya hemos estado en varias firmas, pero es la primera vez desde que tenemos el niño», decían unos padres, orgullosos de que su hijo de pocos meses luciese la camiseta de «el estopero más pequeño del mundo».