­Rodeado de trescientas escopetas y pistolas, el capitán interventor de Armas y Explosivos de la Guardia Civil de Murcia, Vicente Mira, apela a la responsabilidad al usar una de ellas. «Yo siempre lo digo en los exámenes para obtener la licencia, que hay que ser muy prudente, porque las armas son armas de matar, y las de devolver la vida aún no se han inventado».

Supervisa la exposición de armas que se muestran estos días en el cuartel de Murcia, antes de que sean subastadas. Después de ocho años en el cargo, conoce bien la personalidad de los usuarios de armas; de cazadores, coleccionistas y aficionados que pujan por hacerse con un revólver de competición o con una escopeta del siglo XIX.

«Para algunas personas, tener un arma es como una religión, les apasiona y siguen a rajatabla hábitos como limpiarla semanalmente», explica el capitán Mira.

«Supongo que el sentimiento que les hace tener esa devoción hacia un arma es el poder que sienten cuando la tienen en sus manos», añade.

En este sentido, el capitán Mira detalla que son los propios dueños de las armas quienes estipulan el precio de salida de los ejemplares en la subasta. Cuando se ven obligados a entregar el arma a la Guardia Civil, son ellos quienes ponen el precio de tasación para la venta. «Algunos ponen precios altísimos porque no quieren que se venda», indica el capitán. Esta decisión de fijar una cantidad elevada no supone ningún beneficio para el dueño, puesto que ahuyenta la compra de los interesados, pero aunque no se venda, el arma se destruye tras la subasta, pero no vuelve a sus manos. Es el cariño hacia el arma lo que provoca esta decisión, una especie de sentimiento de los dueños que deben pensar algo como lo de «si no es para mí, que no sea para nadie».