Conocí a Rafael en 1969. Estaba realizando su tesis doctoral en el departamento de Cristalografía y Mineralogía de la Universidad de Granada dirigida por el profesor Manuel Rodríguez Gallego, que fue también mi profesor de Geología unos años antes en la Universidad de Murcia, en donde realicé el antiguo primer curso selectivo común para todas las titulaciones de ciencias, y por el cual decidí estudiar la licenciatura en Ciencias Geológicas.

En quinto curso entré en dicho departamento como alumno ayudante de clases prácticas. Desde ese momento tuve un contacto muy directo con Rafael puesto que me ayudó mucho en la realización de mi tesina, que trataba del estudio mineralógico y genético de las bauxitas de Zarzadilla de Totana, que fue dirigida por mi querido maestro el profesor Luis J. Alías Pérez y el profesor Rodríguez Gallego. Rafael me enseñó a realizar e interpretar difractogramas de rayos X y, sobre todo, me ayudó en el estudio de dichas bauxitas al microscopio de polarización.

En 1979 se creó una plaza de profesor agregado de Cristalografía y Mineralogía en la Universidad de Murcia, que obtuvo Rafael muy brillantemente en un reñido concurso-oposición. Desde entonces he mantenido un contacto muy directo e ininterrumpido con él.

Rafael tenía un carácter muy afable que le permitía ganarse la confianza y la amistad de todos los que le rodeaban. A tal extremo que, siendo geólogo, llegó a ser decano durante 7 años de la antigua Facultad de Ciencias (Químicas y Matemáticas), dejando el cargo para ser director del departamento de Química Agrícola, Geología y Edafología durante 12 años.

Rafael ha tenido una intensa y dilatada carrera como profesor, investigador y gestor en la Universidad de Murcia en los 32 años que estuvo trabajando en ella.

Era el primero en llegar al departamento, antes de las siete de la mañana, prácticamente abría la Facultad. En este complicado mundo universitario, Rafael gozaba de cariño, respeto y prestigio por su carácter conciliador y en absoluto con predisposición al enfrentamiento.

Su vida dio un cambio muy acusado hace unos años cuando fue operado de un cáncer de estómago y sufrió los posteriores tratamientos radiológicos y químicos que fueron minando su salud. A partir de entonces, y aunque poco a poco sus fuerzas se iban agotando, él siguió trabajando viniendo todos los días al departamento. Cuando comenzó el nuevo grado de Química, no dudó ni un momento en escoger, como profesor responsable, la asignatura de Geoquímica y Mineralogía de primer curso, el buque insignia de su área de conocimiento en la facultad de Química, la materia con mayor número de alumnos y por ello con más problemas.

Tenía gran capacidad docente. Era respetado y querido por sus alumnos. Conocía perfectamente su materia y, además, sabía transmitir con gran rigor el interés por una materia árida, para algunos alumnos, como es la Cristalografía y Mineralogía.

Hombre bondadoso, siempre tenía una palabra amable con sus compañeros y amigos. En los últimos meses empezó a sentir que era necesaria su prejubilación, pero todos lo animábamos a que siguiera, porque la Universidad, la docencia, era su gran pasión.

Escribo estas palabras por un compromiso personal con él, como compañero y amigo, y con el dolor de la pérdida de un hombre tan especial, tan humano y, por ello tan necesario para todos los que le conocíamos.

Ha estado hasta el último momento trabajando. Como me solía decir, toda su vida era, en primer lugar su mujer, sus hijos y, ahora sobre todo, sus nietos y después el trabajo. Me contaba lo orgulloso que estaba de todos ellos y la suerte que había tenido en ese aspecto familiar.

Cuando el pasado miércoles lo llamé al hospital para desearle suerte en la operación, me dijo, entre otras muchas cosas, que estaba preocupado porque creía que tenía exámenes a mediados de julio y no sabía si estaría restablecido. Hasta el último momento…

Hasta luego, querido Rafael, muy buen compañero y mejor amigo, nunca te olvidaremos.

Rafael Arana Castillo

falleció el jueves 30 de junio en Murcia