Carmen y Sara -nombres ficticios- son dos mujeres que han sufrido en su propia carne el maltrato de sus parejas, algo que intentan superar día a día y que les ha marcado de por vida. Nada más entrar al bar se percibe su mirada inquieta intentando buscar la de la persona con la que han quedado. Con prudencia se acercan a la mesa del rincón y se presentan. Son dos historias distintas y separadas por más de veinte años, pero en ambas el resultado es el mismo, una mujer humillada por un hombre que se sentía superior a ella y que se creía su dueño.

Carmen ha sufrido por partida doble, ya que se casó con solo 16 años y su marido ya la pegaba, algo que años después repitió su propio hijo. Explica que antes no existía tanta ayuda, "mi marido me pegaba y violaba todas las noches con el permiso de la justicia, porque por más que denuncié la policía siempre me decía que no tenía nada que hacer porque debía cumplir como mujer". Acto seguido dice: "Ahora es distinto, gracias a Dios hay más ayuda, pero cuando yo era joven se veía como algo normal y no te podías quejar".

Como con un susurro, para que los clientes de la cafetería no escuchen la conversación, indica que "se intenta justificar porque piensas que si te pega es porque es celoso y te quiere, pero llega un momento en el que ya no puedes más. Las palizas eran increíbles y te anula como persona, me pegaba si me ponía falda larga porque no era femenina y, si me la ponía corta, porque parecía un puta".

Carmen afirma con rabia que "las mujeres son las que menos te apoyan, porque consideran que si aguantas la situación es porque quieres" y critica los sistemas actuales de protección como pulseras y órdenes de alejamiento al considerar que "no son efectivos, cuando un maltratador quiere dar contigo te encuentra y no da tiempo a que lleguen a salvarte", y pide mayores medidas "porque nunca nos sentimos a salvo".

Sara tiene los golpes muy recientes y en sus palabras se distingue el miedo que aún siente, ya que apenas han pasado unos meses desde que denunció a su pareja, quien le pegó sólo una semana después de irse a vivir con ella. Cuenta que "es algo que no se olvida y cuando ves un caso en televisión aflora el tuyo y la rabia contenida".

"A los pocos días me dí cuenta de que no me trataba bien, quería exhibirme como un trofeo y decía que como mujer tenía que cocinarle", explica. Sara no sabe si fue por intuición pero le dejó a dos amigas el teléfono de él para que lo tuvieran localizado si ocurría algo. Un día, cuando llegó a casa, su pareja estaba enfadado porque no encontraba sus llaves, le pegó y la tiró al suelo. "Me cogió del pelo y me arrastró hasta el sofá", donde la ató de pies y manos, "cogió un cuchillo de cocina y me amenazó para que le diera el número de mi tarjeta del banco, así que cuando se marchó a sacar dinero me escapé y salí corriendo a la calle para pedir ayuda", dice. Esta mujer critica que nadie la ayudara, "yo gritaba y la gente me miraba como si fuera un circo", por lo que inmediatamente lo denunció y lo ha llevado a juicio.

Explica que "la gente no está concienciada con la violencia de género", pero aconseja a todas las mujeres que estén en esta situación que llamen al 016 "porque hay centros en la Comunidad que prestan una atención estupenda, es la única forma de salir".