Hace unos años, en los supermercados lo tenían más o menos sencillo para detectar posibles ladrones. "Te fijabas en si tenían mala pinta, si parecía que no tenían dónde caerse muertos, o si entraban dos o tres personas juntas que se comportaban de forma sospechosa", dicen los dependientes de los pequeños establecimientos. Y hasta cierto punto, la técnica funcionaba.

Pero ya no: "Ahora puede ser cualquiera. Puede ser un chaval joven y bien vestido, o una señora ama de casa con pinta de no haber roto un plato, o un hombre serio y formal... Ya no hay forma de identificarlos".

Esto no quiere decir que los que antes robaban hayan dejado de hacerlo. De hecho, siguen en plena brecha, incluso más que antes. Pero ahora se les ha añadido otro sector de la población que hasta el momento causaba pocos problemas: el de los clientes en su práctica totalidad.

"Da igual incluso que sean clientes habituales. Si te tienen que robar, lo hacen sin reparos, aunque claro, unos disimulan más que otros", declaran desde los supermercados.

Otro problema de los establecimientos es el de los carteristas: bandas de tres o cuatro personas que esperan o provocan el descuido de los clientes para quitarles el dinero. Suelen fijarse sobre todo en mujeres mayores como víctimas propicias. Normalmente, una persona se pone a hablar con la mujer en cuestión, solicitándole ayuda. Esa distracción la aprovechan los cómplices para robarle cuando no se da cuenta.

Este tipo de robo es, por ejemplo, el único que sigue afectando al mercado de Verónicas desde que tiene seguridad privada. "De vez en cuando roban algún bolso, pero en las tiendas ya no", afirman los comerciantes del lugar.