Inmersos en la Semana Santa viajamos a principios de los años treinta del siglo pasado para ver cómo las dos Cofradías existentes en ese momento se las ingeniaban para conseguir fondos con los que poder sacar sus procesiones. Corría el año 1932 cuando la revista madrileña Estampa empezó a organizar el denominado ´Concurso del vestido de cuatro pesetas´. Muy pronto surgieron ciudades que imitaron la idea y Cartagena fue una de ellas.

Tan solo un año después, el concurso sirvió de atractivo reclamo para las fiestas y bailes que organizaron conjuntamente las Peñas Marraja y California. Pero nada mejor que la lectura de las bases por las que se rigió este certamen para situar al lector en el contexto. Podían participar todas las señoritas que se inscribieran en la Peña California situada en la calle Mayor cualquier día desde la publicación de las bases. La noche del concurso cada señorita luciría el vestido confeccionado por ella misma y el coste total no excedería de la cifra máxima de cuatro pesetas.

En cuanto al material, los vestidos debían ser confeccionados en tela y quedaban prohibidos los adornos y joyas, exceptuando los de cabeza y calzado, cuyo coste no estaría incluido en la cifra de cuatro pesetas. Para la adjudicación de premios se tendrían en cuenta los méritos estéticos de cada vestido, incluyendo en este apartado la combinación de colores, originalidad y modernidad de la hechura, perfección del corte, etc. A pesar de lo dicho, también se valoraría el mérito económico, lo que se traduciría en el hecho de que, a valor estético equivalente, siempre sería preferido el vestido que hubiera costado menos.

Otra de la bases establecía que las señoritas premiadas debían probar el precio de coste de sus vestidos o someterlos al peritaje de los señores que formaran el jurado.

El jurado estuvo compuesto por las modistas Josefa García y Soledad Pujol; los comerciantes textiles señores Ketterer y López Bueno, dueños respectivamente de El Catalán y La Pilarica; el cofrade californio José Duelo y el marrajo Inocencio Moreno; el conocido pintor Vicente Ros; y los periodistas Luis Gil Belmonte del diario República y Emilio Ballester de El Porvenir.

Previamente a la celebración del concurso no faltaron anuncios de establecimientos comerciales que podían interesar a las participantes. En uno de ellos los fotógrafos Martínez Blaya informaban a las concursantes y a su clientela que el estudio permanecería abierto hasta las doce de la noche el día del concurso y bailes, y de paso invitaban a que vieran la exposición de retratos de novio que tenían habilitada. En otro de ellos, la citada tienda de tejidos La Pilarica, que estaba en Puerta de Murcia, ofrecía crespones de seda artificial a menos de una peseta el metro y una infinidad de tejidos baratos.

Y por fin, el 4 de febrero, en el Teatro Principal se celebró el esperado concurso de vestidos y el éxito de público fue tremendo. Como decía un periodista local al realizar la crónica del acto: «¡Cuánta mujer bella vimos! ¡Qué derroche de gusto en el vestir!». El jurado no lo tuvo nada fácil y la ganadora fue la señorita Pepita Sánchez, la segunda fue Julita Alonso, tercera Purita Pallarés y el cuarto premio fue para Remey Sicilia.

Por último, mencionar que la señorita Lucía García, que era profesional de la costura, confeccionó un vestido muy original y se le entregó un premio especial.