asi 1.200 personas muertas en accidentes de tráfico en 2017 es una estadística. La muerte de Anabel y otros dos nombres igual de propios en dos accidentes cercanos los últimos días, es una tragedia, un zasca de esos en los que el azar juega por milésimas y gana por goleada.

Unas décimas de segundo habrían sido suficientes en todos los casos para esquivar la muerte, las mismas que en miles de escenarios nos han salvado a todos y a cada uno de nosotros millones de veces, las mismas que esta semana salvaron también a la alcaldesa de Cartagena, Ana Belén Castejón, en la misma carretera. Todos estamos ahí, sin distinción ni prebenda. Siempre es un instante.

Pocos lo dejaron tan contundentemente decretado como Joan Baptista Humet, a quien seguimos echando de menos diez años ya: «¡Vaya con la muerte, cómo le divierte jugar por jugar!», y en uno de sus últimos correos me decía «¿Y si nadie espera a la vuelta de la esquina? ¿Podría hablarse de retorno en ese caso?» Porque la idea de retorno necesita de los que esperan para ponerla en valor. Si nadie espera no hay valor para el retorno. «Si no queda nadie que te recuerde en el mundo de los vivos, desapareces también de este mundo», decía Héctor en Coco, la última de Disney, como si hubiera también sólo un segundo de distancia entre las dos frases escritas en dos décadas distintas.

Siempre acabamos repitiendo lo mismo por más tiempo que pase y siempre terminamos haciendo lo de siempre por más cosas que nos pasen. Me decía un amigo estos días: «Por eso cada vez tengo más claro que la fraternidad es de las pocas cosas que merecen la pena»; y yo le contestaba que por eso conviene ser cada vez menos exigentes con lo que esperamos, mejor ensanchar tragaderas y así cosechar más éxitos en esto de las relaciones humanas, que es la única forma de subir nota en lo de los recuerdos y así preguntarnos de vez en cuando por qué sólo nos preparan para vivir.

Seguramente la respuesta esté en el mismo estante de siempre: va a ser por la pasta. Morir no deja tanto dinero. El empeño diario en lo trascendente no genera business. El modelo de negocio hace su agosto en la no-muerte, en la eterna juventud, en hacer planes y más planes dejando siempre de lado lo certero de la evidencia, porque todos sabemos que al final moriremos aunque sea con una salud de hierro.

Esa certeza nos invade al pasar junto a un accidente de tráfico. Miramos y aminoramos la velocidad por debajo de los límites legales, sin que nadie nos diga nada, sin que se añada disco o radar alguno y con la misma proporcionalidad inversa volvemos a lo de siempre unos kilómetros más adelante, como entes poseídos por la inconveniente memoria de pez a la que nos conduce inevitablemente este modelo perverso.

Si para un político no hay nada a más de cuatro años vista porque no generará votos recolectables para su cesta, tampoco hay nada más allá de llenar y mantener bien repleto el ego y la buchaca para este sistema de inmediatez temeraria y de no trascendencia. Richard Bach nos dejó aquello de que «el gusano llama muerte a lo que su dueño denomina mariposa», pero eso sólo toca usarlo de muleta cuando nos llega alguna semana como ésta.

Y ya. Ahora volvamos a lo nuestro, del corazón a mis asuntos, que lo de contar, medir y pesar nunca concedió tregua gratuita.