Los ocho tripulantes de la patrullera Guardamar Calíope, de Salvamento Marítimo, llegaron a Cartagena con su embarcación como refuerzo el pasado noviembre, y tienen previsto regresar a su zona de patrullaje, el Mediterráneo norte, cuando acabe el mes. El barco, capitaneado por Nicolás Uribarren, cuenta con una dotación de hombres provenientes de Andalucía, Galicia y País Vasco. «Aquí es difícil ver a uno de Madrid», bromean. Trabajan 30 días de guardia durante 24 horas, viviendo dentro del barco, y luego descansan el mes siguiente.

Los que tienen familia e hijos aseguran que se les hace duro estar tanto tiempo fuera de casa, y que lo más frustrante de su trabajo es ir en busca de alguien que se encuentra muy lejos, por lo que ya saben que cuando van a llegar lo van a encontrar muerto. «Parece que tu trabajo no sirviera de nada», dicen con resignación. Estos marineros son los que se encargan de rescatar a los ocupantes de las pateras.

Utilizan cámaras térmicas y radares para localizarlas. Una vez que se aproximan a las embarcaciones se acercan a ellas por un costado para subir a sus ocupantes en una maniobra a la que denominan abarloar. «Les hacemos gestos para que no fumen, porque cuando nos ven suelen encenderse algún cigarrillo, pese a que las pateras van llenas de combustible», sostiene Agustín, uno de los tripulantes.

El capitán explica que lo más peligroso del abarloamiento es que la zódiac se desestabilice y acabe zozobrando. Por eso, piden a los inmigrantes que se sienten y estén tranquilos. La tripulación utiliza monos y mascarillas para evitar posibles contagios; también cierran todas las partes del barco y habilitan una zona para reunirlos a todos hasta llegar a puerto. Además, remolcan las pateras hasta tierra.